Alejandro de la Fuente/Guillermo D. Olmo¦¦
Publicado en BBC News y Convivencia con autorización expresa del autor
Las protestas del 11 de julio en Cuba llamaron la atención del mundo por inusuales en una isla poco acostumbrada a las manifestaciones contra el poder.
Aunque se trató de una ola de indignación espontánea que se organizó a través de las redes, muchos observadores creen que la marginación -y en especial en la que viven muchos afrocubanos- fue uno de los factores que desembocaron en el 11 de julio.
Expertos y cubanos de a pie sostienen que la marginación de la población afrodescendiente es habitual en la isla. Aunque la Constitución cubana establece que “todas las personas son iguales ante la ley” y rechaza explícitamente el racismo y la discriminación por el color de la piel.
Fue la condena al rapero de raza negra Denis Solís y la represión al Movimiento San Isidro (un colectivo artístico de origen popular) lo que motivó el pasado noviembre una protesta de artistas frente al Ministerio de Cultura, que supuso el pistoletazo de salida a unas protestas de intensidad creciente por el deterioro de las condiciones de vida y la falta de libertades en la isla.
Y fueron músicos afrocubanos como Yotuel o el dúo Gente de Zona los que crearon la canción “Patria y vida”, que se ha convertido en una especie de himno de quienes salieron a protestar contra el gobierno.
El historiador Alejandro de la Fuente, profesor de Estudios Africanos y Afroamericanos en la Universidad de Harvard, lleva años estudiando la discriminación racial en Cuba y es autor de libros como “A nation for all. Race, inequality and politics in Twentieth-century Cuba” (“Una nación para todos. Raza, desigualdad y política en la Cuba del siglo XX”), o “Becoming free, becoming black. Race, freedom and law in Cuba, Virginia and Lousiana” (Volverse libre, volverse negro. Raza, libertad y ley en Cuba, Virginia y Luisiana”).
De la Fuente cree que los cambios económicos de los últimos años en la isla dejaron de lado a los afrocubanos y el gobierno no quiere escucharlos. BBC Mundo conversó con él.
¿Por qué cree que la desigualdad racial fue clave en las protestas en Cuba?
Porque los que salieron a protestar el 11 de julio son los perdedores del nuevo capitalismo de Estado que se ha desarrollado en Cuba en los últimos 30 años. Y los afrodescendientes están entre los grandes perdedores de las reformas que han tenido lugar. Han sido excluidos de las nuevas actividades de los nuevos sectores económicos.
Esa gente que expresó su ira asaltando tiendas de moneda libremente convertibles están gritando que no tienen acceso a esos bienes ni esos espacios. Se debe a que los cubanos afrodescendientes tienen un acceso mucho menor que los cubanos blancos a las remesas familiares que vienen desde el sur de la Florida.
Es fruto de una composición sociodemográfica cubana, no de una política de fines racistas, pero produce diferencias masivas. Y se suma el hecho de que el sector turístico y privado que se ha desarrollado en Cuba ha sistematizado políticas de empleo racistas y excluyentes. Hay una montaña de evidencias que lo demuestran. Así funciona el racismo estructural.
¿A qué prácticas discriminatorias se refiere?
Muchos anuncios para contratar personal en cafeterías y bares dan abiertamente preferencia a personas de raza blanca y en algunos lugares se excluye de manera más o menos explícita a los afrodescendientes.
Junto con la estratificación social que ha crecido de una manera brutal en los últimos 30 años, se han ido creando espacios fundamentalmente blancos. Cuando los afrodescendientes gritan libertad en la calle, se refieren también a eso, a poder acceder y participar.
Por eso hay movimientos como el Movimiento San Isidro, que viene de un barrio de mayoría afrodescendiente en el corazón de La Habana. Es un barrio de gente pobre y, aunque es un movimiento fundamentalmente cultural, una de sus principales demandas estaba en las tiendas de moneda libremente convertible, de las que están excluidos porque no tienen dólares para entrar en las que ven a diario en La Habana Vieja.
¿A qué se refiere cuando habla de un capitalismo de estado en Cuba? Es un país que se declara socialista.
Consiste en una alianza entre grupos empresariales vinculados al Gobierno y al capital extranjero. Llamar socialismo a eso es conceptualmente inadmisible. En el Buró Político del Partido Comunista Cubano hay representantes de esos grupos empresariales, que están sobre todo en manos de los militares.
