Manuel Sanguily, auténtico patriota en la guerra y en la paz

Martes de Dimas

Hay héroes de la guerra y héroes de la paz. Los que poseen ambas condiciones merecen doble reconocimiento. Ese es el caso de Manuel Sanguily Garrite (1848-1925), alumno de José de la Luz y Caballero -padre de la pedagogía cubana- quien cariñosamente le llamaba “Manuel de los Manueles”.

Sanguily, fue soldado y maestro; coronel y parlamentario; orador y “crítico despiadado”, dotado de una rara inteligencia. Fernando Ortiz en una oportunidad le mostró al antropólogo italiano César Lombroso una copia de la Constitución de 1901 con las firmas de sus autores. El científico, conocedor de la grafología, las examinó una a una para calificar el carácter de los firmantes y al llegar a la de Sanguily, expresó: “Esta firma es la de un genio“.[1]

En la guerra

En 1869 Sanguily interrumpió sus estudios de Derecho para incorporarse a la guerra iniciada en Yara. Estuvo en medio centenar de combates a las órdenes del mayor Ignacio Agramonte, del generalísimo Máximo Gómez y de Julio Sanguily, su hermano. Ascendió al grado de Coronel. Participó en las gestiones unitarias que condujeron a la Asamblea Constituyente de Guáimaro. Fue designado secretario particular de la Secretaría de Guerra y enviado a Estados Unidos. Al concertarse la Paz del Zanjón partió hacia Madrid para terminar sus estudios de Derecho. De regreso a Cuba trabajó en varios bufetes, como corrector de pruebas en revistas e impartió clases particulares. En abril de 1895 embarcó nuevamente hacia los Estados Unidos, donde se destacó como orador en la defensa de la libertad de Cuba. Entre sus piezas oratorias sobresalen: “Céspedes y Martí”, pronunciada el 10 de octubre de 1895 y “José Martí y la Revolución Cubana”, el 19 de mayo de 1896. En octubre de 1898, al producirse la derrota de España, regresó a Cuba.

En la paz

Fue Delegado a las asambleas de representantes de Santa Cruz del Sur (1898), del Cerro (1899) y a la Convención Constituyente (1901). Secretario de Estado en 1910 durante el gobierno de José Miguel Gómez y director general de las Escuelas Militares en 1917 bajo la presidencia de Mario García Menocal, cargo al que renunció al producirse la revolución de febrero de 1917, conocida por la Chambelona.

Entre los eventos políticos que Sanguily tomó parte se destacan tres:

Uno– En febrero de 1901, cuando la Asamblea Constituyente terminó sus labores, se creó una Comisión para formular las relaciones que debían establecerse entre Cuba y Estados Unidos. Para ello se recibió el texto conocido como de “Enmienda Platt”, cuyo contenido era la negación de la “Resolución Conjunta” que el Congreso norteamericano había emitido el 20 de abril de 1898, la cual declaraba no tener intención ni deseo de ejercitar en Cuba soberanía, jurisdicción o dominio. El contenido de la Enmienda rezaba: “los Estados Unidos bajo ningún concepto, permitirán que ninguna otra potencia extranjera, excepto España, adquiriese jamás posesión de Cuba”[2].

Después del rechazo de los delegados cubanos, la Convención recibió un informe firmado por el Secretario de la Guerra que declaraba: siendo un estatuto acordado por el Poder Legislativo, el presidente de Estados Unidos está obligado a ejecutarlo y ejecutarlo tal como es… No puede cambiarlo ni modificarlo, añadirle o quitarle.

Agotadas todas las posibilidades de rechazo, se acordó -16 votos contra 11- adicionar el apéndice a la Constitución. Algunos de los que habían votado en contra, como Sanguily, entendieron que ya toda resistencia era inútil y peligrosa. La firma era el único medio posible para establecer el Gobierno de la República o la ocupación se mantenía indefinidamente. La firma fue un acto de verdadera política; es decir de lo posible en aquellas condiciones.

Dos– En 1903, Sanguily retomó la alarma lanzada por el “Círculo de Hacendados de La Habana”, acerca del peligro de la venta de tierra a los extranjeros, y presentó al Senado un proyecto de ley para prohibir dichas ventas.

La concentración de la propiedad agraria, iniciada a fines del siglo XIX, se aceleró con la Orden 62 de marzo de 1902, que eliminó los obstáculos legales para que las mejores tierras del país pasaran a manos extranjeras, pero la correlación de fuerzas en el parlamento impidió su aprobación. La Constitución de 1940 retomó el tema y proscribió el latifundio, pero quedó pendiente de las leyes complementarias. La Revolución de 1959, por circunstancias que la apartaron del proyecto original, concentró en el Estado un volumen de tierras superior a la de los latifundios que eliminó. Por ello, el problema agrario, presentado por Sanguily en 1903, continúa siendo uno de nuestros grandes males.

