Recientemente hemos celebrado la fiesta dedicada a María, madre de Jesús, bajo la advocación conocida por todos los cubanos de “Virgen de la Caridad”, que es como decir madre, mujer o señora del amor y la misericordia. Desde nuestro país, hasta los lugares más distantes, en una imagen, oración o recuerdo de una visita a El Cobre, ella distingue la cubanía y el amor por Cuba. La bandera, el himno y la historia junto al ser de María en todo ello, no solo es coherente sino que inspira, consuela y alumbra la existencia misma de millones de cubanos.
Como de costumbre la Iglesia Católica ha sido una de las principales instituciones en celebrar y tener en cuenta tan emotiva fiesta, aún bajo las circunstancias adversas por las afectaciones de la pandemia que todos conocemos. En torno a los días precedentes como parte de la labor propiamente pastoral, se tuvo muy en cuenta la rememoración histórica relacionada con su reconocimiento por parte del Papa Benedicto XV en 1916 a petición de los mambises con especial cercanía y amor por ella, que desde su fe y veneración a la Caridad, sintieron su apoyo y gracia en la consecución de objetivos políticos, como lo fueron la independencia, la libertad y el progreso para nuestra Nación.
Este año la fecha se tornó con nuevos matices y vimos a nivel público, en las redes y a nivel oficial desde figuras del gobierno y la cultura, expresiones relacionadas a la fecha. Intentos de fiestas, vigilias o toques de santos frustrados por el rigor de las autoridades con relación a la situación epidemiológica, convocatorias a manifestarse por la libertad y el cambio en Cuba, reacciones enconadas y ataques bajo trincheras ideológicas y políticas, que no es, a mi modo de ver, buen provecho de lo que nos puede aportar el espíritu de la celebración y el testimonio de María del Amor.
Con respecto a otros años, algunos de los grupos o personas anteriormente mencionados no estuvieron presentes públicamente en esta celebración de la Caridad. Pero no quiero juzgar. Que toda esta realidad diversa, junto a los testimonios y experiencias que más nos marcaron, con las alegrías y las penas, los anhelos y esperanzas en torno a la fecha, nos ofrezcan un balance más o menos positivo. Para mí, más bien han sido una riqueza y una oportunidad para crecer y reflexionar.
María es, por excelencia, una hacedora de causas a favor de la justicia y un refugio de los oprimidos. Ella, desde su existencia misma como israelita y madre de Jesús, nos muestra su testimonio peculiar que fue disidente y contradictorio del status quo y de la cultura de su tiempo. Embarazada antes de casarse, se expuso desde ese mismo momento a la incertidumbre y el riesgo hasta de muerte. Su actuar nos muestra el alcance y la fortaleza de la humildad y el servicio. Ni los más entendidos de aquel pueblo podían comprender y apoyar el proyecto de Jesús como Ella lo hizo. Pero la madre del Salvador no terminó su labor al pie de la Cruz, sino que trasciende todos los tiempos para acompañarnos hasta hoy en nuestros procesos de liberación personal y comunitaria con todo el alcance social que el hombre moderno ha podido alcanzar.
Para la Iglesia, de la que forma parte María de la Caridad, su himno de liberación que llamamos Magníficat y que podemos leer en el Evangelio de San Lucas capítulo 1, versículos del 46 al 55, es un testimonio patente de su quehacer y compromiso con la justicia, especialmente cuando expresa refiriéndose a Dios: “Él derriba a los poderosos de sus tronos y da poder a los pobres, da cosas buenas a los hambrientos, pero despide a los ricos con las manos vacías”.
Es cierto que Jesús libró una sólida labor en la que planta las semillas de un Reino que inspira y anima la existencia misma de las personas. Desde el mismo momento que se les revela, opta por trabajar contra el mal, de una forma nueva, con el bien que no es ataque sino liberación. Tampoco esa nueva forma pacífica es conformidad o inactividad cómplice con las injusticias sino construcción de una nueva forma de vivir y existir en Dios y comprometidos con nuestro tiempo presente. Jesús, junto a su Madre hizo continuadora a la Iglesia de su labor, habiendo resucitado después de su muerte de cruz, nos dejó a María como madre y testigo de esa liberación. Ella sigue animándonos en esa tarea e intercede por nosotros.