Esos grupos trabajan con el capital extranjero y eso explica por qué en 2020, mientras la gente pasaba enormes necesidades, las inversiones en nuevos hoteles se disparaban. El dinero fluía hacia los nuevos hoteles, mientras la gente no tenía qué comer.
¿No es ilegal que haya negocios que discriminan a los negros?
Viola la legislación cubana, pero también la viola la manera en que la gente ha sido detenida después de las manifestaciones. No ha habido voluntad política por defender esas leyes ni algunos principios que son casi sagrados en el ideario nacional y que un día abrazó la Revolución cubana.
Muchos en el movimiento afrodescendiente en Cuba han levantado su voz para denunciarlo, pero ese movimiento ha sido ignorado, aplastado, rechazado, silenciado.
Entonces un día la gente salió a la calle, ya no aguantó más. No son demandas nuevas; han estado sobre la mesa durante décadas. Se han dirigido muchas veces al gobierno y la respuesta oficial ha sido lamentable, pese a que el Gobierno tendría en principio el poder y los instrumentos jurídicos para combatir esas prácticas.
Sostiene que el tema racial ha sido un tabú en el imaginario nacional cubano. ¿Por qué?
Las naciones suelen fundarse en mentiras y silencios, y la cubana nace de las cenizas de la esclavitud. En Cuba no se abole la esclavitud hasta 1886, muy tarde en el panorama americano. Solo Brasil lo hizo más tarde. El proceso de crear una nación con esas semillas implica la creación de mitos nacionales, de ideario, de una forma de pensar la nación. Donde más fácil se aprecia eso es en el ideario de José Martí.
A finales del siglo XIX, Martí, y otros como él, enarbolan una visión de Cuba en la que no puede haber una guerra de razas porque no hay razas.
Por supuesto, lo hace porque hay cubanos, blancos, negros y mulatos; y lo dice porque teme una conflagración racial.
Una manera de manejar políticamente esas tensiones raciales es sencillamente silenciarlas. Se presenta una nación postracial, en la que todos los cubanos tienen igual participación y el tema de la estratificación racial se convierte en un tabú.
¿Y la revolución encabezada por Fidel Castro abordó este problema?
Lo heredó y abordó. En el primer año, 1959, los activistas afrodescendientes en Cuba se dan cuenta de que hay una oportunidad histórica y quizá se pueda lidiar con este problema.
Se produce entonces un debate público sin precedentes y Fidel Castro hace un llamado a hablar del tema, a ganar la batalla contra la discriminación con esa visión guerrillera tan optimista de que es posible lanzar una ofensiva y acabar con el problema.
Pero dos años más tarde Fidel ya empieza a hablar del racismo como algo del pasado que ya se superó, y, por lo tanto, recupera y recrea el nacionalismo cubano, que tiende a silenciar este problema no resuelto.
A partir de ese momento, cualquiera que plantea estos temas es excluido del proyecto revolucionario y calificado de contrarrevolucionario, y hay una serie de intelectuales afrocubanos en la década de 1960 que caen en el ostracismo y son repudiados.
El gobierno cubano abrió un debate sobre la cuestión racial, pero De la Fuente cree que se cerró en falso.
¿Quiénes fueron esos intelectuales?
Walterio Carbonell, por ejemplo; Nicolás Guillén Landrián, un cineasta y documentalista que hizo trabajos interesantísimos en la década de 1960; Carlos Moore, que terminó emigrando de Cuba; y otros menos conocidos. Yo trabajé con un grupo de artes visuales en la década de los 70 que después crearon el llamado Grupo Antillano y trataban de ofrecer una visión de Cuba como una nación afrocaribeña, algo muy difícil de diseminar en la Cuba de entonces.
Los afrodescendientes son un porcentaje muy importante de la sociedad cubana. ¿Está proporcionalmente representado en las instituciones?
El último censo disponible es de 2012 y, según él, un 36% de la población es no blanca. La población afrodescendiente está subrepresentada en el Buró Político del Partido Comunista, que es el órgano efectivo del poder en Cuba. Aunque está mejor representada en el Consejo de Estado y la Asamblea Nacional, la representación es menor que el peso en la población.
En un trabajo reciente vimos que, si se mira en los sectores donde están las mejores oportunidades de vida, los afrodescendientes también están subrepresentados.
