En esta isla, tan aislada en lo político como en lo geográfico, hoy en día vivimos y libramos una gran batalla. La orden de combate fue dada y aún no ha sido retirada, el 11 de julio de 2021 se abrió el camino de la confrontación desde el poder contra todo cuanto pueda asociarse a lo vivido ese día. Orden que hizo valer la fuerza sobre la desesperación y los ánimos de liberación de una multitud que se lanzó en pos de expresar su inconformidad y los pedidos más elementales como medicinas, libertad y cambio. A casi un año de estos sucesos vivimos en medio de una realidad aún más difícil, sobre todo cuando se piensa una solución que nos abra camino hacia una etapa de oportunidades como país.
Los meses venideros han ido concretando la asertividad de una estructura de poder para frenar. Las condenas, actos de repudio, persecución y la labor de la propaganda oficial sobre todo vestigio de disentir, han asegurado el mejor de los resultados como premisa de quienes aún creen poder transitar hacia algún destino mejor, sin aceptar el peso indiscutible de esta represión hacia el caos total como sociedad.
Con el mínimo acceso a las redes, la situación de escasez, un sinnúmero de ciudadanos emigrando, la tolerancia cero a cualquier proceso social, académico o político capaz de dar impulso a un cambio posible e incluyente, pareciera que han obtenido su resultado.
Hoy vivimos una calma aparente y comprometedora que cierra sobremanera las posibilidades del sistema imperante sobre los cubanos para crear algún escenario positivo sobre el presente y futuro de nuestra sociedad.
Como consecuencia de lo anterior el sistema disminuye sus plazos de subsistencia y la calma de los sepulcros impera en el día a día de todos. En ello se mezcla el miedo creíble, el desmembramiento estructural, a través del cual vemos como las formalidades de atenciones del Estado a los derechos y garantías como ciudadanos se vacían cada vez más de contenido. Sucede en lo educativo, en la salud, la alimentación o la economía. La queja como elemento innato del paternalismo asumido por las masas va desapareciendo en un aparente surrealismo patético, entre la atrofia social y el miedo creíble, el mal escala de modo descomunal en una espiral cada vez más abarcadora.
A diferencia de otras etapas, las variables económicas del proceso actúan de modo caótico tirando hacia abajo el status quo de los grupos y fuerzas intermedias que mantienen el “orden y basamento ideológico”. Entre las élites más altas y la mayoría gobernada, para crear verdaderas brechas y contradicciones que exponen considerablemente a esos mismos actores a vivir la misma vulnerabilidad de las mayorías sociales.
También los experimentos constantes en la sociedad, adaptados e insertados desde un ambiente viciado por la burocracia, la corrupción y la opresión aseguran irremediablemente el aumento de las contradicciones internas y el debilitamiento ideológico como factor de unidad para esta minoría que gobierna. Es evidente la competencia de los grupos de poder en estos procesos para sacar ventajas sin una sólida apertura económica para toda la sociedad.
Ante este escenario a casi un año de los sucesos del 11J tenemos: manifestación, represión, reafirmación del proceso represivo, cese casi absoluto de cualquier vestigio de oposición manifiesta, escasez, disfuncionalidad estructural en todos los sectores, desánimo y conciencia bastante generar de que estamos fracasados.
¿Acaso sobre todo esto es posible ver alguna luz, atreverse a sugerir alguna salida, esperanza o actitud? No es retórica gastada esa máxima que expresa que, “cuando más oscura esta la noche, más cerca está el amanecer”. Por supuesto que sí es posible tener esperanza y actuar en consecuencia.
Es en este contexto límite que vive Cuba hoy, es donde debemos aplicar esa máxima de Viktor Frankl que parafraseándole dice así: “la última de las libertades es la libertad de escoger cómo vivir nuestra falta de libertad”. No se trata de un aliciente o distracción espiritual, hablamos de un principio activo capaz de transformar nuestra realidad.
Muy similar a los retenidos en aquellos campos de concentración de la segunda guerra mundial nos encontramos los cubanos en la isla. Vivimos en un espacio agobiados por el odio visceral de quienes no aceptan otro destino o salida. El miedo, la escasez y la marginación constantes lastran la dignidad humana de tal modo que llegamos a dudar de nuestra condición de personas.
Sin lugar a dudas quiero reafirmar la importancia y valor que tiene que cada uno de nosotros, ciudadanos de este país, asuma la comprometida actitud de dignificarnos a nosotros mismos, reconociendo el profundo aporte que tiene sobre el presente que vivimos, abandonar el rol de víctimas y en consecuencia impregnar un nuevo orden personal ante las diferentes situaciones límites.
En esta dura realidad, y tras la búsqueda de sentido, propongo reflexionemos sobre estos obstáculos, para poder contribuir a superar la situación:
La barrera de quienes viven en sociedad exclusivamente desde una realidad de dependencia del Estado. Hablamos de una inmensa mayoría que por más disfuncional, atropellados y vejados que se encuentran ante la crisis cotidiana, siguen insistiendo en soluciones estructurales desde los mismos principios de paternalismo que genera dicha crisis.
Para este grupo social que aún es considerable en nuestra sociedad; todo intento de cambio, cuestionamientos, o iniciativas cívicas en el que se cambia el patrón de dependencia y sumisión, no resulta válida la propuesta. La barrera los lleva a ignorar y en algunos casos a atacar. Ante la crisis actual, mantenerse en este modo de actuar representa un alto riesgo de ser arrasados por la propia crisis.
Otro grupo social en aumento está marcado por la decepción y la convicción de que el modelo no funciona y a su vez se siente y proyecta una desvalorización y desánimo total, aumentando las brechas entre la crisis cotidiana y la capacidad para transformarla. En esta posición la barrera a superar es la del inmovilismo y la incapacidad de tomar iniciativa. Por pequeño que nos parezca el solo hecho de no estar indiferentes y desanimados es un cambio necesario y útil.
Sobre nuestro presente recae todo tipo de males, enfermedad, represión, escasez. Todos debemos ser precavidos en los principios más elementales ante la crisis para poder sobrevivir, física y espiritualmente hablando.
La espiral de más de seis décadas de una ideología de masas, del daño antropológico, y del cierre de su propio ciclo, advierten que el Leviatán se rebelará contra sí mismo y arrasará todo a su paso. Pero después del naufragio vendrá un tiempo de gracia, ese tiempo de gracia se debe nutrir de nuestra actitud, de la virtud y valor con la que actuemos todos y cada uno de los cubanos.
Finalmente quisiera reafirmar esta invitación a actuar conforme a ese sentido elemental y digno de ser personas, y la condición asumida desde un protagonismo personal tan necesario para nosotros mismos y nuestra sociedad. Me refiero al principio descrito anteriormente sobre “la última de las libertades”. Elijamos con determinación cada paso conforme a esta convicción de que, por mínimo que creamos que podamos hacer, siempre existe la libertad de elegir la postura, el pensamiento, la intención de la que nos hacemos acompañar, en esto radica el umbral de la victoria y la resurrección sobre el caos y el miedo existente. Hagámoslo ya.
Néstor Pérez González (Pinar del Río, 1983).
Obrero calificado en Boyero.
Técnico Medio en Agronomía.
Campesino y miembro del Proyecto Rural “La Isleña”.
Miembro del Consejo de Redacción de Convivencia.