PRIMERA PARTE
EL CORPUS SIMBÓLICO DE LA NACIÓN: NARRATIVA Y MITO
Introducción
La razón por la cual es necesario retomar el mito, en la tercera década del siglo XXI, para interpretar elementos de la realidad en que vivimos, es porque sus implicaciones psicológicas y socioculturales no han sido suficientemente comprendidas, de manera general, por la sociedad contemporánea, o tal vez las hemos olvidado. En algunos años, las computadoras cuánticas, la inteligencia artificial, la bioingeniería y el esfuerzo de un grupo visionario de emprendedores para hacer de la vida humana un fenómeno interplanetario, serán los cuatro puntos cardinales de la civilización.
Sin embargo, a pesar del increíble salto tecnológico logrado en los últimos 60 años por el ingenio humano, algunos rasgos relevantes de nuestra especie, al parecer, ligados a nuestra naturaleza de forma indistinguible, parecen resistir el paso del tiempo y las tentaciones desintegradoras de la contemporaneidad. Uno de ellos es la vinculación emocional y psicológica de los individuos y las sociedades con el Mito; la precondición humana a existir dentro de estructuras narrativas, cuya morfología más elemental, es de carácter mitológico.
El Mito, bajo ciertas condiciones (como las que veremos más adelante), se transforma en la brújula moral que dirige todas las acciones individuales y colectivas de la vida cotidiana, confiriéndole propósito a nuestra existencia. Sin los mitos que habitamos, la vida humana sería un fenómeno puramente mecánico, desprovisto de sentido, sin patrones morales duraderos de comportamiento, capaces de crear relaciones de cooperación y altruismo, elementos que han sido fundamentales para nuestra supervivencia en el pasado y lo serán en el futuro.
Ahora bien, ¿Son todos los mitos edificantes e inspiradores? ¿Es posible que un mito corrompido se convierta en una trampa apocalíptica para una nación? ¿Se puede escapar de un mito autodestructivo? Reconociendo de antemano que una respuesta exhaustiva a estas preguntas, llenaría las páginas de un grueso volumen de análisis antropológico, nos proponemos en el presente, esbozar una línea argumental que, en el mejor de los casos, nos permitiría adentrarnos en el mundo intangible del simbolismo humano, en el cual podríamos encontrar, ese lugar recóndito donde probablemente, yace el espíritu de nuestra nación.
Definiendo las Narrativas
La palabra narrativa en el idioma español, ha sido generalmente asociada con el mundo literario y la habilidad para contar historias. En el contexto de la investigación académica contemporánea, el término ha evolucionado y es actualmente empleado por disciplinas como la biología del comportamiento, la psicología y la antropología, para definir un fenómeno que hace referencia al complejo de creencias e ideas que encarnan los individuos dentro de sus respectivos contextos socioculturales. En esta dirección tenemos la definición propuesta por (New World Encyclopedia, 2022):
“Metanarrativa o gran narrativa o narrativa máter es un término desarrollado por Jean-François Lyotard para referirse a una teoría que trata de dar una explicación completa y totalizadora de varios eventos históricos, experiencias y fenómenos sociales y culturales basados en la apelación a la verdad universal o valores universales”.
Adviértase el sentido cronológico y axiológico que se le confieren a las narrativas en esta definición. Estas dos características son fundamentales para comprender porqué las narrativas están destinadas, en última instancia, a construir explicaciones generalizadoras de la realidad, experimentadas a nivel psicológico y cultural por los individuos.
“En este contexto, la narrativa es una historia que funciona para legitimar el poder, la autoridad y las costumbres sociales. Una gran narrativa o Metanarrativa es aquella que pretende explicar varios eventos en la historia, da sentido al conectar eventos y fenómenos dispersos apelando a algún tipo de conocimiento o esquema universal” (New World Encyclopedia, 2022).
Una Metanarrativa, gran narrativa o simplemente Narrativa es una teoría totalizadora, una historia utilizada para legitimar las estructuras de poder que generan un mapa de sentidos, el cual provee al individuo y el conjunto de la sociedad de un marco de referencia moral para desarrollarse y comprenderse a sí mismos, dentro de los modelos de interpretación aceptados por todos, generalmente heredados por la cultura y la tradición. Las narrativas funcionan sobre la base de un consenso colectivo que establece de manera más o menos arbitraria, los patrones de conducta que regulan la actividad humana en general, dando forma a la sociedad y la cultura. Según (Peterson, 2017) “vemos el mundo esencialmente a través de lentes narrativos, y yo creo que vemos el mundo a través de lentes narrativos porque el problema fundamental que debemos resolver como criaturas vivas, es cómo debemos actuar en el mundo”.
