Rafael Gabriel Almanza Alonso ¦¦
¿Cuáles son las consecuencias del ejercicio de la fe cristiana para el ejercicio de la literatura?
El joven poeta me miraba preocupado. Yo estaba en los primeros treinta, él en los veinte, y le daba vueltas al asunto de la fe. Yo acaba de anunciar que, después de haber estado tres días tras la reja sin otro motivo que mi honestidad, había decidido recuperar mi bautismo –porque instrucción religiosa propiamente dicha no había tenido, y no había hecho ni la primera comunión-, y que yo aceptaba a Cristo como Dios y Señor de mi vida y de mi obra. Faltaba un lustro para que yo decidiera ingresar a la Iglesia de los Apóstoles con sede en Roma. En ese momento vivía la imposibilidad de seguir siendo ateo. Al amigo le resultaba indiferente si yo me incorporaba a unos ritos: desde el punto de vista político, simpatizaba con esa decisión. Pero, ¿la creación es compatible con la fe? ¿La experiencia histórica no deja claro que la fe cristiana semeja un implacable condón, que esteriliza la libertad de engendrar la verdad en la palabra, al prohibirte esto y aquello y lo de más allá?
Entre las razones que yo tenía para obviar esas dudas, estaba desde luego mi cercanía estética y filosófica con los autores de Orígenes. Era amigo de la casa de Cintio y Fina. Y, desde la adolescencia, lector del poeta católico arquetípico cubano, el inmortal Eliseo Diego.
Porque si bien los autores centrales de Orígenes se definieron una y otra vez como católicos –con la excepción de Piñera, que creía pero en el absurdo-, y si Cintio fue un indagador de nivel mundial de las relaciones entre la fe y la poesía -como puede leerse en su Poética, libro abisal que seguimos ignorando-, Eliseo era el ejemplo del poeta criado estrictamente, desde la cuna, en la fe católica más tradicional, incluso relacionada con el esplendor de templos y costumbres propias de la clase media alta a la que pertenecía. Y nadie era más poeta, en la Cuba de entonces, que él.
Tres años después Cintio me mandó a escribir –así, con una autoridad que le era muy rara- sobre la obra de Eliseo con vistas al Cincuentenario de Orígenes cuyo evento estaba organizando. Le costó mucho convencerme de que trabajara para ese evento, y todavía más que asistiera. Pero la obediencia posee recursos imprevisibles. Al día siguiente de terminar mi ponencia, Eliseo murió en México. Asistí al evento y continué investigando y escribiendo sobre Eliseo durante cuatro años, hasta terminar ese libro de 750 páginas que anda por ahí y que nadie lee. Los que le andan dando vueltas al asunto de la fe y la literatura debieran hojearlo, para que se enteren de qué pasa con la visión de las cosas de la poesía cuando el poeta es un cristiano convencido, instruido en teología, sincera y despiadadamente católico.
Pues Eliseo nunca quiso poner tienda de santo. Estaba bien casado y era, según sus hijos, el mejor padre del mundo. Pero no podía evitar que le gustaran unas jovencitas. Se enamoraba como un perro, me dijo Cintio. Confieso que hay pecados que a mí me simpatizan cantidad. Pero él sufría, mucho, sus infidelidades. Alguna vez llegó a arrepentirse en el poema, más allá del confesionario. Lo bueno de ser católico es que uno nunca se cree salvo, ni a salvo. El pecado es inexorable pero el perdón también.
Leyendo a Eliseo uno encuentra su humanidad sin tapacetes –los piñeristas siempre denunciaron lo que el católico oculta, que no son peligrosas opiniones políticas, asunto ininteresante, sino apasionantes y retorcidas circunstancias de calzoncillos. Pero como todo gran poeta, Eliseo nunca está preso de su anécdota, de su cosita personal. Por el contrario, se trata de un lírico de la realidad objetiva, interpretada desde los dogmas católicos esenciales: Creación, Caída y Redención. Instalado en estos presupuestos que para él y para tantos son iluminadores, Eliseo mira la realidad con los ojos sin prejuicios de la poesía. Y ve una y otra vez cómo esos dogmas se confirman en su experiencia humana y en el ejercicio de la palabra literaria. El hombre como un ser desterrado de su ser, extraviado en el Laberinto de la Realidad donde le asedia el Demonio, pero dotado de esa percepción del ser como gloria que es una propiedad inalienable de la poesía. Eliseo es un poeta católico que no suele escribir sobre temas religiosos. Cuando lo hace, como en Ante una imagen del sudario de Turín, nos estremece. Esta ausencia se explica porque toda su poesía es religiosa a un nivel de esencialidad tal, que la temática explícitamente religiosa sale sobrando. Con él entramos en la realidad de la piedad, entendiendo esta palabra como la del respeto por lo sagrado. Las cosas son sagradas para Eliseo de por sí, aunque él sabe que lo son porque han sido creadas por Dios. Pudiera haber sido un sacerdote celta, o yoruba. Pero sabe también que la condición sagrada de lo que existe denuncia un destino superior, la Redención. El sudario de Turín no es un trapo. Es la huella de la Salvación.