La Iglesia, siguiendo la escuela de Jesús y de María de la Caridad, no tiene como tarea atacar, destruir o imponer un orden político temporal, Jesús tampoco lo hizo. Pero su Iglesia debe sustentarse en los valores y virtudes del Espíritu, encarnándose y compartiendo la vida de la gente de su tiempo especialmente comprometiéndose con sus justos anhelos, de modo que irradie, anime y fortalezca nuestras vidas hacia la transformación de las realidades temporales en las que vivimos. Sin embargo, no siempre es así en la Iglesia pero María sigue siendo Madre y corredentora de la misma Iglesia y del mundo del que formamos parte.
Como nos muestra la historia, los mambises afrontaron su labor defendiendo sus ideales e inspirados en su fe, sin contradicción. En la Virgen de la Caridad se sintieron protegidos y animados. Mientras, la misma Iglesia que en tiempos anteriores a esa lucha con el Obispo Espada, el Padre Félix Varela y sus discípulos del Seminario de San Carlos, promovieron el espíritu de la Nación Cubana, después fue olvidada y desgobernada a manos de los intereses de la Metrópoli. Era una Iglesia, por lo menos en sus miembros más visibles, sustancialmente pro-española en su ser y quehacer. Fue la fe en Dios y en María de la Caridad de aquellos humildes mambises, defenestrados y olvidados en la manigua, la que devolvería, a la iglesia que creció después de la independencia, el esplendor y la defensa de la libertad y de la justicia, una Iglesia que nos enseñó a pensar como en los antiguos y fundacionales tiempos del Padre Varela.
En los últimos sesenta años y como siempre, la Madre de todos los cubanos ha estado presente con los que sufren, los presos, los aplastados en sus ideales políticos o religiosos, con los que han vivido, a través de un largo martirio en vida, la exclusión. Ha sido el escudo y la protección de los emigrados y reprimidos. Ella, María de la Caridad, ha estado con todos los cubanos en su día a día, acompañándonos en cada naufragio y acogiendo en su seno cada vida que se le arrebata a una Nación, o protegiéndonos ante el repudio de un pueblo al diferente.
Sí, la Madre ha estado presente y sigue siendo madre de ellos también, de los que han despedazado el alma de la Nación desde una ideología impía y contraria a la virtud. La madre es madre de todos, de las víctimas y de los victimarios, pero la iglesia y sus fieles debemos ser promotores de un nuevo orden, de una luz y de su profetismo, para no descarriar el rebaño que le ha sido confiado a su cuidado.
“A los ricos los despide vacíos”, dice el Evangelio: todos los provechos materiales que nos hacen cada vez más dependientes, manipulados e ineptos como cristianos, como comunidad, como Iglesia, constituyen fuertes ataduras que vacían nuestra existencia del Cristo que quiere vivir en medio de nosotros, a los que perseveremos en depender y decidir olvidando el Evangelio, somos como aquellos “ricos”. A estos el Señor los despide vacíos. Sin embargo, los pobres, los perseguidos y los agobiados estamos especialmente llamados a ser “colmados de bienes”, de esos bienes espirituales, éticos y patrióticos que “no se come la polilla, ni corroe el gusano”, como también dice la Escritura.
Si es que como Iglesia y comunidad queremos hacernos instrumentos del Dios de María, la Virgen de la Caridad, debemos tener los bienes materiales necesarios sí, pero sobre todo y fundamentalmente debemos gozar de la inclusión, el respeto y la promoción de un proyecto de nación capaz de dignificar la persona de todos los cubanos, dar sentido a nuestras vidas, contagiar esperanza, abrir y compartir espacios de participación y dar voz a los que no la tienen.
