Lunes de Dagoberto
Todos podemos percibir, aunque en diferente grado, los niveles de crispación que crecen en Cuba hoy. Pareciera como una olla a máxima presión. Esto no es bueno para nadie. Esto es una señal de que algo anda mal en nuestra sociedad y todos sabemos cómo describir esta realidad que afecta no solo las relaciones sociales, sino también la estabilidad psicológica en particular, y antropológica en general.
Lo hemos repetido: “no se puede estirar la liga hasta que se parta”. La paciencia tiene un límite. La aplicación de la fuerza también. Traspasar esos límites puede ser un camino sin regreso. Ceder no siempre es señal de debilidad, puede ser señal de inteligencia. Exigir no siempre es violencia, puede ser un derecho o incluso un deber. El respeto por la dignidad, las libertades y los derechos de los demás es y debe ser la base de toda convivencia social. Quien irrespeta no solo ofende, sino que rompe, fractura esa base que es fundamento de la paz cívica. Hay que parar. Hay que serenar. Hay que dialogar. Hay que moderarse y moderar.
Diálogo no es complacencia
El contenido de un diálogo ha sido muy manipulado y con frecuencia la significación de esa palabra ha sido desfigurada y desprestigiada. Sin embargo, nuestra condición humana, la necesaria convivencia social, el respeto de todos los derechos humanos para todos, exigen irrenunciablemente rescatar el vocablo y la realidad que verdaderamente significa.
Diálogo no es complacer siempre al otro sin respuesta ni correspondencia. Diálogo no es perder el tiempo o ganar tiempo para debilitar al contrario o esperar otras salidas. Todo proceso de diálogo tiene condiciones y sin ellas no lo es.
- La primera condición es la voluntad de dialogar de verdad, es decir, escuchar y responder, discrepar y consensuar, rechazar y proponer, denunciar y anunciar caminos nuevos.
- La segunda, es el reconocimiento del otro como interlocutor válido y la inclusión de todas las partes concernidas. Esta es tan importante como la primera. No se puede ir a un diálogo en condición de subordinación o superioridad.
- La tercera condición es el respeto en el trato con el otro. Con descalificaciones y maltratos no se puede dialogar: Es cuidar la actitud, los gestos, la forma de ubicarse.
- La cuarta condición es el lenguaje. La mejor voluntad, y los más nobles propósitos, incluso la mejor razón, pueden perderse a causa del lenguaje. Algunos identifican el lenguaje como el alfabeto del diálogo. Como la clave para abrir el canal de comunicación.
- La quinta condición es cumplir las reglas del diálogo previamente
- La sexta condición es acordar unos objetivos y una agenda: general para cumplir esos objetivos, y parcial para cada sesión.
- La séptima condición es nombrar mediadores, garantes y asesores, y el rol de cada uno de estos servidores del diálogo.
- La octava condición es evaluar avances, estancamientos o retrocesos en cada paso.
- La novena condición es decidir qué se hace ante los resultados de la evaluación.
- La décima condición es la debida discreción que necesita todo diálogo para avanzar sin ruidos entorpecedores. No es secretismo. Es método y sentido común. Ningún diálogo en conflictos graves se hace en la plaza pública o en los medios de comunicación. Incluso las conversaciones en visitas oficiales de jefes de Estado u otras autoridades se hacen de forma privada, aunque después se publique un comunicado conjunto.
Como podemos ver son condiciones muy primarias, básicas, que a la vez pueden ser consideradas como una metodología del verdadero diálogo. El diálogo es primero actitud, después lenguaje, y luego proceso. No todos los diálogos tienen que desembocar en una negociación. Según sean los objetivos que se quieran alcanzar. Un diálogo puede quedarse en el mutuo conocimiento, en el intercambio de información y en preparar ambiente y contenidos de una subsiguiente negociación que se distingue porque debe arribar a la aprobación de acuerdos, tratados, pactos.
