Ante el ambiente de crispación, de violencia, el enfrentamiento entre ciudadanos que se respira y se vive en Cuba, y que se alimenta de campañas propagandísticas orquestadas por el gobierno y del analfabetismo ético y cívico que padecemos los cubanos, resulta vital, defender, proclamar y vivir una idea y convicción: ¡todo cubano es mi hermano! Coherentemente con el más importante de los mandamientos que guían a los cristianos, el prójimo es una persona importante, que ha de ser tratado como hermano y nunca como enemigo, nunca como inferior, nunca se debe desestimar, pues es una persona con valor, con dignidad y por ello merece respeto, reconocimiento, ayuda, y comprensión. Más allá de ideologías, credos, razas, o cualquier otro motivo.
Cuba necesita, hoy más que nunca, de una reflexión colectiva a nivel ciudadano, que nos haga entender que todos los cubanos somos hermanos y hemos de comportarnos como tal, que la vida en sociedad impone la necesidad de respetarnos y relacionarnos con amistad cívica, que es importante ayudarnos unos a otros para que juntos podamos crear y mantener un hogar nacional que satisfaga nuestros intereses, no los de un grupo en particular sino los de todos y cada uno de los ciudadanos. En este sentido, es de vital importancia cultivar la búsqueda de consensos, la creación de unas bases éticas sobre las que fundamentar nuestros vínculos, promover una educación ética y cívica capaz de formar personas y ciudadanos conscientes, libres, responsables y comprometidos con la verdad y la búsqueda del bien común.
Ante las actitudes que por estos días se presencian en nuestra sociedad, es evidente que el sistema educativo ha fracasado en cuanto a los objetivos de formar personas honestas y respetuosas de la ley, así como en formar unos ciudadanos cívicamente maduros, que son capaces de reconocer la diversidad y el valor que esta impone, que son capaces de superar posiciones extremistas o de caer en el juego del enfrentamiento ideológico, que trabajan con los demás en lugar de encerrarse en sí mismos y que ponen a Cuba antes que otros intereses.
Para el gobierno cubano, si leen la realidad con madurez, ha de quedar claro que no es el control, la represión, la descalificación del contrario, ni la cerrazón, las consignas o los extremos ideológicos los que van a cambiar la realidad de la economía cubana y la crisis social que se vive. No lo han hecho en sesenta años, tampoco tendrá resultado frente a la crisis actual. Cuba necesita de acción, de cambios y transformaciones sustantivas, de reformas reales que aporten valor, frenen círculos viciosos y permitan constatar avances en la vida cotidiana de los cubanos.
Uno de estos cambios, quizás el más importante está relacionado con la educación, con la formación y la sanación del analfabetismo ético y cívico, y del daño antropológico que por décadas ha sometido a los cubanos. Una educación que nos enseñe a ver a los otros como hermanos y que nos haga relacionarnos con ellos con amor, honestidad, respeto, libertad, y solidaridad. Ningún cubano es mi enemigo, contra ninguno atentaré de ninguna forma, a ningún cubano violentaré, a todos los respetaré y juntos construiremos la nación que soñamos. Este es un reto para esta etapa de crisis: ¡descubrir en el otro a un hermano!
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.