Cuando Aura tiró de la manta para cubrirse sintió la lisura de las escamas junto a su tobillo. Esperó la mortal reacción, pero la serpiente apenas se movió. Recordó la primera advertencia que le hicieron al llegar al país, tener cuidado con aquellos reptiles; no había salido del aeropuerto y ya la habían intimado tres veces con el tema, insistían en que revisara el bungaló antes de irse a dormir, por lo menos el cuarto, principalmente la cama.
Aquella mañana Aura había salido del alojamiento precipitadamente; el jet lag y el descuido de no adelantarle un par de horas al reloj le hicieron retrasarse para la entrevista con el general. Únicamente tuvo tiempo de lavarse la cara, bebió un poco de agua directamente de la pila, luego echó en su bolsa la grabadora, un block, dos lapiceros y salió hacia el ministerio dejando la cama deshecha.
Ahora estaba rosando con su tobillo la consecuencia de haber ignorado los avisos, el propio general la había alertado casi al final de la entrevista.
El encuentro fue largo y en apariencia intrascendente, pero Aura sabía que al sentarse a traducir los arabescos taquigráficos, había tenido que dejar la grabadora a la entrada del ministerio, comenzaría a esclarecer mucho de los enigmas por los cuales la habían enviado a X.
Dos soldados la condujeron hasta el despacho; el general les ordenó en perfecto español que los dejaran solos, Aura comprendió que ni siquiera quedaría el testimonio de un traductor. Solamente había visto al general en fotos, sentado detrás de un escritorio de aspecto macizo, uniformado y con gafas oscuras. En cambio la recibió vistiendo una camisa azul claro y en lugar de las gafas de sol llevaba unos espejuelos de lectura con montura dorada. No se levantó pero con un gesto amable la invitó a sentarse en una de las dos sillas que estaban frente al escritorio. Las biografías apócrifas sobre el general coincidían en el año de nacimiento, pero cada una de ellas reseñaba un día distinto, por lo que su cumpleaños podía ser cualquiera entre el 1 de enero y el 31 de diciembre.
Desde el primer minuto el general se saltó todas las reglas, Aura tuvo que descartar la lista de preguntas que había elaborado meticulosamente durante la semana previa a su viaje a X.
El general hizo una pausa para beber un poco de agua luego de una hora de monólogo ininterrumpido, Aura aprovechó para saber de las acusaciones que recibía el Estado sobre el encarcelamiento de las mujeres de “La huelguita”. El general sonrió, apuró el vaso y le explicó, con la mayor serenidad que podían traslucir las palabras de un hombre casi octogenario, que en X no había cárceles, así que no podían existir presos de ningún tipo.
La serpiente reptó por su pierna y cruzó sobre el abdomen para ovillarse en la oquedad tibia que había entre el brazo y su seno; era mediana, y eso la inquietó más, una serpiente pequeña es casi siempre venenosa. Son animales fascinantes, en Aura nunca habían provocado ese pavor que suele experimentar la gente con solo mirarlas en la televisión, más bien le trasmitían tranquilidad al verlas surcar la arena, nadar o arrollarse en una rama; pero ahora era un peligro real, podía sentir el siseo de su lengua junto al pezón. La serpiente se aquietó de nuevo y como antes, cayó en un largo período de inmovilidad.
Aura estaba convencida de que el general estaba convencido de todo lo que decía, sus palabras tenían un poder hipnótico, de ahí aquel fulgor olímpico que lo rodeaba y que hacía que la periodista por momentos olvidara su labor taquigráfica.
Inesperadamente el general enmudeció y hundió el mentón en su pecho. Luego de un par de minutos alzó la cabeza enérgicamente y le preguntó si había algo en concreto que quisiera saber. Aura insistió en el paradero de las mujeres de “La huelguita”, el general entonces se levantó por primera vez de su asiento y comenzó a recorrer la habitación. Estaba descalzo, tenía un pie monstruoso, ningún zapato habría de servirle a aquella masa desproporcionada donde era imposible reconocer un dedo o un tobillo. Fue entonces que el general le advirtió sobre las serpientes señalando su horroroso pie. El resto de la conversación duró casi una horas donde el general se disolvió en una apología hacia su constitución física, y cómo su organismo había repelido el veneno de la cobra real más grande que había atacado a un humano; le enseñó la piel que colgaba a la entrada del despacho, Aura no la había visto hasta entonces, en verdad eran los despojos de un animal de algo más de cuatro metros.
La serpiente continuaba allí, junto a su costado. Frente a la cama había un reloj de pared con manecillas que fulguraban en la oscuridad. Los minutos pasaban penosamente, aunque Aura no quería dormirse la tensión fue minándola y terminó por hundirse en el letargo que precede a los sueños profundos. Aún pudo recordar fragmentos de los últimos minutos de la entrevista con el general. Cómo luego de la visión del paquidérmico pie fue perdiendo ante sus ojos el misticismo del comienzo, cómo el monólogo se había vuelto incoherente y febril. Hablaba de conspiraciones, de serpientes, de muchas serpientes por todas partes, de veneno. Tocó una campanita de mostrador que tenía encima del escritorio y entraron los soldados que la habían conducido en la mañana, el disgusto se hizo evidente en sus rostros al ver al general caminando por el despacho, lo llevaron nuevamente a su lugar y lo hicieron sentarse con una amabilidad cundida de desprecio. Aura preguntó nuevamente por las mujeres de “La huelguita” pero el general había hundido otra vez el mentón en su pecho, tal vez se miraba el pie deforme, pie que seguramente hacía muchos años no salía de aquel lugar, el sueño otorga estos preciosos momentos de lucidez, ella tampoco saldría nunca de X.
Los soldados la llevaron con la misma amabilidad con que habían sentado al general en su silla. Al pasar junto a los restos de la cobra real tuvo la impresión de que esta se movía, como si dentro de aquella piel muerta se agitara algo vivo.
- Yerandy Pérez Aguilar (Pinar del Río, 1990).
- Tiene publicado el poemario “bitácora de un paria” (Editorial Primigenios, 2021).
- Textos suyos aparecen reseñados en revistas cubanas y extranjeras, así como en las antologías “La casa por la ventana” (Proyecto Arte Cuba, 2012), “Bicentenario de Gertrudis Gómez de Avellaneda” (Sevilla, 2014), “Catalejo II” (Ediciones Loynaz, 2018) y “Las piedras clamarán” (Ediciones La Luz, 2021).