Junto a las epidemias y a los desastres naturales, las guerras han sido el más fuerte azote para la humanidad. A lo largo de la historia han causado y continúan causando destrucción, muerte y sufrimiento. A diferencia de otros flagelos, las guerras la engendra el propio ser humano. Por la capacidad destructiva de los armamentos creados por el hombre, la invasión ordenada por Vladimir Putin contra Ucrania el 24 de febrero de 2022, puede conducir a la desaparición de la especie humana.
Una mirada a este flagelo en los últimos dos siglos, encontramos que:
– En 1815, tras la derrota de Napoleón Bonaparte en la batalla de Waterloo, las potencias vencedoras, reunidas en el Congreso de Viena, restablecieron las fronteras anteriores a la Revolución francesa de 1789, restituyeron la dinastía de los borbones y tomaron acuerdos para conservar la paz. A pesar de la pérdida de vidas humanas, de las enormes destrucciones materiales y de los acuerdos tomados por los vencedores, las guerras continuaron.
– En 1919, al concluir la Primera Guerra Mundial, desatada por las apetencias territoriales y hegemónicas de las potencias de la época, los vencedores, teniendo en cuenta la experiencia anterior, fundaron la Sociedad de las Naciones con el objetivo de fomentar las relaciones internacionales basadas en la paz. Nuevamente, a pesar de las decenas de miles de muertos, heridos, desaparecidos, apenas 20 años después la humanidad estaba enfrascada en la Segunda Guerra Mundial.
– En 1939, Alemania firmó un pacto secreto de no agresión con la Unión Soviética, mediante el cual Hitler atacó y ocupó la mitad occidental y Stalin la mitad oriental de Polonia, borraron del mapa a un Estado soberano, dando inicio a la Segunda Guerra Mundial. En 1945 con la derrota de los agresores: Alemania, Italia y Japón, se redactó la Carta de las Naciones Unidas para garantizar la paz y la seguridad internacionales, fomentar las relaciones de amistad entre las naciones, basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y de la libre determinación de los pueblos y abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra otros Estados. A pesar de algunos avances, las guerras continuaron durante el siglo XX y lo que va del XXI.
De la Segunda Guerra Mundial surgió un mundo bipolar con Estados Unidos y la Unión Soviética como superpotencias y comenzó la Guerra Fría hasta que, con el hundimiento de la Unión Soviética en 1991 se inauguró un mundo unipolar encabezado por Estados Unidos; pero las guerras, con mayor o menor intensidad, continuaron en todas las regiones del mundo; lo que demuestra la insuficiencia de las normas establecidas para garantizar la paz.
La invasión de Rusia a Ucrania, si no desemboca en una Tercera Guerra Mundial -en la cual por vez primera no habrá vencedores- será una nueva oportunidad, quizás la última, para remodelar un orden internacional capaz de garantizar la paz de forma efectiva; un propósito tan deseable como imposible al margen de los pueblos y de la sociedad civil.
¿Por qué?
Porque los documentos emergentes de las guerras citadas: el Congreso de Viena, la Sociedad de Naciones y la Carta de las Naciones Unidas, fueron redactados por los vencedores, es decir, por los Estados, en ausencia de los pueblos que son los que pusieron las víctimas y los sufrimientos.
La Organización de las Naciones Unidas, tal y como fue estructurada por los aliados al término de la Segunda Guerra Mundial, ha desempeñado un papel importante, pero no ha logrado su principal objetivo: garantizar la paz. Ese indiscutible hecho pone a la orden del día la necesidad de una mayor inclusión, de una institución representante de la sociedad civil para participar en decisiones que determinan la seguridad y existencia de la especie humana.
La incapacidad para ese alto fin se ha puesto de manifiesto con la guerra en Ucrania. Uno de los Estados Miembros del Consejo de Seguridad, el principal órgano creado para preservar la paz y la seguridad internacionales, ha sido el agresor de un estado soberano; mientras otro de sus miembros permanentes, no condenó la invasión.
