CUBA: ENTRE LA EMOCIÓN Y LA RAZÓN

Miércoles de Jorge

A menudo los seres humanos reaccionamos a las realidades que se nos presentan, especialmente cuando estas nos plantean retos difíciles, con una dosis sentimental y emocional elevada. En una cola, si nos maltratan, a menudo maltratamos o pagamos con el “ojo por ojo”, ante decisiones importantes nos estresamos y nos “ahogamos en un vaso de agua”, cuando alguien nos ofende o critica respondemos mal, con críticas u ofensas, a veces actuamos en masa por miedo a las consecuencias o callamos ante una injusticia por temor a levantar la voz, por el qué dirán, etc., entre muchísimas otras situaciones en las que realmente resulta difícil no dejarse llevar por la emoción del momento, por lo que sentimos, por lo que el instinto y la reacción natural de nuestro cuerpo y nuestra mente nos indica como lo que se debe hacer en ese momento.

Sin embargo, no son pocos los casos en los que al poner la cabeza sobre la almohada, o al conversar con un amigo, o cualquier otra ocasión que sea propicia para reflexionar sobre nuestras actitudes, nos percatamos de que a lo mejor actuamos mal, de que no debimos tomar las cosas de una cierta manera, que debimos no tomar “decisiones en tiempo de tormenta”, que debimos poner la otra mejilla y no pagar con la misma moneda, etc. O sea, con frecuencia, el razonamiento, la reflexión, el discernimiento nos hace comprender los límites de las emociones, los riesgos a los que nos expone si nos dejamos gobernar por esta, y lo diferentes que pudieran ser las cosas en nuestra vida en dependencia de sobre dónde afinquemos nuestra conducta: la razón o la emoción, o quizás un equilibrio entre ambas.

La reflexión respecto a estos temas me resulta de suma importancia, especialmente en tiempos en los que la vida en Cuba es convulsa, en los que afloran sentimientos y emociones muy diversos y peligrosos, como consecuencia de la crisis económica, política y social, y de la falta de esperanza, la falta de oportunidades, la frustración colectiva, el daño antropológico y muchas otras realidades. Convendría repasar cómo está nuestra inteligencia emocional, como está el manejo de nuestras emociones, qué tan conscientes somos de que debemos controlar nuestra conducta, nuestros instintos, y no dejar que ellos nos controlen y nos hagan comportarnos como animales.

Las relaciones interpersonales, y nuestra relación con nuestro propio yo, pueden cambiar mucho a partir de que seamos capaces de disfrutar o sufrir las emociones que nos produce la realidad, pero que seamos también capaces de controlarlas y decidir siempre con la mayor libertad y responsabilidad qué queremos hacer con esas emociones, con esos sentimientos que inevitablemente afloran. Los sentimientos y las emociones no se controlan, surgen, aparecen, a veces cuando menos los esperamos, pero tenemos la razón, tenemos siempre la opción de decidir con cabeza propia, de no dejarnos llevar por la tormenta, y de este modo tomar mejores decisiones en la vida, esas de las que seguramente no nos arrepentiremos, y que aunque lo hagamos, tendremos la certeza y la tranquilidad de quien actúa porque quiere, porque se gobierna a sí mismo, y porque decide hacer las cosas, y no porque producto del autodescontrol emocional decide sin pensar.

Tomarnos un tiempo, acudir a la reflexión madura, buscar consejo oportunamente, y luego decidir, es un ejercicio que debería ser regla imprescindible en la Cuba actual. Así avanzaremos en el camino de ser más dueños de nuestros propios destinos, tendremos mejor sujetadas las riendas de nuestras vidas, haremos menos daño a los que nos rodean y también a nosotros mismos, construiremos una convivencia más fraterna y madura, pondremos nuestro grano para sanar el daño antropológico, educaremos a quienes nos rodean ofreciendo el ejemplo, entre muchísimos beneficios más que pudiéramos encontrar. Las emociones y los sentimientos no son malos ni buenos, no los controlamos, pero lo que hacemos con ellos sí puede ser profundamente dañino o beneficioso para la persona, su prójimo y la sociedad en general. Por ello debemos hacer uso de la razón, don que Dios nos ha dado a todos los seres humanos, y gracias al cual nos diferenciamos de los animales.

 

 


Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.

 

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