Para (Harari, 2018) estas narrativas, también llamadas ficciones colectivas, son el factor determinante para que el ser humano pueda organizarse en grandes grupos sociales y crear complejos mecanismos civilizatorios tales como la tribu, la nación o las grandes religiones. “El homo sapiens es una especie posverdad, cuyo poder depende de crear y creer en ficciones”. Por “ficciones” aquí debemos entender historias, aceptando que, en cualquier historia suficientemente antigua, extendida o compleja, van a existir incontables elementos de ficción añadidos por la creatividad humana con el objetivo de enriquecer la narración y actualizar la forma de narrar, en función de ganar adeptos y perpetuar la esencia del relato. “Desde la edad de piedra, los mitos auto reforzados han servido para unir colectivos humanos. De hecho, el homo sapiens conquistó este planeta gracias, sobre todo, a la capacidad humana única de crear y difundir ficciones” (Harari, 2018).
Según el propio Harari, esta capacidad de crear narrativas unificadoras es la base de la cooperación humana que trasciende los restringidos linderos de la familia o el clan.
con numerosos extraños porque solo nosotros podemos inventar historias ficticias, difundirlas y convencer a millones de personas para que crean en ellas. (…) mientras todo el mundo crea en las mismas ficciones, obedeceremos las mismas leyes y, por lo tanto, podremos cooperar eficazmente”.
Para la antropología cultural, es irrelevante el nivel de verosimilitud (desde el punto de vista de la evidencia contrastable mediante el método científico) que posea una Narrativa determinada, en tanto los individuos que la habitan, crean realmente en ella y por tanto la exterioricen de manera genuina en sus prácticas cotidianas. Siempre que los individuos sean capaces de encarnar sus preceptos conscientemente (embodyment) y aceptar su jerarquía mediante la práctica, la validez de esa Narrativa será indiscutible. Tomando en cuenta las anteriores opiniones de los autores mencionados, nuestra definición de Narrativa es la siguiente:
Es el complejo integrado de creencias, y prácticas psicológicas, socioculturales, políticas, ideológicas, religiosas y económicas que determinan la existencia y la experiencia humanas a gran escala, dentro de un conjunto significativo de personas, a lo largo de un período de tiempo prolongado, de una manera relativamente estable. Poseen una gran coherencia interna y se basan en el uso de estructuras mitológicas para legitimar su dominio sobre los individuos, quienes participan voluntariamente de la producción y consumo de contenidos simbólicos creados dentro del contexto narrativo que habitan.
Narrativas político-ideológicas
Las narrativas político-ideológicas pertenecen a este grupo de narrativas cuyas premisas esenciales no necesitan ser demostradas, una vez que han sido aceptadas por grandes grupos de seres humanos. Aunque, usualmente generan un menor grado de aprehensión social que las narrativas religiosas, por ejemplo, sí son capaces de crear fuertes vínculos emocionales con los individuos que la habitan, sobre todo, mediante el uso de la propaganda masiva y la reescritura de la historia. Sobre este tema volveremos más adelante.
La Narrativa de naturaleza político-ideológica, creada por la Revolución Cubana, constituye un caso de estudio de particular interés antropológico, tanto por su envergadura, su resiliencia, como por sus resultados desde el punto de vista del costo humano causado a la nación cubana. De manera anticipada podemos comentar que ese costo humano, multidimensional y sistemático, que se encuentra concienzudamente definido y conceptualizado en (Valdés, 2019), se corresponde directamente con el fenómeno denominado daño antropológico.
La Narrativa Revolucionaria Cubana es, por tanto: el complejo de creencias y prácticas de toda clase, encarnadas y exteriorizadas por un grupo significativo de individuos dentro y fuera de los límites geográficos del país, cuyo propósito es legitimar y perpetuar el sistema totalitario en Cuba, a través de los medios que sean necesarios y proveer a la ciudadanía de un único relato de nación, artificialmente fabricado, mediante un complejo sistema de manipulación de la realidad, cuya principal herramienta ha sido la propaganda.
Esta Narrativa funciona como un centro masivo de gravedad, que distorsiona el tejido semántico alrededor suyo, devorando, destruyendo o deformando las diferentes lecturas de la realidad que puedan surgir en su horizonte y no compartan sus preceptos ideológicos. Su nivel de influencia sobre la ciudadanía es tan poderoso que ni siquiera los datos científicos más incontrovertibles o las evidencias categóricas de su fracaso como proyecto político, pueden rivalizar a la hora de persuadir a la población, que se encuentra capturada en su laberinto simbólico, cuidadosamente construido. Advirtamos que:
“una buena narrativa supera ampliamente incluso a los mejores datos. Los economistas y científicos de todas las clases necesitan digerir lo que para muchos es un hecho desagradable: en la batalla por los corazones y las mentes de los seres humanos, la narrativa superará constantemente a los datos en su capacidad para influir en el pensamiento humano y motivar la acción humana” (Wydick, 2015).
