Hace unos años leí algo que decía: “Hay tres cosas que son las más difíciles de cumplir en la vida: guardar un secreto, perdonar un agravio y saber aprovechar el tiempo. Las dos primeras creo haberlas cumplido y puede que usted también tenga la sensación de haber guardado bien un secreto e incluso de perdonar una ofensa.
Sin embargo, quien haya vivido en Cuba, durante los últimos sesenta años, como un ciudadano normal del común de los mortales, pudiera casi asegurar que casi nadie ha podido cumplir el tercero de estos desafíos: no perder el tiempo.
Solo pondré algunos ejemplos a modo de recordatorio convincente, sin embargo puede ser que a muchos de los lectores de esta revista les haya sucedido algo parecido:
Primer caso: Haber comprado un equipo electrónico nuevo y además muy caro, que por tanto requirió de un gran sacrificio que no se puede hacer todos los días. Pero resultó que al poco tiempo de uso, una de sus piezas colapsó, entonces comenzamos a buscarla después de largas “colas” o filas, para recibir la negativa por respuesta. ¿Y el tiempo invertido? Venga la semana próxima que van a “entrar” piezas de repuesto. Volvemos cada semana consumiendo un precioso tiempo, pasaron meses y al año no me quedó más remedio que desechar el equipo por falta de una pieza… Fue una pérdida de dinero y de comodidad, pero estos se pueden recuperar, lo que nunca más volverá a mí será el tiempo que semana tras semana perdí miserablemente en las colas, sin resultado alguno.
Otro caso: Se dan casos de trámites burocráticos que pudieran resolverse con una computadora y buena comunicación. Sin embargo, la tranquila respuesta de una funcionaria que pareciera que vivirá eternamente es: Tenga paciencia, hay que esperar que se pueda ir a La Habana, hacer la búsqueda manual y presencialmente, y luego esperar que el mensajero de la “nacional” lo embarque para Pinar del Río. Aquí lo recepcionamos, lo clasificamos y le avisamos para recoger el documento, pero… para más seguridad dese una vueltecita por aquí martes o miércoles de cada semana hasta ver si “llega”. Al final llegó el papel. Con cara de triunfo la burócrata me “da la buena noticia”: “Ya bajaron de La Habana su documento”. Habían transcurrido cinco largas semanas. La gestión terminaba… pero y mi tiempo ¿quién me lo devolvería?
Cada cual habrá vivido las largas colas con sus frías noches “para ver si viene”. Sin saber a ciencia cierta que “van a traer”, y si nos va a “tocar”. Pudiera tratarse de productos del agro, de yogurt de soya, medicamentos o detergente líquido.
Si miramos para atrás en la historia de más de medio siglo en Cuba: ¿Cuánto tiempo, esfuerzo, sacrificio y separación de la familia perdidos en las Escuelas en el Campo, ahora desaparecidas, abandonadas, transformadas en albergues o casas? El tiempo perdido en aquellos cruces de ganado que producirían al mismo tiempo y en abundancia, más que Suiza u Holanda, leche y carne, queso y yogurt. Nos hicieron perder el tiempo.
Cuántas horas nocturnas perdidas del sueño y el descanso “velando a ver si ponen” el agua, preciado líquido que antes no faltaba, no se cobraba y no se contaminaba. Pero ahora, falta por semanas, se cobra más caro, se contamina… pero sobre todo nos hace perder el preciado tiempo del descanso nocturno o tiempo de otras labores domésticas porque lo mismo puede llegar el agua a las doce del mediodía o de la noche.
Otra pérdida de tiempo, esta vez de forma colectiva, toda la sociedad cubana pierde su irrecuperable tiempo de vida echando la culpa de la situación crítica que tenemos a los coleros, acaparadores y revendedores. Cuando la realidad es que hemos perdido el tiempo durante más de sesenta años en volver a probar y seguir experimentando con un modelo económico que no funciona, que no es productivo y que es la causa verdadera de la escasez. Ese tiempo no regresará. Nos lo hicieron perder irremediablemente.
Como se ha podido observar no hemos sido solo nosotros los que no hemos administrado bien nuestro tiempo. Son causas externas a nuestra voluntad las que han provocado que malgastemos tiempo de nuestra vida en nada. Esa causa externa es el modelo de sociedad que nos han impuesto y que no tiene conciencia alguna de que el tiempo de cada persona es sagrado, y nada ni nadie tiene derecho a malgastarlo sencillamente porque no se puede recuperar.
Para terminar recuerdo una vieja frase ya gastada por el tiempo y la continuidad del despilfarro de nuestras horas de vida: “Cambiar todo lo que deba ser cambiado”. Pues no le hagamos perder el tiempo a nadie por nada. Es el don más preciado, porque es nuestra vida y porque no se puede recuperar. Espero y deseo que esto también sea cambiado para el bien de todos. ¡Que así sea!
- Luis Cáceres Piñero (Pinar del Río, 1937).
- Pintor.
- Reside en Pinar del Río.