Los días que corren en Cuba se suceden entre la resignación y la desesperanza. La pandemia, el ordenamiento monetario, la falta de combustible, los apagones y la crisis generalizada, demuestran que el problema no es “coyuntural”, sino que es reflejo del sistema: un problema estructural. Si la casa se construye sobre arenas movedizas se hundirá. Si los cimientos no son fuertes la estructura caerá por su propio peso. Si los expertos alertaron del peligro, una vez llegado al punto de la casa construida ¿de quién es responsabilidad del derrumbe y las afectaciones?
Las ideas anteriores podrían parecer cargadas de un pesimismo extremo. Sin embargo, considero que hay una gran distancia entre la resignación y la resiliencia y que, a pesar de que muchos cubanos parecieran vivir resignados ante tanta calamidad, son muchos más los que luchan de manera resiliente para sobrevivir en esta Isla donde nos ha tocado nacer y echar a andar nuestros proyectos de vida.
La resignación no es resiliencia. Resignarse es aceptar pasivamente y con plena conformidad las adversidades, asimilarlas como parte normal de nuestras vidas y vivir contando con todos los problemas, vengan los que vengan. La capacidad de resignación pudiera servir para una eventualidad puntual e inevitable, pero no es un estado constante, sobre todo, cuando se nos avecina un problema tras otro, y cada uno de mayor envergadura y alcance.
Las soluciones a estas crisis sobre crisis parecen estar muy alejadas de la realidad, no se corresponde la necesidad con la respuesta al problema, y la voluntad de cambio del estado negativo de las cosas a veces no es perceptible.
Pareciera que quien sufre las consecuencias es responsable de las causas o, al menos, eso nos hacen creer en muchas situaciones cotidianas. Por otro lado, adaptarse activamente también es entregarse voluntariamente a alguien, es ponerse en las manos y la voluntad de otra persona. Para ello se requiere confianza, certeza en que nada malo vendrá de la otra parte, o si bien no tiene la solución en sus manos, vive y sufre con el afectado su dolor y le acompaña ciertamente.
Hace mucho tiempo el ciudadano ha perdido la confianza en las instituciones porque el burocratismo, la corrupción, el desinterés por las causas ajenas, la cultura del sálvese quien pueda, y la vida en ausencia de la verdad, han carcomido desde adentro y ponen al descubierto los peores males sociales.
En cambio, la resiliencia, también vista como una cualidad personal, describe el comportamiento de aquellas personas que se adaptan positivamente y, a pesar de la adversidad, luego de padecer el mal, se sobreponen a él. De estas podas de crecimiento la persona puede salir más fortalecida y, aunque es más difícil, debería ser la propuesta para los muchos males sociales que nos aquejan hoy día. No es fácil, ciertamente; pero es mejor cultivar la resiliencia que la resignación, porque esta última da idea de no querer luchar por un futuro más digno y prósperocomo el que merece cada persona en este mundo. Resignarse, en este sentido, es perder la cuota de responsabilidad social que nos toca. Es poner la pelota en el otro lado del terreno, para dejar en manos ajenas la decisión que estuvo, una vez, en nuestro terreno. Ser resiliente es padecer, pero crecer, morir y resucitar, apostar por la fortaleza interior y la capacidad de cada persona humana para superar la carga. No es un proceso pasivo, sino aportando los carismas, talentos y esfuerzos para cambiar lo que deba ser cambiado y todo aquello que esté afectando nuestro desarrollo humano.
Nunca es más desatinada, en medio de tanto dolor y carestía que sufre el pueblo cubano, aquella muestra de resignación expresada en la conformidad de que esto que vivimos es porque así nos tocó. El ser humano es evolución constante. Transformación física y espiritual constante. Los creyentes, por ejemplo, hemos asumido que la cruz de cada día supone un riesgo, pero es el único camino para la salvación. Que vivir el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia es, a veces, romper los esquemas, modificar las estructuras y “buscarse lío” como ha exhortado el Papa Francisco a los jóvenes cristianos.
Pero la resiliencia siempre edifica, sobre todo, porque nos puede hacer personas con conciencia cierta, verdadera y recta.
Debemos asumir que la persona, en medio de la sociedad en que vive, es la protagonista de su propia transformación, y del cambio de esa sociedad y no al revés: nunca la persona se debe dejar transformar o más bien manipular por la sociedad. Al transformarse y transformar la sociedad, la persona expresa plenamente sus dones y su vocación de servicio transformador.
Hacer lo posible y pedir lo imposible puede parecer una quimera, pero debe ser la fuerza que nos motive a levantarnos. Hundirse en esa filosofía de “lo que nos ha tocado vivir” es asumir una realidad que ninguno de nosotros tuvo la oportunidad de elegir. La persona humana es, por naturaleza, un ser social y como tal le rodean polémicas de deberes, derechos, pertenencias e identidades. Seamos fieles a nuestra esencia. No nos conformemos con la calamidad. No respondamos a la situación con desidia. Cultivemos el cuerpo y el alma, para poder movernos entre la inteligencia y la voluntad conscientes de que nos unen la dignidad, la igualdad y la libertad.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.