La responsabilidad de informar y de informar bien, esto es ateniéndose a la verdad, ha de ser el eje alrededor del que se desarrolla la actividad periodística. En estos tiempos, en los que las fake news son noticia alrededor del mundo, y en los que la propia prensa oficialista cubana denuncia este fenómeno como uno de los males latentes del capitalismo, pareciera que no es una preocupación en Cuba dicho fenómeno, más allá de los ambientes “enemigos” en los que según el gobierno obviamente se hace uso cotidiano de las noticias falsas.
Sin embargo, en estos tiempos de pandemia, y más allá del propio fenómeno de las noticias falsas, la desinformación, la manipulación mediática, la propaganda desmedida, y la generación de contenidos que se alejan de la verdad o buscan ocultarla, ha sido la práctica diaria de los medios de comunicación oficiales cubanos. Da rabia, ver cómo se habla en dichos espacios de noticias falsas alrededor del mundo, cuando es precisamente este, el escenario donde se difama a todo el que piense diferente, donde se justifican los problemas culpabilizando a los ciudadanos y ocultando las causas verdaderas de los mismos, y donde se vende una imagen triunfalista de estabilidad, normalidad y gobernabilidad democrática que dista muchísimo de la realidad, hechos estos que una creciente mayoría de cubanos reconocen como falacias.
Informar, generar estados de opinión y debate público, son funciones de los medios de comunicación y de los comunicadores y periodistas, son también funciones sumamente importantes para el progreso y desarrollo de las naciones, pero siempre y cuando estas actividades se rijan por la máxima de la búsqueda de la verdad, siempre y cuando sus protagonistas desempeñen sus funciones desde la ética y el respeto a la dignidad de las personas. De lo contrario, el periodismo y los comunicadores se convierten en armas ideológicas letales, en herramientas para el control autoritario, en un diabólico mecanismo de manipulación, engaño e irrespeto de la persona humana y su dignidad, tal y como frecuentemente sucede en Cuba.
Leer las páginas del Granma, ver la mesa redonda o el noticiero nacional de la televisión en las últimas semanas se ha convertido para mí en un ejercicio del que termino exhausto, molesto, y profundamente preocupado por el futuro de mi país. No sé si es la desesperación de las autoridades ante una crisis estructural y peligrosa, o su profunda vocación autoritaria, o ambas, pero de lo que no quedan dudas es del abandono de la verdad como norma máxima que debería guiar la función de informar, y el olvido de la persona humana, el menosprecio de su inteligencia y capacidades, y la apuesta del gobierno por una legitimidad y credibilidad social que de existir cada día se muestra más comprometida y avanzando al fracaso.
¡La mentira tiene patas cortas, reza el refrán! La verdad siempre sale a la luz, tarde o temprano, esa es nuestra esperanza. Sin embargo, no solo contamos con la esperanza en este momento que vivimos, también tenemos algunas herramientas que han llegado para quedarse y que están cuestionando profundamente el monopolio oficial de la información. Internet y las tecnologías de la información y las comunicaciones han crecido considerablemente en la Cuba de los últimos años, y representan potentes herramientas para que cada vez sea más costoso mentir, manipular u ocultar la realidad. Aprovechar estas herramientas para informar, comunicarnos, sacar a la luz la verdad de los hechos que forman parte de nuestra realidad cotidiana, desmentir la propaganda, promover la libre expresión e intercambio de información, denunciar injusticias, convocarnos en torno a intereses comunes, solidarizarnos con los que sufren, entre otros, son retos de participación ciudadana que demanda nuestro país en un momento de tanta turbulencia informativa y de tanta inestabilidad social.
Guiar estos ejercicios de participación ciudadana de acuerdo con criterios éticos, de respeto a las personas, y de compromiso con la búsqueda de la verdad es también un reto que podríamos asumir para que nuestro país salga de la doble crisis (sanitaria y económica) fortalecido, y en mejores condiciones de garantizar a sus ciudadanos oportunidades de desarrollo personal y social. Asumamos este camino, no dejemos la responsabilidad de informar solamente a los medios oficiales, pongamos nuestro grano desde la sociedad civil, desde la ciudadanía, complementando el grandioso trabajo que ya hacen varios medios independientes, utilizando los pocos pero eficaces medios con que contamos, para que cada vez sea más difícil mentir, para que cada vez sea más transparente la vida económica, política, y social de nuestro país, para que la verdad nos haga libre.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.