Casi me he adaptado aunque no me he acostumbrado a escuchar que el “enemigo”, lo que aquí equivale decir: aquellos países que no son afines con la ideología y la política de las autoridades cubanas, nunca tienen la razón, siempre están muy mal, su economía está peor y su sociedad tiene derecho a rebelarse por esas situaciones de injusticia.
Por el contrario, si los países tienen nuestra misma opción política entonces progresan, todo está bien, y si algo va mal, es culpa de otros, o de los mismos “enemigos” que nos acechan. Basta que cambie el gobierno y sea de otro signo para que aquel mismo país que estaba muy bien y progresaba, de la noche a la mañana, tenga grandes crisis en todos los sectores de su sociedad. Quizá las tenía, a lo mejor venían desarrollándose pero en nuestros medios no las veían. Súbitamente se aclara la vista y todo sale a la luz.
De esta manera, si uno está alerta, puede darse cuenta cuándo cambia el color político de un país aun cuando no conozca que hubo un cambio de régimen. Si va bien, es de izquierdas. Si va muy mal, es de derecha o “centrista”.
Llevado esto al plano personal nos preguntamos: ¿por qué se controla la libertad de expresión si esto permitiría, por un lado, decir todo lo bueno que tenemos aquí y “descubrir” todo lo malo que hay en el resto del mundo? Nadie puede saber si alguien miente si no se le deja hablar.
Aquí también cabrían otras preguntas: ¿La libertad tiene límites? ¿Dónde estaría el límite de la libertad de expresión? Ya lo sabemos, toda libertad tiene límites: el respeto a la dignidad de las otras personas y a su libertad. Por eso en todo el mundo civilizado las ofensas, las agresiones verbales, la difamación, la violación de la privacidad, las mentiras y los chantajes, constituyen un delito penado por la ley. Por ejemplo: usted tiene libertad de movimiento, pero eso tiene un límite razonable: usted no puede en nombre de su libertad de movimiento entrar “como Pedro por su casa” en mi hogar. Pero, cuando se critica con respeto, se señalan los errores sin atacar ni descalificar a las personas que lo cometen, si se denuncian las violaciones de los derechos propios y ajenos, siendo correctos y veraces… ¿por qué considerarlo “delito”? No me parece que se debe calificar como delito lo que es un derecho.
En las democracias, siempre las mejores soluciones a los más graves problemas, son evaluadas de diferentes maneras y se presentan diferentes opciones y caminos para resolverlos. Eso es lo normal, lo natural, porque cada cabeza es un mundo y cada persona tiene su librito. El mundo y la sociedad son diversos, muy diferentes, y menos mal, porque si todos fuéramos iguales esto no sería el mundo, sino una fábrica de hacer títeres en serie. La diversidad es la base de la democracia. No puede haber democracia de un solo color. El mundo, los seres humanos no somos así.
En ese sentido, al no haber prensa independiente, radio, televisión, redes sociales, debate de diferentes ideas, libertad para comunicarlas en internet, la democracia no encuentra canales para existir, para alimentarse. La represión de los medios para la comunicación y el debate es como quitarle el agua y los alimentos a la democracia. Muere de anemia. Y como el ser humano es por naturaleza curioso, le gusta buscar la verdad, quiere relacionarse con el entorno, aunque cierren “puertas y ventanas” de nuestro país, la gente busca rendijas en las ventanas, grietas en los muros para asomarse al mundo. Eso es imposible de parar porque pertenece a la naturaleza humana.
Imaginemos el absurdo, imposible en el mundo del internet, que se impide todo tipo de información, pues siempre quedaría el más antiguo, directo y popular medio de comunicación, lo que en Cuba se denomina con humor “radio bemba”; es decir, lo que la gente transmite por vía oral con su familia, sus amigos, sus vecinos, en la cola, en lo que antes eran las paradas de ómnibus, con su celular, con sus fotos, con sus “videítos” cuando el vecino le grita: graba, graba, súbelo, súbelo… a internet. Entonces cada persona, sin proponérselo, se convierte en un periodista ciudadano, en un reportero popular, en un fotógrafo de circunstancia, por ese impulso natural de comunicarse, porque la comunicación oral, el habla, es lo que distingue a los humanos. Reprimir ese impulso es ir contra la naturaleza humana. Otra cosa es exigir, respeto, veracidad y uso de un lenguaje decente.
Esto es lo propio de la democracia. Todos los países, quiero decir, los pueblos, aspiramos al progreso, a la libertad, a la felicidad hasta donde sea posible en este mundo. Entonces, ¿por qué criticar a los que han logrado serlo en alguna medida? ¿Quiénes han puesto los muros? Muros como el de Alemania de concreto armado o muros de censura y represión que no se ven pero a veces hunden a los pueblos en el silencio y la mentira.
Por todo lo anterior, muchos cubanos desde hace muchos años, al no poder cambiar lo que tendría que cambiar, tratan de escapar, de huir de su propio país a emprender una nueva vida partiendo de cero. Eso es doloroso y difícil. Es traumático. Basta recordar que en tiempos de la colonia la deportación y el exilio eran un cruel castigo que sufrieron nuestros patriotas. ¿Cuántos talentos hemos perdido? ¿Cuánto se ha empobrecido Cuba a causa de estos éxodos masivos imparables? ¿Cuántas vidas de cubanos y de niños y jóvenes se han perdido en el Estrecho de la Florida o en el tren de aterrizaje de un avión? ¿Cuántas lágrimas derramadas a causa de esto y de sus causas?
¿Creerá alguien que esto es lo normal y que siempre será así? Pues yo no lo creo por una sencilla razón: Todo evoluciona y nada es eterno.
Amén.
- Luis Cáceres Piñero (Pinar del Río, 1937).
- Pintor.
- Reside en Pinar del Río.