Cuando confundimos causa y consecuencia

Yoandy Izquierdo Toledo
Jueves de Yoandy

En la resolución de conflictos existen dos premisas necesarias para lograr el éxito: la primera, estar conscientes de que verdaderamente existe un conflicto, llamarlo por su nombre, identificarlo de manera certera; la segunda, determinar las causas que lo están provocando. Quizá se
a más fácil, por la propia sicología humana, darnos cuenta de que estamos inmersos en una situación problemática, de que el estado de las cosas no es normal, o la realidad que nos circunda es hostil. Pero se puede tornar un poco difícil hacer un análisis de causas, llegar a la raíz del problema, encontrar la relación causa-efecto.

Entre esa confusión nos movemos los cubanos en disímiles ocasiones. Unos por desconocimiento y otros por acomodo a la causa la llaman consecuencia, y viceversa. Ese mejunje no conduce a la solución urgente y necesaria. No esclarece, sino enturbia. No desenreda, sino teje más conflictos o complica los existentes. No propone, sino que aporta deficiencias. Los cubanos, en apretada síntesis, somos más buenos para el diagnóstico que para la resolución.

Considero que no se trata de un asunto del ADN del cubano, sino de otra consecuencia del modus vivendi. La educación recibida en las últimas décadas ha conducido a la formación de un “hombre nuevo” con escalas de valores diversas, donde el relativismo moral y la falta de discernimiento son dos grandes deficiencias que conducen a la vida en ausencia de la verdad. Por otro lado, independientemente del Estado y el ámbito educativo, la familia también ha dejado una gran responsabilidad en manos de las instituciones, fenómeno que ha conducido a ahondar el problema del analfabetismo a la hora de dilucidar la raíz de muchos otros males que aquejan al ciudadano y a la sociedad.

Algunos ejemplos nos pueden ayudar a comprender mejor cómo nos podemos ver envueltos en la confusión de la causa y el efecto:

Cuando identificamos como la causa del desabastecimiento en Cuba a las personas que “acaparan”. Si hubiera una cantidad suficiente de productos o un mercado mayorista eficiente no importaría cuántos paquetes de papel higiénico comprara una persona, o cuántos refrescos desea pagar con su dinero que ahora, para más INRI, no es en la misma moneda con que se le paga el salario al digno trabajador. El acaparamiento es una consecuencia del desabastecimiento, no la causa que lo ha provocado. Es un síntoma de la escasez que necesita buscar culpables y justificaciones para todo.

Cuando identificamos como la causa del desabastecimiento en Cuba al bloqueo de Estados Unidoscaemos en la dinámica del gobierno de poner fuera del país la causa del problema para ocultar el bloqueo interno a la iniciativa privada, al emprendedurismo, a todo lo que huela a libertad.

Cuando hablamos del “amiguismo y la resolvedera” en las instituciones de salud para poder realizar un análisis o una radiografía, acceder a una consulta estomatológica o cualquier otro proceder médico más complejo, estamos obviando que eso es consecuencia de la falta de recursos, de la mala gestión de los que hay, y de la incapacidad del modelo que debe dejar el poder centralizado para dar paso al ejercicio libre de las profesiones. Es una consecuencia, no la causa, porque cada persona busca, como mecanismo de sobrevivencia, una salida que recurre, lamentablemente, al tráfico de influencia.

Cuando en plena pandemia de COVID-19 se hablaba de carencia de sistemas de detección del virus, dígase pruebas rápidas o PCR, no siempre estuvo correlacionado con la alta incidencia por regiones, sino que en muchas ocasiones no se disponía de estos recursos en los puntos habilitados para ese fin. Los tests eran reservados para urgencias (como si un virus pandémico no lo fuera en todo caso, y quien asiste en busca de una prueba de detección no lo hiciera porque necesita confirmar o descartar para evitar propagación y complicaciones). Pero no faltaron los ciudadanos que culpaban a sus conciudadanos de querer hacerse exámenes de COVID-19 por gusto. Eso es colocar, nuevamente, la causa de la escasez del recurso en la demanda del ciudadano, y no en el deficiente sistema de suministros médicos.

Cuando escuchamos a nuestros coterráneos hablando o replicando la versión de que los apagones son ocasionados por la alta demanda de los consumidoresestamos asistiendo a una gran confusión que intenta hacer pasar desapercibida la causa que es la falta de combustible, la infraestructura obsoleta o la falta de mantenimiento de las termoeléctricas.

Socializar la calamidad puede conducir a trivializarla, hacer normal algo que no es intrínseco a la naturaleza humana. Somos personas y como tal debemos vivir en igualdad de derechos y oportunidades, y con la capacidad para discernir qué es bueno y qué es malo. Definir las causas y las consecuencias de la situación que vivimos o la que está por venir es un ejercicio ciudadano de elevada responsabilidad. Y es, sobre todo, un compromiso con nosotros mismos y con la sociedad en la que nos desarrollamos. Llamar las cosas por su nombre tiene un alto precio, pero otorga tranquilidad de conciencia que es, a fin de cuentas, lo que nos puede mantener íntegros en los principios morales que nos edifican y hacen valer como seres sociales contemporáneos.

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.
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