EL CRISTO QUE SE “QUEMA” EN CADA PERSONA

Lunes de Dagoberto

El pasado 31 de julio de 2020 un sujeto entró en la capilla de la Sangre de Cristo de la Catedral de Managua en Nicaragua, y con un coctel Molotov prendió fuego a la imagen de Cristo crucificado que el pueblo ha nombrado “La Sangre de Cristo”. Esta imagen se venera en Nicaragua desde 1638 en que se trajo de Guatemala al iniciarse la construcción de templos fundacionales en este país. Puede compararse en Cuba con la Cruz de la Parra de Baracoa, o con la imagen de la Virgen de la Caridad venerada en nuestra Patria desde 1612. El Cardenal Brenes, arzobispo de Managua, ha dicho: “Así lo quiero decir claramente: es un acto terrorista, un acto de amedrentar a la Iglesia en su labor evangelizadora… Este fue un acto planificado con mucha calma.” Hace mucho tiempo que en esa capilla no se permite poner velas ni cortinas.

Además de deplorar un acto que ofende la fe popular de una inmensa mayoría de nicaragüenses y de todo cristiano alrededor del mundo, deseo solidarizarme con los hermanos en la fe y con sus pastores que, inmediatamente, han denunciado no solo el acto profanador sino sus causas que, según la Compañía de Jesús (jesuitas) de Nicaragua y Centroamérica, se producen sistemáticamente “por haberse puesto (la Iglesia) al lado del pueblo nicaragüense que exige legítima y pacíficamente respeto irrestricto a sus derechos humanos y constitucionales”. La Conferencia de Obispos de México también se ha solidarizado con la Iglesia y pueblo de Nicaragua expresando que “el ambiente de violencia, especialmente contra la Iglesia, es un clamor que fuertemente se levanta, pidiendo justicia y paz para todo el pueblo.” Ejemplos de pastores coherentes con el Evangelio y comprometidos con su pueblo. 

La pasión de Cristo es la pasión del pueblo

Estos hechos renuevan en mí, como laico católico, una reflexión que va más allá de un bárbaro ataque a la fe y a la libertad religiosa de un pueblo, que ya es mucho. Quiero profundizar en el significado y las señales que nos envían estos hechos y otros que hemos vivido en nuestro propio pueblo durante décadas.

Se ha dicho reiteradamente que “la pasión de Cristo es la pasión del pueblo”. Y es verdad, cada vez que un hombre o una mujer vive en sufrimiento, violencia o muerte, es el mismo Cristo que está sufriendo en él. Cuando un pueblo, como el nuestro, como el de Nicaragua, como tantos otros, viven una pasión indecible durante décadas, no hay lugar para la indiferencia ni para el silencio. Cada cristiano debe denunciar los signos de muerte en su pueblo y anunciar, al mismo tiempo, el triunfo de la vida, la resurrección de sus compatriotas.

La cruz y la sangre derramada por Jesús de Nazaret no fue solo un hecho acotado en la historia de hace dos mil años. La cruz es signo de la suerte que corren los que, como Cristo, luchan pacíficamente por la dignidad de cada ser humano, por sus derechos, por su bienestar y felicidad. La cruz es signo de la ignominia de los que intentan silenciar, matar al justo y liberar al criminal como Barrabás. La Cruz tiene dos partes: una vertical, que bien plantada en la tierra, hincada en la pasión del pueblo, sube clamando al Cielo: justicia, libertad, paz y amor. La otra pieza es horizontal, como brazos abiertos para abrazar solidariamente a todo el que corre la misma suerte de Jesús por defender la verdad y los derechos humanos de todos los hombres. No hay cruz sin una de estas dos dimensiones. Cuando alguna de ellas falta, convierte a la pasión de Cristo en una caricatura folclórica y pietista. Cuando nos falta la encarnación y el profetismo (pieza vertical de la cruz) nos convertimos en aguadores del Evangelio, licuadores de su mensaje, alienadores de la fe de nuestros hermanos. La Iglesia se ensimisma y se acomoda, se queda a ras de tierra, no eleva su voz ni su misión evangelizadora. Cuando nos falta la solidaridad, la fraternidad y el amor incluyente y sin ladeos (pieza horizontal de la cruz) entonces la encarnación y el profetismo se convierten en mimetismo y palabra hueca, sin sentido. Jesús culminó la pasión de su cruz perdonando. Corona y distinción de lo cristiano. Pero el perdón sin encarnación, sin profetismo, sin solidaridad con el que sufre y sin inclusión de todos, toma apariencia de relativismo moral. Perdonar incansablemente, “setenta veces siete”, siempre, valientemente, pero desde la verdad, la caridad y el anuncio de una vida nueva. De lo contrario se nos cuela la mundanidad, vamos al son de lo que se acepta y cae bien a los poderosos,  y huimos del excluido, del perseguido, de los crucificados de hoy en nuestro pueblo, entonces se diluye la esencia del cristianismo y la sal se vuelve sosa.

Cuando en un pueblo se quema la imagen de Cristo, o lo que es peor, se quema la dignidad, la libertad y los derechos de cualquier ser humano, algo muy grave ocurre en ese pueblo y en los que callan para no rozar. Nos escandaliza y nos duele la profanación de una imagen religiosa que representa la fe de un pueblo y con frecuencia callamos, disimulamos, miramos para otro lado, contemporizamos con la profanación de la dignidad y los derechos de seres humanos que son, no lo olvidemos los cristianos, “imagen de Dios”, “templo de Dios”. ¿Por qué se profanan los “templos y la imagen” de Dios en las personas de nicaragüenses y cubanos y nos ensordece el mutismo y el silencio de los demás cristianos, sea su vocación o misión en la Iglesia? 

Señor crucificado en nuestros pueblos, que la sangre que derramaste, ayer y hoy en cada hermano, por la justicia, la libertad, la verdad y el amor, nos duela y nos redima del miedo, de la indiferencia, de los criterios mundanos y nos devuelva a una vida nueva, transfigurada y comprometida, en la que nos preguntemos más si, con nuestra palabra y nuestras actitudes, somos más fieles a Ti y a tu Evangelio que a los poderes de este mundo. Jesús de Nazaret, que en ningún lugar de este mundo la violencia y la opresión queme tu imagen sagrada viviente en cada ser humano.

Pienso que deberían dejar la imagen de la Sangre de Cristo así quemada, para que no se nos olvide que alrededor del mundo y también en nuestra Patria, hay nuestros hermanos que se “queman” y gastan sus vidas en el diario bregar, completando así la pasión de Cristo en la Cruz de cada día, aquella de la que José Martí decía:

“En la cruz murió el Hombre un día, hay que aprender a morir todos los días en la Cruz”.

Que así sea.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
    Ingeniero agrónomo.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

Ver todas las columnas anteriores

Scroll al inicio