La Iglesia y los cristianos debemos ser para todos los cubanos fuente de esperanza, pero ¿qué pasa cuando somos víctimas del miedo, cuando este nos paraliza e impide seguir un camino claramente trazado por Jesús, cuando nos desviamos y tomamos atajos más cortos pero que no conducen al fin verdadero que perseguimos los cristianos?
No es un secreto para nadie que los seres humanos vivimos con miedo y que a menudo, en Cuba, este es provocado por las políticas del gobierno totalitario que en las últimas décadas ha sometido al pueblo cubano, también y de manera particular a los cristianos. Bajo estas circunstancias, no son pocas las ocasiones en las que el miedo se convierte en freno para nuestros compromisos y responsabilidades, dificultándonos vivir una vida afín con las enseñanzas del evangelio. Nos lleva al inmovilismo y a la apatía, presentándonos un Dios que no es el de la Virgen María ni el de su hijo Jesús.
Los cristianos tenemos el propósito de seguir el camino de Jesús y ser fieles a sus enseñanzas, sin poner otros intereses por encima de esto ni ser indiferentes ante una posible tergiversación del verdadero camino de la fe. Existen también importantes testimonios dentro de Cuba de gente que ha entendido esto, gente capaz de superar los miedos, de vivir con estos sin dejarse dominar, quienes han sido fieles y se han convertido en razón de esperanza para otros. Gente que ha mantenido viva y fuerte a una Iglesia que ha tenido que lidiar con enormes retos.
De cara al futuro, sigue siendo un desafío de primer orden superar los miedos que nos atan y esclavizan, para que seamos una iglesia más encarnada y comprometida, para que seamos más quienes sembramos la esperanza, para que superemos el pecado con valentía y apego a las enseñanzas del evangelio. Creo importante que tratemos de discernir nuestras actitudes diarias, porque hay muchas cosas que pueden condenarnos a la esclavitud del pecado si no superamos nuestros miedos, esos que buscan alejarnos del camino de Cristo. Cuba necesita que no seamos esclavos por el miedo, que superemos los intentos de someternos y callarnos que a diario se nos presentan, y que reflexionemos constantemente sobre esos escenarios en los que somos esclavos o actuamos como tal.
Somos esclavos cuando por miedo al qué dirán o cualquier otro prejuicio, quedamos indiferentes ante prácticas como el aborto, la corrupción, la violencia, la descalificación, la exclusión, la mentira, la discriminación de las personas por su raza, credo u opción política.
Somos esclavos cuando por miedo a represalias, a ser expulsados del trabajo, a ser ofendidos o agredidos física o verbalmente, “adaptamos” la fe cristiana y no nos comprometemos -como hizo Jesús- con la búsqueda del bien común y de la justicia social. Cuando seguimos a un Jesús y practicamos una fe creados o maquillados de acuerdo con nuestra conveniencia, o con lo que nos impongan.
Somos esclavos cuando por miedo condicionamos nuestras actitudes para con la Iglesia y nuestra comunidad cristiana, viviendo un cristianismo de grupitos, que es exclusivo y poco coherente con la fe cristiana. Cuando huimos, nos encerramos, nos cerramos a la crítica, somos prepotentes, entre otras barreras que supuestamente construimos para protegernos del miedo que nos causa asumir la verdad del evangelio.
Somos esclavos cuando por miedo “evadimos” nuestras responsabilidades, obviando los principios y valores de nuestra religión y cedemos ante manipulaciones, iniquidades y mediaciones que por un lado pueden ser buenas pero por otro, podrían hacernos renunciar o dejar en un segundo plano nuestra integridad como cristianos.
Muchas son las situaciones que nos esclavizan al pecado, por eso necesitamos ponernos en manos de Jesús, para escucharlo y pedirle que nos guíe, que ilumine nuestro camino y nos dé fuerza para enfrentar todos estos miedos que hacen que muchos de nosotros fallemos en el intento de ser fieles y coherentes discípulos de Cristo. Cuba y la Iglesia necesitan que venzamos los miedos que nos esclavizan en estos momentos de crisis.
- Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
- Laico católico.
- Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.