Tres– En marzo de 1903 se opuso al Tratado de Reciprocidad Comercial entre Cuba y Estados Unidos, el cual estipulaba la rebaja del 20% al azúcar y a otros productos cubanos, a cambio los productos norteamericanos que entraban a Cuba se favorecían de un 20 a un 40% de rebaja.

De forma similar a la Enmienda Platt los cubanos sostuvieron el debate parlamentario en desventaja. Un grupo de cubanos como Salvador Cisneros Betancourt Juan Gualberto Gómez se opuso. El peso de la discusión estuvo a cargo de Sanguily, quien presentó los argumentos centrales para demostrar que, de firmarse, la economía cubana quedaría supeditada a Estados Unidos: “…me atrevo a aseguraros -dijo- que este tratado de Comercio no resuelve los problemas económicos de Cuba, que no los resuelve al menos como nos convendría a nosotros… porque el problema de la reciprocidad, como el problema nacional, el problema fundamental de la vida económica y de la vida independiente de los cubanos, está íntimamente relacionado con el problema de los truts norteamericanos”[3]. Su proyecto fue rechazado. Una valoración de si llevaba o no razón implica un análisis de los efectos a largo plazo en la economía de Cuba. Lo que sí está claro es la existencia de un debate democrático donde defensores y detractores pudieron expresar libremente sus ideas.

Escritor

Sanguily escribió durante 58 años. Comenzó en 1866 y publicó su último ensayo en 1924 en la revista “El Fígaro”, donde dejó constancia de su tristeza por el destino de la república que él ayudó a forjar: “Mirando hacia atrás ¿cabría pensar propiamente que la república no es la derivación legítima, sino acaso la adulteración, ya que no la antítesis, de los elementos originarios creados y mantenidos por la Revolución[4], que la engendraron y constituyeron? Porque en realidad parecen dos mundos contrapuestos: en el uno, minoría candorosa y heroica, toda desinterés y sacrificio; en el otro, mayoría accidental y traviesa, toda negocios y dineros”[5]

En 1888 escribió: “Un pueblo… no hace en línea recta su jornada histórica, ni menos se resuelve de prisa y sin vacilación a costear los abismos y a penetrar en las sombras”[6]. Un hecho histórico -decía- como resultado y a la vez causa, requiere de una conquista futura que Sanguily llamó “el ideal”: un objetivo a alcanzar,… un ideal colectivo, creado y sostenido por ardoroso e indomable patriotismo[7]. Su experiencia en la Guerra de los Diez Años lo condujo al convencimiento de que Cuba debe ser independiente, pero no mediante una nueva guerra, sino mediante la actividad política.

Orador fogoso, crítico sagaz, patriota íntegro, por su conductas, Emilio Roig de Leuchsenring lo calificó como: el más completo de nuestros estadistas en aquella época, el primero en la República que dio a los problemas económicos la excepcional importancia que tienen[8]. La Universidad de La Habana lo designó Decano honorario de la Facultad de Letras y Ciencias. Mientras Rafael María Merchán, periodista y escritor cubano, pronosticó que Manuel Sanguily iba a morir de una rara enfermedad: “auténtico patriotismo”[9].

El legado de Sanguily, patriota en la guerra y en la paz, defensor consecuente de sus ideas, debe ser objeto de enseñanza en la nueva Cuba para la formación ciudadana.

La Habana, 11 de septiembre de 2020

  • [1] Bueno, Salvador. “Breves biografías de grande cubanos del siglo XIX”. La Habana, Comisión Nacional de la Unesco, 1964, p. 55.
  • [2] Roig de Leuchsenring, Emilio. “Historia de la Enmienda Platt”, pp38-39
  • [3] Ibídem, p. 118.
  • [4] Se refiere a la revolución en que él participó.
  • [5] Sanguily Manuel. “Breves biografías de grandes cubanos del siglo XIX”. La Habana, Comisión Nacional de la Unesco, 1964, p. 57
  • [6] La múltiple voz de Manuel Sanguily”. Selección e introducción de Rafael Cepeda. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1988, p.24.
  • [7] Ibídem, p.25.
  • [8] Ibídem, p.48.
  • [9] Ibídem, p. 52

 

 


  • Dimas Cecilio Castellanos Martí (Jiguaní, 1943).
  • Reside en La Habana desde 1967.
  • Licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana (1975), Diplomado en Ciencias de la Información (1983-1985), Licenciado en Estudios Bíblicos y Teológicos en el (2006).
  • Trabajó como profesor de cursos regulares y de postgrados de filosofía marxista en la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Habana (1976-1977) y como especialista en Información Científica en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana (1977-1992).
  • Primer premio del concurso convocado por Solidaridad de Trabajadores Cubanos, en el año 2003.
  • Es Miembro de la Junta Directiva del Instituto de Estudios Cubanos con sede en la Florida.
  • Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia (CEC).

 

Ver todas las columnas anteriores

Scroll al inicio