Mapas de sentido
La razón por la cual una narrativa político-ideológica ostenta tal poder de persuasión y control de las masas, es porque utiliza patrones de representación simbólica de carácter mitológico para crear los mapas de sentido a través de los cuales se orientan y autodefinen los individuos que la habitan. Estos mapas funcionan como descripciones completas, pero poco profundas del mundo en general, son un intento por crear cierto orden necesario ante la infinita complejidad a la que se enfrenta el individuo durante su existencia. “El mundo es demasiado complejo para gestionarlo sin una simplificación funcional radical. El sentido parece existir como base para tal simplificación” (Peterson, 2008). La finalidad de los mapas de sentido es orientarnos moralmente en el mundo, ubicarnos en tiempo (cronológicamente) y espacio (relativo a un orden geográfico o sentido de pertenencia material) y regular nuestra conducta.
Los mapas de sentido a través de su función cronológica, nos permiten reconstruir la historia y definir nuestro rol en ella. Los individuos operan dentro de sus mapas de sentido siguiendo patrones de comportamiento instintivos, (puesto que la información disponible para tomar decisiones es siempre limitada) donde lo que cambia es la naturaleza de los valores que servimos y no los mecanismos de valoración en sí mismos. “El sentido que guía la simplificación funcional puede ser considerado como consistente en tres clases. La primera clase consiste en significados del mundo determinado. Son significados basados en la motivación, la emoción y la identidad personal y social. Los significados de primera clase se basan en el instinto y tienden, en su forma más abstracta, hacia lo dogmático o ideológico” (Peterson, 2008).
Los mapas de sentido son el territorio moral donde se encuentra el propósito, a través de la búsqueda del significado existencial. Está búsqueda es en esencia un acto en forma de historia, de relato dramatizado. “Tú habitas una estructura que te orienta en el mundo, eso es algo que tiene la forma de una estructura narrativa: estoy aquí, voy hacia allá y esta es la forma en la que lo hice, es narrativo si lo describes” (Peterson, 2017). Las narrativas ideológicas simplifican este proceso de búsqueda, asignándole a priori un rol al individuo dentro del modelo de sociedad que ellas propugnan; así como los nazis intentaron crear un prototipo de superhombre, la Narrativa Revolucionaria Cubana ha intentado esculpir, con el cincel de la ideología, al hombre nuevo, máxima condición moral a la que debe aspirar todo ser humano dentro de la sociedad revolucionaria. Esta simplificación radical del propósito de la vida humana, sumado al uso de las mencionadas estructuras mitológicas para construir el discurso público e inducir a la población a la adoración del ideal, son dos claves para entender el poder que poseen las ideologías.
El Mito y su poder atemporal
Entonces ¿qué es un mito? El antropólogo norteamericano Joseph Campbell, quizá el investigador contemporáneo que más ha indagado sobre la naturaleza del mito, nos ofrece una serie de definiciones que compartimos a continuación:
“Los mitos son metáforas de la potencialidad espiritual del ser humano, y los mismos poderes que animan nuestra vida animan la vida del mundo. “Pero también hay mitos y dioses relacionados con unas sociedades específicas, o deidades protectoras de una sociedad. En otras palabras, hay dos órdenes de mitología totalmente distintos. Está la mitología que te vincula con tu naturaleza y el mundo natural, del que eres parte. Y está la mitología que solo es estrictamente sociológica, que te vincula a una determinada sociedad. Tú no eres simplemente un hombre natural, eres miembro de un grupo particular” (Campbell, 1991: 29).
Esta mitología sociológica que menciona Campbell, contiene la clase de mitos que resulta relevante para nuestro objeto de estudio. Los mitos que vinculan al individuo con su contexto sociocultural, proveen también un sentido histórico a la existencia humana. Esto ocurre porque los mitos se trasmiten de una generación a otra, lo que genera una continuidad psicológica a la hora de percibir el marco de referencia moral que siempre traen consigo las mitologías y las narrativas en general. El individuo se identifica con uno o varios mitos que componen la Narrativa que él habita, y encarna, en mayor o menor medida, los aspectos morales del mito que han sobrevivido hasta llegar a él. Por esta razón el mito también es fuente de sentido y su función es esencialmente moral y regulatoria de los patrones generales de conducta.
