Artesanos de la paz: memoria, perdón y reconciliación

Jueves de Yoandy

Así como en Convivencia dedicamos más tiempo a la búsqueda de propuestas y soluciones, que al diagnóstico y la descripción de los problemas que se nos presentan, a la altura del séptimo capítulo de la Encíclica Fratelli tutti, el Papa Francisco nos acerca a determinados “Caminos de reencuentro”. Ellos representan opciones válidas y urgentes para garantizar la fraternidad y la amistad social.

Este capítulo trata de conjugar tres elementos fundamentales, inherentes a la paz. A saber: la memoria, el perdón y la reconciliación. Una difícil tríada que ayuda lo mismo en la escala personal que en la social, es decir, en la historia de los pueblos. Existe un factor necesario a la hora de establecer esta conjugación trifactorial y es la voluntad personal. El espíritu de convocatoria y reunión en torno a la mesa del diálogo y la construcción de salidas viables, consensuadas y pacíficas, muchas veces son la clave del destino de los pueblos. El principio y el fin se encuentran en las actitudes humanas, que disponen o no a la persona para la búsqueda de la verdad que nos hará libres. Al respecto el Papa nos recuerda que “en muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (F.T. No. 225).

Las heridas del pasado pueden seguir doliendo, lo harán hasta que la persona no sea “capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones” (F.T. No. 226). Vivir una ruta basada en la nostalgia de los tiempos pasados, o en este caso en el rencor de las pugnas, cicatrices y vivencias negativas que se hayan tenido anteriormente, impedirá mirar con ojos limpios el presente que nos toca vivir, y por supuesto empañará el futuro que seamos capaces de construir. De ser así, caminamos hacia delante con una marcada tara genético-social que condiciona el comportamiento saludable de todos los ambientes y los actores que en ellos se desempeñan

En el constante esfuerzo por alcanzar esa cohesión social, múltiples veces pregonada, se mantiene el presupuesto de que las marcas del pasado han sido superadas, pero sin un entendimiento a través del diálogo o la negociación de las partes implicadas. Esto reitera la premisa más importante de la que debemos partir para alcanzar la meta de la civilización del amor. La realidad cubana, a lo largo de los años, ha mostrado unos rostros fracturados por la división a causa de la ideología y la emigración, por solo mencionar dos de ellas. Los pasos hacia el reencuentro, más allá del estrechón de manos o la palabra vacía, requieren de una limpieza del corazón. No se puede entregar la rosa blanca, cuando en la otra mano sostenemos las espinas; no se puede tender la mano amiga, cuando en la mente albergamos las mismas concepciones de antaño, que dividen y separan.

“El esfuerzo duro por superar lo que nos divide sin perder la identidad de cada uno, supone que en todos permanezca vivo un básico sentimiento de pertenencia” (F.T. No. 230). Esto es lo que a veces resulta más difícil: sentirse parte de algo que no nos pertenece, o que al menos no sentimos como propio porque no tenemos ni voz ni voto efectivo para edificar entre todos la casa común. Otro tema es el de la identidad: cuando se busca el reencuentro, la disposición hacia ese camino implica la exclusión de todo lenguaje beligerante, el destierro de las causas anteriores al conflicto y el respeto la pluralidad. No es lo mismo hablar del respeto o la convivencia con las diferencias, que referirnos a la necesaria diversidad, al cultivo de la pluralidad que consideramos positiva y necesaria. En el primer caso pareciera como una colocación en un lugar superior, más adelantado, que dice ser capaz de convivir, pero quizá no de tolerar siempre, o hasta el límite en que no se transgredan los intereses propios. Eso no es convivencia fuerte y duradera. Es conveniencia temporal, es pose, es actitud en busca de un marcado beneficio que reconoce que somos diferentes en “esto” y en “aquello”, pero para lograr “esto” podemos excluir “aquello” y las cosas marcharán. Esta no es la defensa de la identidad de la que hablamos, ni la actitud liberadora para llegar al perdón y la reconciliación.

El Papa Francisco nos habla de una “arquitectura de la paz”, pero también de unos “artesanos” de la paz; es decir, resalta la conjunción de las diversas instituciones de la sociedad civil y el Estado, con todas las personas, llamadas a vivir en la armonía y la construcción de espacios de pacificación. “No hay punto final en la construcción de la paz social de un país”… para ello debemos persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común” (F.T. No. 232). Contrario a lo que muchos pensamos de niños, y algunos incluso de mayores, “la paz «no solo es ausencia de guerra sino el compromiso incansable —especialmente de aquellos que [ocupan] un cargo de más amplia responsabilidad— de reconocer, garantizar y reconstruir concretamente la dignidad tantas veces olvidada o ignorada de hermanos nuestros” (F.T. No. 233). Triste es ver cómo determinadas sociedades reprimen a sus ciudadanos, les lapidan a través de los medios de comunicación social monopolizados y politizados y, sobre todo, y a su vez, les quieren hacer ver que esas prácticas son dignas y que ese es el mejor camino de la justicia y la paz social.

El tema de la memoria, el perdón y la reconciliación puede resultar escabroso. Tal es así que “algunos prefieren no hablar de reconciliación porque entienden que el conflicto, la violencia y las rupturas son parte del funcionamiento normal de una sociedad” (F.T. No. 236). En ese caso se trata de personas o estructuras que luchan por mantener el equilibrio de fuerzas, las tensiones como sustento de determinado poder o posicionamiento. Se enmascara la situación de paz, cuando los presupuestos para vivirla no son venidos desde el corazón y son puro simulacro. La paz aparente no es paz, requiere de otros ingredientes como la paciencia, la tolerancia y la comprensión. “No se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable. Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir, es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano. Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño” (F.T. No. 241).

Nadie ha dicho que es “tarea fácil superar el amargo legado de injusticias, hostilidad y desconfianza que dejó el conflicto. Esto solo se puede conseguir venciendo el mal con el bien (cf. Rm 12,21)” (F.T. No. 243) como reza el lema de mi más reciente Alma Máter. La verdadera reconciliación no escapa del conflicto, sino que se logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación transparente, sincera y paciente (Cf. F.T. No. 244). La reconciliación es un proceso personal, y la memoria es un acervo personal que nos permite avanzar, con una conciencia recta, verdadera y cierta, hacia una conciencia colectiva. Perdonar no es olvidar, pero implica una renuncia a la venganza, al predominio de la memoria del mal. “El perdón es precisamente lo que permite buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la injusticia del olvido” (F.T. No. 252).

En esa cultura del encuentro, que es el tema central de este capítulo, el Papa propone, finalmente, desterrar dos situaciones extremas que se emplean en las sociedades como soluciones a determinados problemas. Ellas son la guerra y la pena de muerte. La ausencia de conflicto bélico no es directamente sinónimo de la paz. En muchos países se viven guerras internas, y los conflictos no son resueltos entre sus propios ciudadanos por falta de voluntad y excesos de autoritarismos. En otros, en pleno siglo XXI, como es el caso de Cuba, la Constitución no establece la abolición de la pena de muerte, porque aún los Estados se consideran superiores a la voluntad de Dios, y no creen en la supremacía de la dignidad humana.

Caminemos hacia el abrazo fraterno entre hermanos, con la conciencia clara en que para poder crecer como persona, y como país, necesitamos del perdón y la reconciliación. La memoria histórica significa desterrar la venganza, cerrar el círculo vicioso de la violencia, y construir entre todos el porvenir luminoso y armónico que merece la humanidad.

 

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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