MANTENER EL CAPITAL HUMANO: UNA URGENCIA PARA LA ECONOMÍA CUBANA

Miércoles de Jorge

Más allá de los recursos físicos, financieros y de otro tipo, para cualquier empresa así como para cualquier país, el recurso principal y más importante es el humano. La gente, su nivel de conocimientos, las habilidades y competencias técnicas y profesionales con que cuentan y que a lo largo de su vida desarrollan como medio para su propio desarrollo personal y el de la sociedad en general. Eso que comúnmente se ha llamado el capital humano, y que resulta un eje central sobre el que se puede construir el crecimiento económico y para que los países se desarrollen.

Algunas visiones, como las del destacado economista y filósofo Amartya Sen, hacen además, una distinción entre capital humano y capacidades humanas, aludiendo a la necesidad de que diferenciemos y potenciemos el segundo sobre la visión reduccionista de la persona que predomina en torno a la idea de capital humano o recursos humanos. Se trata de incorporar al análisis, no solo al individuo visto como una fuente de mano de obra o como una máquina que produce bienes y servicios buenos para la sociedad, sino como una persona que busca desarrollar un proyecto vital para sí y para el servicio a los demás. Las capacidades humanas, según Sen, son un concepto que habla no ya de las habilidades que adquirimos a lo largo de nuestra vida, sino también de cómo las usamos y qué hacemos con esa vida de la que estamos llamados a ser protagonistas, de las libertades y las oportunidades con que contamos para poner en práctica nuestro proyecto vital.

Cualquiera que sea el enfoque, es evidente la importancia capital de las personas por encima del dinero, y de cualquier otro activo en el que pudiéramos pensar. Tanto el capital humano entendido como las competencias y habilidades adquiridas por las personas a lo largo de la vida como las capacidades humanas entendidas según Sen, son imprescindibles para el crecimiento y el desarrollo económico. La primera visión aunque reduccionista de la persona, y a pesar de las complicaciones que supone el entender a la persona como medio y no como fin, es necesaria para el crecimiento y el desarrollo, y la segunda se torna imprescindible para poder hablar de verdadero desarrollo humano.

Es precisamente esta idea la que me motiva a escribir sobre el tema, pues sufro al ver como en Cuba la crisis económica, política y social está agotando y limitando sensiblemente ambos “activos”, el capital humano y las capacidades humanas. Cada día crece más el número de personas, especialmente jóvenes, que abandonan el país, y con ellos se va lo mejor que tenemos. Se nos van los ingenieros, los arquitectos, los abogados, los economistas, los periodistas, fotógrafos, diseñadores, programadores, y un larguísimo etcétera.

No se trata de un “robo de cerebros” sino de un “escape de cerebros”, y no solo de cerebros sino de personas. Se nos va el capital humano con el que deberíamos contar para reconstruir el país, para salir de la crisis, y el principal motivo es la ausencia de un enfoque de capacidades humanas. No basta, como bien señala Sen, con tener capital humano, hacen falta capacidades. No bastan las habilidades y competencias técnicas, hace faltan posibilidades reales de ponerlas en práctica, de usarlas como medio para vivir la vida que escojamos y que creemos tiene sentido ser vivida.

El problema es mucho más serio de lo que podríamos pensar. No es solo que el país envejece, y que es insostenible el sistema de pensiones y la seguridad social por lo reducida que es la población económicamente activa y la creciente tendencia del número de personas dependientes. Sino que además se nos van profesionales que se han formado y que en muchos casos se quedarían aquí a realizar sus proyectos de vida si existieran oportunidades para ello. Oportunidades que está en las manos del gobierno cubano crear y que no dependen –como nos quieren hacer creer– de un enemigo externo.

Si de algo se llenan la boca quienes defienden a la llamada revolución cubana y al gobierno que por sesenta años ha dominado la vida de la nación, es el recurrente argumento favorable a los servicios de educación y salud provistos por dicha fuerza política y el sistema socialista imperante. Dentro de estas dos “banderas” del socialismo cubano –las cuales se encuentran en un profundo estado de deterioro– uno de los logros importantes que se ha conseguido es contar con una población con un significativo nivel de calificación, especialmente cuando se compara con países latinoamericanos y con otros países del tercer mundo. Se está derrochando ese importante recurso, mientras la crisis se agrava y el futuro se ve cada vez más comprometido y con mayor incertidumbre. Estamos a tiempo de enfrentar con reformas profundas y estructurales este delicado problema.

 


Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.

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