Tal hecho descalifica a ese órgano para ejercer la función asignada por la Carta de las Naciones Unidas. Por tanto, con independencia de como termine la guerra, la incapacidad demostrada para garantizar la paz, obliga a una reforma que complemente a los Estados con la participación de la sociedad civil, en representación de los pueblos, mediante una institución paralela a la ONU o como parte intrínseca de la misma.
Considero que se impone extender el concepto de Gobernanza de las relaciones domésticas a las internacionales; entendiendo por ello una nueva forma de gobernar colegiada, emergida en el contexto de la globalización, entre gobiernos y sociedad civil para democratizar la toma de decisiones en el manejo de los conflictos que puedan conducir a las guerras. Implica, por tanto, interacciones y acuerdos entre Estados y Sociedad Civil.
Aunque el término gobernanza tuvo su origen en la antigüedad, debutó a principios del siglo XX como gobernanza de las organizaciones, se desarrolló en los años 70 en el ámbito de las empresas y de las universidades, se aplicó a las relaciones entre diferentes tipos de actores internacionales para significar la ausencia de una autoridad política global, y en los años 1990 se asoció a la transformación del modelo tradicional de Estado y a la necesidad de dotar de legitimidad a la nueva arquitectura del poder. Lo ocurrido con la invasión a Ucrania constituye un reto de mayor envergadura: apunta algo de mayor envergadura: a una mayor pluralidad en la toma de decisiones relacionadas con la subsistencia de la especie humana.
Tal estructura tiene que acompañarse con un nuevo marco jurídico, pero fundamentalmente con una acción educativa mancomunada para la formación de sujetos capaces de fomentar la paz, el amor y la amistad entre todas las naciones.
Tres opiniones avalan la necesidad de una acción educativa:
1. El ingeniero José Ramón López, en un artículo publicado en la revista digital Consenso, planteó que las propiedades de un sistema determinan las propiedades de sus componentes y los vínculos entre ellos. Ningún sistema puede ser mejor que sus componentes; por tanto, el mejoramiento del sistema sociedad es imposible sin el mejoramiento de sus componentes, las personas.
2. José Ortega y Gasset en La rebelión de las masas escribió: “Todo, todo, es posible en la historia -lo mismo el progreso triunfal e indefinido que la periódica regresión-…”. Y
3. Abraham Lincoln, el 19 de noviembre de 1863, en sus reflexiones concentró la idea de la democracia en su famosa frase: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Por las guerras desatadas a lo largo de miles de años, tenemos que aceptar, nos guste o no, que los humanos hemos cambiado muy poco y en algunos aspectos hemos retrocedido. Se impone, pues, cambios en el ser humano; un camino largo, complejo, laborioso, pero ineludible para que la humanidad sobreviva.
Si la humanidad no quiere desaparecer -escribió Gonzalo Arias- hay que descartar la fuerza bruta y confiar más en las cualidades espirituales. Y esas cualidades están en falta. Hay que formarlas para contar con ciudadanos capaces de asumir responsabilidades desde la sociedad civil con el fin de fomentar, garantizar y preservar la paz; algo que no puede continuar como responsabilidad exclusiva de los gobiernos; mucho menos cuando algunos de ellos deciden por sus pueblos sin que estos los hayan elegido libremente.
Dimas Cecilio Castellanos Martí (Jiguaní, 1943).
Reside en La Habana desde 1967.
Licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana (1975), Diplomado en Ciencias de la Información (1983-1985), Licenciado en Estudios Bíblicos y Teológicos (2006).
Trabajó como profesor de cursos regulares y de postgrados de filosofía marxista en la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Habana (1976-1977) y como especialista en Información Científica en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana (1977-1992).
Primer premio del concurso convocado por Solidaridad de Trabajadores Cubanos, en el año 2003.
Es Miembro de la Junta Directiva del Instituto de Estudios Cubanos con sede en la Florida.
Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia (CEC).