Cuba es una Isla. La geografía en ocasiones es superada por la actitud de solo mirar hacia dentro para describir lo bueno, y hacia fuera para encontrar allí, ante el más mínimo atisbo de opinión diferente, al enemigo que pareciera necesario. En su más reciente encíclica, Fratelli tutti, en su Capítulo Tercero, el Papa Francisco nos exhorta desde el título, a “Pensar y gestar un mundo diferente”. Casi abre el capítulo con la afirmación de que “no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas” (F.T. No. 64) e introduce el tema de la apertura a los demás en nuestras relaciones humanas y en el comprtamiento de los difrentes Estados en la comunidad de naciones.
El primer llamado es a aprender a salir de nosotros mismos, a basar las interaciones con los demás en un clima de tolerancia y respeto como premisa para garantizar la salud y la apertura que amplía el horizonte y enriquece el alma. No se puede ser pleno si no salimos al encuentro con los demás y nos quedamos encerrados en el yo interior, en nuestro hogar con los nuestros donde todo puede ser cómodo o al menos controlable. No se puede hablar de apertura e inclusión cuando vivimos solo en la dimensión de nuestros propios grupos y cerramos la puerta a la posibilidad de intercambio, inclusión y diálogo con los demás. Ahí radican las verdaderas debilidades de la persona humana y de algunas comunidades, aunque “hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes demostraciones de fortaleza” (F.T. No. 92).
En ambos planos, personal y comunitario, debemos cultivar esas virtudes que nos hacen abrirnos a los demás. Todas ellas emebebidas en el caldo de cultivo de la caridad, que es amor, y en el dinamismo traducido en comunidad, acogida, encuentro, y diversidad. Quien ve en estas virtudes factores de competencia para desarrollar su proyecto personal, o considera alguno de ellos un problema mayor que un beneficio que cuesta empeño, pero es necesario, solo piensa en el encierro de su isla, o en la autosuficiencia de su corazón. Necesitamos sociedades abiertas que integran a todos. No modélicas, porque como las personas, tampoco ellas son perfectas; pero unas, más que otras, caminan hacia la búsqueda constante del bien común y destierran la cultura de la exclusión, un indicador preciso para evaluar la salud de nuestras familias, comunidades eclesiales, centros de trabajo, de estudio, el barrio y la Nación. Duele chocar, en los ambientes de desarrollo antes mencionados, con un “hermano o hermana que sufre, abandonado o ignorado por (su propia) sociedad”. A ellos Francisco les llama “forasteros existenciales, aunque hayan nacido en el mismo país que les aparta” (F.T. No. 97). También habla el Papa de una especie de “exiliados ocultos”, para referirse a aquellos que por sus capacidades especiales son excluidos de todo proyecto social, o aquellos que por su diversidad ideológica, de credo, preferencia sexual o raza, sufren los estigmas de la división excesiva. Ante estas situaciones, cuando a veces cunde la desesperanza que no deja ver una clara salida, recordemos las bienaventuranzas, las palabras de Jesús a sus discípulos, las claves para la auténtica felicidad: dichosos los pobres en el espíritu, los afligidos, los humildes, los perseguidos…
En el pensamiento y la gestación de un mundo abierto, el amor debe ser extendido más allá de la relación de dos, del hogar donde se vive, de la comunidad donde nos desarrollamos, debe extenderse más allá de las fronteras para generar el clima de “amistad social”. Ello implica, a su vez, el pluralismo antepuesto a una frecunete intención de homogeneizar, con marcados objetivos de dominación, que destierra la diversidad, obviamente la califica de negativa para lograr sus objetivos, y limita el aporte que cada persona puede hacer al todo, que es en este caso el cuerpo social. La diversidad, expresada en la diferenciación de roles en la sociedad, debe ser entendida en clave de pluralismo, nunca debe llegar al punto de aislar o empoderar para creerse superior a otras personas o grupos. Esto solo divide y fragmenta el ideal de fraternidad que es la base para la igualdad y la anhelada libertad. La confusión, acomodamiento, o interpretación de los famosos ideales de la revolución francesa, puede quedarse en la frase abstracta o vacía cuando, por ejemplo se lee, al pie de la letra, que la igualdad dice que todos somos iguales. Ello sirve como instrumento de manipulación y adoctrinamiento, y ya hemos sufrido sus consecuencias, emergidas en nuevos virus sociales. La igualdad es en deberes, derechos y en posibilidades para un desarrollo humano integral. A propósito el Pontífice añade que la realidad “exige un Estado presente y activo, e instituciones de la sociedad civil que vayan más allá de la libertad de los mecanismos eficientistas de determinados sistemas económicos, políticos o ideológicos, porque realmente se orientan en primer lugar a las personas y al bien común” (F.T. No. 108).
Este ejercicio de la fraternidad y el pluralismo requiere eficiciencia, sistematicidad, y dar importancia a las necesidades no solo básicas, sino también, y con igual relevancia, a las necesidades espirituales. La educación, la formación en valores, la educación para vivir en familia, en comunidad y conscientes de los deberes y derechos que nos corresponden por desarrollarnos en ambientes de sociedad civil, son claves intrínsecas para la apertura a los demás y las relaciones personales. Estas interacciones son motores de desarrollo, diálogo fraterno y crecimiento espiritual. Dependerá de la ética y la moral personal poner límite a los derechos para convivir armónicamente, y no incurrir en nuevas variantes de violencia. Me quedo, finalmente, con una propuesta del Papa que reafirma nuestra misión de Convivencia, que recién ha cumplido 13 años de proyecto y camino: “Quienes se dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social tienen también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación” (F.T. No. 114). Desde nuestro umbral para la ciudadanía y la sociedad civil en Cuba, pensamos en ella, y abogamos por nuestro hogar nacional compartido entre todos los cubanos, los de la Isla y los de la Diáspora.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.