De esa piedad por lo que existe sale la forma exquisita del poema en Eliseo. El propio poema es una cosa creada, tiene que tener ese esplendor humilde, esa legalidad sin alarde de cualquier otra pieza del universo. El poeta contemporáneo es rupturista, rompedor, amante de lo feo y lo incompleto, del fragmento soberbio y desobediente. La estrategia de Eliseo es la opuesta. Quiere crear como lo creado, sin ruido y con la verdad. Quiere que el poema tenga una forma precisa, como la de un árbol o un amanecer. De ahí que su poesía atraiga a tantos lectores que buscan una confirmación de la vida en la piedad. La poesía siempre fue forma perfecta. La piedad de Eliseo le garantiza ser un autor a la vez clásico y popular.
Pero el hombre que está en el centro de ese océano de cosas creadas, siendo él mismo creación, ¿no tiene un destino semejante? Más que un destino superior, lo que en Eliseo aparece es un destino agónico. Hubiese querido ser un árbol, un amanecer, una pieza del universo que obedece a Dios sin drama. Pero el ser humano es una cosa otra. Sabe. Sabe que va a morir. Sabe que existe el bien y el mal. Sabe que le simpatiza el mal. Horrorizado, solo la fe puede sacar al poeta de esas evidencias. Y era persona de graves y recurrentes depresiones. El mal como propiedad de la conciencia humana, nuestra cercanía al Demonio, en lo personal y en lo social, lo abrumaba. La fe le instruía de la agonía de Dios en Cristo. Pero también la poesía lo salvaba. Porque el juego de la poesía puede entenderse como el mismo Juego de la Creación, una apuesta fuerte para gente que, sin miedo, se atreve a perder para que gane Dios. Eliseo no nos propone un universo cómodo de cosas bellas. Reúne las cosas bellas, como cartas de una baraja, para un juego de desafío agónico a por Dios.
Por eso Eliseo sobrevivió a las negaciones del socialismo irreal con la fe de la realidad de la poesía anclada en la fe. Ahora parece nada su lealtad a la religión en la que había sido instruido, cuando a su alrededor todo parecía indicar que era un fraude, incluso una maldad, pero en realidad fue una agonía minuciosa, que tal vez fue minándolo y casi secándolo. Porque el poeta no vive las iluminaciones que recibe como un automóvil o un cargo del Partido. Quiere compartirlas, sabe que debe compartirlas para que vivan en los demás. Muchos homenajes públicos tuvo, tan falsos como cualquier otra iniciativa socialista, que en este caso se daba el lujo de tolerar unos contenidos profundamente ajenos para neutralizarlos mejor. Y los homenajes privados no podían alcanzar la dignidad de una comunión.
Pero ahí estaba, ahí está su obra. Los lectores de poesía siempre fueron pocos y ahora son menos que nunca. Pero el que viva para algo más que para prolongarse en el tiempo, se asomará con fruición en la poesía de Eliseo a una calidad de noticias y bendiciones como hay pocas en la lengua castellana actual. Él nos demuestra que el escritor puede confiar en la fe vivida desde lo profundo, no como un entretenimiento sentimental, una moda o un negocio, sino para el despliegue y la fuerza de su expresión personal. La fe no limita: hace crecer. Aquel poeta que dudaba de la utilidad de mi conversión, debiera considerar cómo aquel primer poema mío de madurez en 1991, un himno al Contacto del Amor, se multiplicaba en otros diecisiete poemas extensos que suman hoy más de mil páginas. Curioso, en ese período estudié a Eliseo y a veces he sentido que, con su sabiduría de orfebre, me maneja la mano.
Gracias, Eliseo, por tus cien años de ejemplaridad en la fe y en la poesía, en la fe de la poesía y en la poesía de la fe.
Cien, y contando.
- Rafael Gabriel Almanza Alonso (Camagüey, 1957).
- Polígrafo y calígrafo, investigador de José Martí.
- Publicaciones: “El gran camino de la vida” (poemas, Editorial Homagno, Miami, 2005), “Los hechos del Apóstol” (Ediciones Vitral, Pinar del Río, 2005), “Vida del Padre Olallo” (Orden San Juan de Dios, Barcelona, 2005), “Elíseo DiEgo: el juego de diEs? (Editorial Letras Cubanas, 2008).