Creo que el Evangelio es la fuerza y el proyecto al que María le apostó todo: “hagan lo que Jesús les diga”. Desde su ternura y su mirada nos quiere repetir a cada cubano: “Hagan lo que Jesús les diga”. Nos invita a todos pero de modo especial a los creyentes, los que asumiendo nuestras vidas desde la misericordia de nuestro Dios, debemos facilitar este llamado en cada persona, dejando la última palabra a la voz que nos clama desde el sagrario de cada conciencia y le invita a elegir qué camino tomar.
La cruz cristiana no es beneplácito en el dolor sino consecuencia ineludible de obrar el bien y el compromiso con la justicia y la propuesta de dignificación de las personas en un mundo que se opone a todo ello. La cruz por vivir esas causas del bien, transforma el orgullo y la soberbia ante nuestras derrotas vistas a la luz del poder temporal, para asemejarnos a la imagen de un Dios vivo que, abajado a nuestra existencia terrenal, nos mostró, por medio de su Hijo, cuán cerca de nosotros quiere caminar.
La voz de quienes desde estructuras e ideologías ateas que oprimen y empobrecen al pueblo, hablan sobre la Virgen de la Caridad y la entremezclan con sus procesos de dominación y de un pueblo: todas estas realidades, nos muestran más bien, con mucha certeza, una alarma, un campanazo final, sobre un posible juicio histórico para la Iglesia en Cuba. Cuidemos no seamos escándalo de los más pequeños, de los más perseguidos, de los hambrientos de pan y del Evangelio. ¿Dónde ha quedado el referente de esta Iglesia profética y martirial? ¿Dónde quedó el testimonio de principios de la revolución de aquellas dos viejitas que, rosario en mano y animando a algún que otro valiente niño o joven, sostuvieron la fe en nuestras comunidades?
Yo no digo que sean los peores años de la fe aquellos que transcurrieron en un Estado ateo que persiguió abiertamente la fe porque, sin duda alguna y así lo creo, los peores años de nuestra Iglesia han sido los de esta última década, descafeinada y desorientada que, en medio de una aparente bonanza, sus más profundos y valiosos testimonios de amor y martirio por Ella, subyacen mucho más ocultos y opacados que aquellos mambises que, por su fe, nos legaron -por mediación de la Iglesia- el más bello y noble nombre para una madre, el de la Caridad, el del Amor.
Sírvanos la certeza de que es la buena fe con la que actuamos y la fe en Nuestro Señor Jesús, bajo el amparo de María, la que tendrá la última palabra. Quede la más clara convicción que más allá de la asertividad de un Estado, que con su ideología cala profundamente los cimientos de las instituciones religiosas, Dios tendrá la última palabra conforme con las mejores tradiciones de nuestros padres fundadores, que por su fe y su entender a favor de que lo religioso, es decir, el seguimiento de Dios, es fuente de virtud para una Nación.
Cuba y los cubanos vamos a lograr la anhelada libertad, la oportunidad de convivir en el respeto y una mayor fraternidad. Esta es la mejor fiesta que podemos ofrecerle a la Madre de todos los cubanos, a “Cachita”, como se llama en Cuba a la Madre de Jesucristo.
Pidamos para que este año vivamos desde nuestra fe, los sueños, proyectos y dificultades, animados y amparados por la ternura de la Madre de nuestro Señor y junto a la comunidad de los creyentes. Que nos sintamos reconfortados por Ella. Y que, más allá de los signos y acciones necesarios, que como parte y a nombre de la Iglesia o de sus Ministros, seamos capaces de realizar o recibir, no sea nunca más la apatía o el conformismo los que predominen en nuestro actuar con respecto a la Iglesia y a nuestra patria. Que nuestras opciones sean la fidelidad profética, encarnada y misionera como nos la propusieron hace algo más de tres décadas en el “Encuentro Nacional Eclesial Cubano” (ENEC) la más amplia y valerosa representación de nuestras comunidades reunidos en torno a su fe y compromiso cristiano.
- Néstor Pérez González (Pinar del Río, 1983).
- Obrero calificado en Boyero.
- Técnico Medio en Agronomía.
- Campesino y miembro del Proyecto Rural “La Isleña”.
- Miembro del Consejo de Redacción de Convivencia.