Se los encuentra en sectores estatales, pero ahí no están el verdadero poder ni el poder económico. En la Cuba de 2021 tener un puesto importante en un ministerio significa percibir un salario en pesos cubanos que no compite ni siquiera con lo que gana un barman en el sector turístico privado.
¿Y por qué le parece lamentable la respuesta que ha dado el Estado? ¿Qué es lo que ha hecho tan mal?
Más bien es lo que no ha hecho. Desde los orígenes mismos de Cuba como nación, el activismo afrodescendiente ha luchado por el sueño de una nación igualitaria e incluyente.
En los últimos 30 años ha existido algún movimiento importante, aunque difuso. Más que una gran organización nacional, han sido proyectos diversos en las artes plásticas, en la música hip hop, en el cine y la literatura, que han estado demandando atención a estos temas.
Porque, aunque la estratificación no haya sido creada por el Gobierno, debería hacer algo para contrarrestar efectos, como que los afrodescendientes tengan un acceso muy inferior a los flujos de capital.
El gobierno cubano ha sido reacio a la idea de que los afrodescendientes tienen derecho a sentarse a la mesa de la nación.
¿Qué podría hacer el gobierno?
Pudiera crear mecanismos crediticios para compensar a las personas que no tienen acceso a esos flujos de capitales y crear una estructura robusta de persecución contra prácticas discriminatorias. Pudiera dejarle muy claro a los inversionistas que no es aceptable crear un negocio que discrimina abiertamente.
En el 2019, el Gobierno anunció un Plan Nacional contra la discriminación racial. Sonó como una oportunidad pero todos nos sentimos defraudados porque el gobierno habla del racismo como un vestigio del pasado que debe extinguirse con el tiempo.
El racismo no funciona así. Es recreado por la sociedad cubana en multitud de espacios y prácticas todos los días, también cada vez que un bar saca un anuncio diciendo que solo quiere gente blanca alta. El racismo no es una cosa heredada y sobre la que no tenemos ningún poder, sino que parte de las estructuras y de la vida cubana contemporánea.
¿Y por qué cree que el Estado no actúa?
Por una parte, el nacionalismo cubano permite tratar el racismo como algo ya superado. Por otra, los grupos empresariales que operan en el capitalismo de Estado están más preocupados por las ganancias que por la justicia racial.
Pero creo que la razón definitiva es la incapacidad de las autoridades cubanas para escuchar.
El Movimiento San Isidro o los artistas del 27 de noviembre han tenido el diálogo como reclamo principal. Ese es el tema central del manifiesto del Movimiento San Isidro. Yo traje a Harvard en 2018 a más de 30 activistas y les pedí que articularan sus propuestas. Invitamos al Ministerio de Cultura cubano y no quiso participar. El gobierno ha sido particularmente reacio a la idea de que los afrocubanos tienen derecho a sentarse en la mesa de la nación.
Más bien parece que no es solo con los afrodescendientes; el gobierno cubano no se sienta a conversar con nadie.
Sí. Esa sordera no tiene color. Se aplica también a otras formas de activismo, como el movimiento 27 de noviembre, que es básicamente un movimiento por la libertad de expresión.
Pero cuando hablamos del racismo tratamos un tema de particular sensibilidad, no solo porque afecta a un amplio sector de la población, sino porque la revolución cubana supuestamente había tenido mayor éxito en esto y durante décadas gritó que era un problema resuelto.
¿Y de veras se había resuelto?
Es cierto que el Gobierno cubano obtuvo éxitos impresionantes en aspectos como reducir la desigualdad en el acceso a la educación y la salud, y la brecha racial disminuyó considerablemente entre las décadas del 60 y la década del 80.
Pero los avances estaban sustentados en la capacidad del Estado de bienestar cubano de ofrecer oportunidades a toda la población, con los subsidios soviéticos detrás. Eso colapsó en los 1990. Era una especie de castillo de naipes. Subsistía esa Cuba profunda que nunca se enfrentó abiertamente al tema del racismo.
Esa Cuba integradora, que aborde el problema racial, ¿es posible en un sistema de partido único y con las libertades en entredicho como la Cuba actual?
No es posible poner inclusión y partido único en la misma oración. El sistema político cubano ha demostrado reiteradamente su incapacidad para crear espacios de participación.