Toda negociación conlleva un diálogo, pero no todo diálogo tiene que culminar en negociación. Para que ambos sean verdaderamente lo que son, es indispensable la revisión y avaluación periódica de los mismos identificando avances, estancamientos, desviaciones o retrocesos.
Moderación no es sumisión
El mundo de hoy pareciera que da bandazos como el péndulo: va de un lado a otro. La crispación empuja al péndulo cada vez más a los extremos. Eso es una enfermedad cívica y política. Es un método de los populismos de un lado y de otro del diapasón ideológico. La crispación y los extremismos no solo han sido las causas de las guerras mundiales y de los conflictos violentos crónicos, son también hoy reminiscencias y lacras de la concepción antihumana de que la fuerza, la violencia, la rebelión, son los únicos y mejores caminos para alcanzar mayores niveles de libertad, justicia e igualdad.
La historia del siglo XX en el mundo y la de Cuba en los últimos 68 años, demuestra que la violencia engendra violencia, que la guerra no soluciona nada, que la fuerza somete pero no transforma. Son fracasos que dejan heridas que duran decenas de años y generaciones marcadas para siempre. Sabemos que quienes cierran la puerta al cambio en paz, abren la puerta a la violencia. Pero no debemos caer en la tentación de subir la parada.
Sin embargo, la moderación ha dado visibles y mejores resultados cuando las partes en conflicto la asumen como camino, la usan como método y no la consideran como una sumisión del contrario. Cuba necesita moderación de todas las partes, dentro y fuera. Los extremos provocan los resultados contrarios a los que se esperan o, por lo menos, los marcan y desfiguran.
Como en el diálogo, la moderación no significa complacencia o sumisión a los dictados del otro. Moderación es lo contrario de crispación. El moderador de un congreso no silencia a los participantes, al contrario, facilita su participación y garantiza la atención del resto, mediante el orden en el evento y el cumplimiento de las reglas y dinámicas del grupo. La moderación modula, no merodea. Sopesa, no provoca. Vigila, no se duerme en los laureles o en la comodidad. Es sobriedad, no sosedad.
La moderación no es neutralidad, es templanza. Los aceros más fuertes son los que más temple tienen. Moderación no es flojera, es equilibrio. No es estar en la cerca, es evitar ponerse o poner al otro contra las cuerdas. No es evitar el conflicto, es la disposición a resolverlo. Es la actitud para ser parte de la solución aunque sea parte del problema. Nunca he entendido esa disyuntiva tan generalizada: “ser parte de la solución, no del problema.” Me parece bien para los que se pueden salir del problema. Ponerse aparte, alejarse de los conflictos y ayudar desde fuera. Pero, con mucha frecuencia, somos parte del problema y no podemos, o no debemos, salirnos para resolverlo, sino ser parte de la solución desde dentro.
Jesucristo se metió, se encarnó, no salvó desde fuera el problema del mundo, aunque se mantuvo lejos del mal en medio del mundo. “No te pido, Padre, que los saques del mundo sino que los preserves del mal” (Juan 17,15). Gandhi, Luther King, Havel, Mandela o Walesa, no dejaron de ser parte del problema, solo dejaron de crisparlo, dejaron de echar más leña al fuego, y se pusieron a proponer soluciones mediante las vías no violentas, con los métodos pacíficos, con el diálogo y la negociación. Fueron todos hijos de la moderación y protagonistas de los cambios.
Cuba necesita que muchos de sus hijos, cada vez más, nos matriculemos en la escuela del diálogo, la negociación, la moderación y la templanza. Ya sabemos que no es fácil, pero es lo mejor. La respuesta a la crispación no puede ser la violencia, ni la respuesta a la violencia puede ser usar los mismos métodos del represor. Es demostrar que somos diferentes, que somos de otra escuela, que cultivamos otro estilo de vida y otros métodos para alcanzar lo mejor para Cuba.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. - Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.