“El individuo ha de encontrar un aspecto del mito que se relacione con su propia vida. Básicamente el mito sirve para establecer cuatro funciones. La primera es la función mística: (…) La segunda es una dimensión cosmológica, la dimensión relacionada con la ciencia: mostrarte cuál es la forma del universo, pero mostrártela de tal modo que el misterio se haga patente. (…) La tercera función es la sociológica: fundamentar y validar un cierto orden social. Y aquí es donde los mitos varían enormemente de un lugar a otro. (…) Pero hay una cuarta función del mito, y es esta la que creo que hoy debería interesarnos a todos: la función pedagógica, la enseñanza de cómo vivir una vida humana bajo cualquier circunstancia. Los mitos pueden enseñártelo” (Campbell, 1991: 34-35).
La función sociológica del mito contribuye a validar un determinado orden social y su función pedagógica nos ayuda a responder la pregunta central a la que apuntan todas las narrativas, independientemente de su naturaleza: ¿Cómo debemos actuar en el mundo? Aquí se advierte una contradicción potencial que se presenta de manera operativa cuando estas dos funciones del mito se encuentran contrapuestas: Si la función sociológica es legitimadora y la pedagógica es correctiva, (puesto que todo sistema educativo es en esencia correctivo); entonces, ¿qué ocurre cuando el sistema establecido se ha corrompido, es arbitrario e injusto y la función educativa del mito por tanto, presenta un peligro para la supervivencia del status quo generado por el sistema defectuoso?
Lo que ocurre es que la sociedad decide sacrificar uno de sus aspectos en función del otro. Si es una sociedad autoritaria, osificada e inflexible, escogerá el aspecto legitimador sobre el educativo, puesto que la educación genuina es liberadora y esto es un lujo que los órdenes políticos autoritarios no pueden permitirse. En este caso la educación será sustituida por el adoctrinamiento, lo cual ayudaría a reforzar el proceso constante de auto legitimación que el poder necesita para mantener el control simbólico de la sociedad.
La necesidad de las sociedades humanas de crear, encarnar y creer en mitos, es atemporal y universal. La razón es que los mitos son los motivos de adoración por excelencia y como es sabido en el campo de la antropología, la teología y la psicología, el ser humano necesita ídolos que adorar. “No existe tal cosa como no adorar, escribió el novelista David Foster Wallace. Todo el mundo adora. La única opción que tenemos es, qué adorar. G. Jung habría estado totalmente de acuerdo. Postuló que la vida psíquica está motivada por un instinto religioso tan fundamental como cualquier otro, y que este instinto nos lleva a buscar sentido” (Marchiano, 2018).
La adoración toma muchas formas, según el contexto donde se manifiesta y el motivo venerado, pero el instinto primario al que responden, es el mismo. “Las ideologías y los ismos se convierten en objetos fáciles de adoración, sustituyendo fácilmente a las religiones de antaño. “Nuestros temibles dioses solo han cambiado sus nombres”, escribió Jung. “Ahora riman con -ismo” (Marchiano, 2018).
Las narrativas ideológicas, no solo se convierten en fuertes motivos de adoración, sino que se transforman en mitos ellas mismas. La subestructura religiosa que las componen y las prácticas de carácter ritual que exigen de sus adeptos, refuerzan este proceso de mitificación.
“Me di cuenta de que las ideologías tenían una estructura narrativa, que eran historias, en una palabra, y que la estabilidad emocional de los individuos dependía de la integridad de sus historias. Me di cuenta de que las historias tenían una subestructura religiosa (o, dicho de otro modo, que las historias bien construidas tenían una naturaleza tan convincente que reunían comportamientos y actitudes religiosas a su alrededor, por supuesto)” (Peterson, 2022).
Como menciona Peterson, la estabilidad emocional de los individuos depende del nivel de credibilidad que le confieran a la Narrativa que habitan. Por tanto, el costo psicológico, cultural y en última instancia fisiológico, que implica la revisión crítica de esa Narrativa, puede ser extremadamente alto. La zona de confort ficticia que generan las narrativas ideológicas para una parte de la población, es demasiado “placentera” para ser críticamente sustituida por algo tan elusivo y abstracto como la búsqueda de la verdad. Recordemos que “Las ideologías políticas o sociales son atractivas porque tienden a conferir un estatus especial de facto a sus adherentes y ofrecen un camino claro hacia la transformación. Por lo tanto, nos ponen en la búsqueda de una vida mejor o una sociedad mejor, y así proporcionan estructuras convincentes que dictan significado y propósito” (Marchiano, 2018).
En el siguiente apartado ofrecemos un modelo de interpretación que pretende explicar, grosso modo, como ha ocurrido el proceso de mitificación de la revolución cubana a través del uso de la propaganda, empleando motivos arquetípicos en la fabricación del mito revolucionario, codificado en la figura del héroe bíblico David.
Fidel Gómez Güell (Cienfuegos, 1986).
Licenciado en Estudios Socioculturales por la Universidad de Cienfuegos.
Escritor, antropólogo cultural e investigador visitante de Cuido60.