Giselle De Bruno Jamison ∫∫
Introducción
¿Quiénes son los que deberían proporcionar soluciones efectivas y de largo plazo para resolver las crisis de carácter global, como la pobreza extrema, la destrucción ambiental o la pandemia del coronavirus? Idealmente, incumbiría a los líderes políticos y económicos, pues son quienes poseen los recursos financieros y el poder necesario para hacerlo. Sin embargo, esto generalmente no ocurre o, si ocurre, resulta ineficiente o parcial, pues los líderes empresariales aspiran a incrementar sus ganancias personales, mientras que los líderes políticos, ya sea de países democráticos o autoritarios, priorizan ganar las elecciones o conservar el poder indefinidamente.
Para visualizar y empezar a encontrar repuestas más permanentes a problemas globales, se debe ir por fuera de estos dos sectores y hacia adentro de la llamada “sociedad civil.” Este sector tiene la capacidad de liderar los cambios necesarios para obtener soluciones globales a los grandes problemas de la humanidad. Sin los condicionamientos de la economía o de la política, la sociedad civil puede “auto designarse” para ir tras la meta de obtener “el bien común” y de proteger los derechos individuales simultáneamente. Este breve ensayo pretende delinear algunas ideas básicas para incentivar una discusión más profunda de cómo la sociedad civil puede y debe combatir los efectos negativos del COVID-19.
¿Qué es la sociedad civil y cuál es la relación con el bien común?
La sociedad civil es “la amplia gama de organizaciones no gubernamentales y sin fines de lucro que tienen presencia en la vida pública, expresan los intereses y valores de sus miembros y otros, basándose en consideraciones éticas, culturales, políticas, científicas, religiosas o filantrópicas” (Banco Mundial, 2020). Este sector, elemento clave para desarrollar sociedades democráticas y libres, adquirió un lugar relevante en los últimos treinta años, gracias al acceso masivo a los medios de comunicación y a la innovación tecnológica (Hooghe y Stolle, 2003).
Por su posición privilegiada, de encontrarse en el medio del sector público y del sector privado, el llamado “tercer sector” tiene la capacidad no solo de denunciar las grandes injusticias globales, sino de crear situaciones de win-win (ganancia mutua) para sus respectivos miembros, el público en general y, también, para los otros dos sectores. En esta relación simbiótica, la sociedad civil necesita de los recursos financieros, que el sector económico posee, y de las leyes de protección al derecho a la asociación, que los gobiernos puedan delinear (más difícil, por supuesto, en sociedades autoritarias), mientras que el sector privado y el sector público necesitan de la confianza de la sociedad civil para lograr sus respectivos objetivos. Por ende, la sociedad civil posee la clave para exigir a los líderes políticos y económicos la claridad y transparencia necesarias para actuar en beneficio del bien común.
Para ser efectivo, el bien común no debe entenderse en sentido utilitario, como el bien de la mayoría, sino como el “conjunto de aquellas condiciones sociales que consienten y favorecen en los seres humanos el desarrollo integral de su persona” (Mater et magistra, 1961). Es más; como afirmó el Papa Juan Pablo II “el bien común depende de los logros de solidaridad que existe en la sociedad civil” y se transforma en “un contrato entre generaciones, que equilibra la libertad y la autonomía con la solidaridad y el cuidado de los otros” (Scannone, 2018).
III. La sociedad civil y la pandemia
La pandemia del coronavirus ha hecho estragos en los sistemas de salud pública y en las economías a nivel global. En solo siete meses, murieron más de 725.000 personas a causa del virus; medio millón se ha infectado y la mayoría de los países están en riesgo de una recesión económica global (Interlandi, 2020). Si bien no se conoce con certeza cómo y cuándo se originó el SARS-CoV-2, causante de la enfermedad, la comunidad científica mundial concurre en que el virus está en el aire y en que es extremadamente contagioso y dañino, en particular para los ancianos y para quienes padecen enfermedades pulmonares. A la vez, aunque por el momento no hay cura, existe consenso de que el distanciamiento social, el uso de barbijos, y el lavado constante de manos son la mejor manera de reducir su transmisión.
Uno podría pensar que, con esta información vital, los países estarían trabajando uniformemente para salvar vidas y para proteger a los sectores más vulnerables de los efectos negativos de los cierres forzados y de la pobreza. Sin embargo, los resultados son mixtos: países tan disímiles como Cuba, Alemania o Uruguay parecen tener menos muertes que Estados Unidos o Brasil; Argentina continúa con una cuarentena indefinida, con severos estragos económicos y psicológicos, mientras que Nueva Zelanda se declaró libre del virus. El análisis del porqué y qué políticas gubernamentales han sido más eficientes en bajar el contagio se discutirá por años, después de que la pandemia desaparezca o que disminuya su efecto (Convivencia, 2020). Sin embargo, esta situación muestra, también, algunos claros ejemplos de cómo la sociedad civil ocupa los espacios vacíos —dejados por los gobiernos y por la economía— con el fin de ayudar.
En Brasil, por ejemplo, agrupaciones gremiales llevaron a la Corte Internacional Penal (CIP) con sede en La Haya quejas concretas contra el desdén por la vida humana evidenciado por el presidente Bolsonaro. En Norteamérica, obispos, rabinos e imanes actuaron con rapidez, cerrando las puertas de sus templos, incluso en ciudades sin cuarentena obligatoria. El cierre concreto de los templos o iglesias no significó la interrupción de los servicios sociales y espirituales para sus fieles, quienes continuaron practicando su culto a través de las computadoras o con otras modalidades de distanciamiento social. Y en muchos rincones del mundo, organizaciones sin fines de lucro como Feeding South Florida del sur de la Florida, siguieron creando alianzas entre voluntarios, el sector privado y el gobierno local para distribuir toneladas de alimentos a millones de desempleados sin techo o sin trabajo.
A la vez, sin embargo, en sociedades individualistas, como en los Estados Unidos, agrupaciones de defensa al consumidor están demandando al sector privado por el uso obligatorio de mascarillas dentro de los comercios, a pesar que ellas deben usarse para proteger al otro —no solamente a uno mismo—; o ciertas iglesias cristianas evangélicas que protestan por el cierre de sus instalaciones o por la necesidad de cubrirse la cara al cantar en sus coros, aludiendo que el uso de barbijos es una ofensa a la libertad individual y a la religión (Interlandi, 2020). Esto demuestra que no toda la sociedad civil trabaja, necesariamente, para el bien común, pero es preciso que se determine a ir en pos de esa meta, para poder ayudar a la sociedad en general. Por ende, no solo es necesario trabajar con el sector público y el sector privado para avanzar sobre soluciones a problemas globales, sino que también es necesario crear una cultura que valore el respeto individual dentro de la responsabilidad moral de ayudar al otro.
Conclusión
Los problemas de índole global, como la pandemia del coronavirus, no van a resolverse si se deja la solución en manos del sector privado o de los gobiernos, ya que estos tienen metas que no necesariamente priorizan el bien común. Esto no implica que carezcan de responsabilidad social, pero sugiere que es la sociedad civil, por ubicarse entre ambos, la que puede moverse más libremente para trabajar por el bien de la sociedad. Es la sociedad civil la que puede crear lazos con el sector privado y el sector público, y educar en los conceptos del bien común, con el fin de alcanzar una cultura que se mueva del individualismo egoísta a la solidaridad humana.
Si hay algo que esta pandemia ha demostrado, es que la simple acción de un solo individuo en la sociedad, como es el usar mascarilla, puede salvar miles de vidas humanas. Como advirtió el centro IHME (Institute for Helath Metrics and Evaluation) de la Universidad de Washington, en Estados Unidos, por ejemplo, más de 70.000 vidas podrían salvarse, si el número de individuos que usa mascarillas aumentara del 55% actual al 95% de la población (IMHE, 2020). Lamentablemente, como el gobierno de ese país no va a imponer su uso obligatorio, esto solo puede lograrse si la sociedad civil considera la vida del otro como un bien común y asume la obligación ética de protegerla. Cuando los líderes políticos y económicos carecen de estos valores, los referentes religiosos, sociales, éticos y educativos tienen el deber moral de defenderlos y de legitimarlos, mediante la palabra y las acciones concretas.
Bibliografía
“Civil Society.” World Bank. https://www.worldbank.org/en/about/partners/civil-society/overview (August 10, 2020).
Hooghe, M., and D. Stolle. 2003. Generating Social Capital: Civil Society and Institutions in Comparative Perspective. Springer.
Interlandi, Jeneen. 2020. “Why We’re Losing the Battle With Covid-19.” The New York Times. https://www.nytimes.com/2020/07/14/magazine/covid-19-public-health-texas.html (August 10, 2020).
“Liderazgo político y pandemia.” 2020. Convivencia. http://centroconvivencia.org/convivencia/ciudadania/11835/liderazgo-politico-pandemia (July 15, 2020).
“Mater et Magistra (May 15, 1961) | John XXIII.” http://www.vatican.va/content/john-xxiii/en/encyclicals/documents/hf_j-xxiii_enc_15051961_mater.html (August 10, 2020).
“New IHME COVID-19 Forecasts See Nearly 300,000 Deaths by December 1 | Institute for Health Metrics and Evaluation.” http://www.healthdata.org/news-release/new-ihme-covid-19-forecasts-see-nearly-300000-deaths-december-1 (August 10, 2020).
Scannone, Juan Carlos. 2018. “Sociedad civil y bien común” Tomo-2.Pdf. https://www.ucc.edu.ar/archivos/documentos/EDUCC/Novedades%20editoriales/2018/Sociedad-civil-y-bien-comun-Tomo-2.pdf (August 10, 2020).
Nota: La autora quiere agradecer las sugerencias editoriales de la Licenciada Liliana Anzaudo, Buenos Aires, Argentina.
- Giselle De Bruno Jamison.
- Doctora en Ciencias Políticas y Máster en Estudios Internacionales con especialización en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Internacional de la Florida.
- Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad Católica de Córdoba, Argentina.
- Actualmente, es directora del programa de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de Santo Tomas (St. Thomas University) en Miami, Florida.