El Humanismo Integral como fundamento de un Estado laico, plural y progresista

Por Gerardo E. Martínez-Solanas ¦¦

El hombre es racional por naturaleza.
Cuando se comporta según la razón,
procede por su propio movimiento, como quien es;
y esto es propio de la libertad.
He aquí el grado supremo de la dignidad
de los hombres: que por sí mismos,
y no por otros, se dirijan hacia el bien.
Sto. Tomás de Aquino

El pueblo cubano mostró desde el momento del triunfo de la Revolución su aspiración a un nuevo gobierno que descansaría sobre los cimientos firmes del Humanismo. El líder de ese nuevo gobierno proclamó que se aspiraba a una “revolución democrática, humanista y justiciera” en Cuba. Ese notable discurso continuaba diciendo que: “Nuestra Revolución practica el principio democrático, pero una democracia humanista. Humanismo quiere decir que, para satisfacer las necesidades materiales del hombre no hay que sacrificar los anhelos más caros del hombre, que son sus libertades fundamentales. Y que las libertades más esenciales del hombre nada significan si no son satisfechas también las necesidades materiales del hombre. Humanismo significa justicia social con libertades y derechos humanos.”1 Las referencias al Humanismo eran entonces frecuentes y reflejaban las aspiraciones de la nación cubana.

Es indispensable que para analizar desde esta óptica la perspectiva de la realidad cubana demos una ojeada a los antecedentes, porque el Humanismo se remonta a siglos distantes en la historia, forjando en gran medida la evolución del pensamiento moderno y contemporáneo, no solo en Cuba sino en el mundo entero.

Puede considerarse que esta corriente del pensamiento fue un verdadero motor del Renacimiento por el fervor con que intentaban sus promotores recuperar y aprovechar los fundamentos de las antiguas civilizaciones clásicas. Aunque la tendencia inicial reducía el pensamiento humanista a un punto de vista estrictamente humano, promovió también una saludable rivalidad con los escolásticos2, sobre todo con los tomistas3, que buscaban aplicar las raíces clásicas a sus conceptos y doctrinas. Aunque Petrarca había exaltado la humildad cristiana, se sumó a esta controversia aduciendo también que las verdades de Dios se hacen evidentes a las personas sencillas que llevan una vida de virtud y por eso afirmaba que la distinción escolástica entre fe y razón era una “locura”.

Dos siglos más tarde, el humanista más destacado de esa época fue Jacques Lefèvred’Étaples (1450-1537), quien tradujo la Biblia al francés y la interpretó bajo la óptica humanista; y Baltasar de Castiglione subrayó en el manual de conducta que publicó en 1518 (Ilcortegiano) que la virtud por sí sola es una recompensa suficiente, por la cual el ser humano no hace el bien o el mal esperando un beneficio o motivado por el miedo al castigo en la otra vida sino porque, sencillamente, “es bueno ser bueno”. Entre otros humanistas famosos de entonces destaca también un inglés muy influyente en la corte de Enrique VIII, John Colet (1467-1519), quien rechazó la idea escolástica de la teología como ciencia.

En el ámbito de la Iglesia, se considera a Pío II (1458-1464) como un gran humanista, aunque la historia lo recuerda más por su intento de organizar una cruzada contra los turcos –que nunca llegó a realizarse–, después de la caída de Constantinopla (rebautizada Istambul). Además, muchos califican a Francisco de Vitoria (1483-1546) como el filósofo católico más destacado del Renacimiento, enfrentado a las conmociones de la Reforma protestante. Fue un fraile dominico español reconocido como gran humanista y fundador de la Escuela de Salamanca, desde la cual siguió desarrollando y ampliando el pensamiento económico de S. Bernardino de Siena y extendiendo su influencia al análisis de los problemas sociales y políticos.4

Aunque otros humanistas destacados desde la época de Petrarca fueron también católicos practicantes, incluyendo a: Erasmo de Rotterdam, quien se anticipó a Maquiavelo con un tratado, dedicado a Carlos V y titulado Institutio principis christiani, sobre la educación orientada al bien de su pueblo que debe recibir un príncipe cristiano, Marsilio Ficino, que era sacerdote y fue fundador junto con Pico della Mirandola de la Academia Platónica de Florencia; Tomás Moro, pensador, teólogo y Lord Canciller de Enrique VIII; o Lorenzo Valla, quien provocó una notable inquietud al servicio del Papa Nicolás V porque se le consideraba un cristiano epicúreo, esa rivalidad entre los pensadores humanistas no lograría, sino hasta siglos después, que el humanismo cristiano diera una respuesta definitiva a estos desafíos.

Bajo esta influencia humanista se convocó a un importante Concilio que sería el primer esfuerzo serio de reforma del catolicismo frente a los desafíos protestantes. Este V Concilio de Letrán (18º Concilio Ecuménico de la Iglesia), realizado bajo la influencia de muchas de estas ideas renacentistas, buscó fórmulas conciliatorias para las relaciones entre los príncipes cristianos, sin recurrir a la guerra; trató de reformar costumbres disciplinarias en las que se habían introducido abusos escandalosos; dictó normas para las instituciones religiosas; estableció definiciones sobre el alma humana, la cual no es única para todos, sino propia para cada ser humano e inmortal, por todo lo cual podemos afirmar que este Concilio dejó los cimientos para muchas ideas del humanismo cristiano posterior, en particular por la presencia del Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517)5, quien fue el gran mecenas del humanismo cristiano en España, fundador de la Universidad de Alcalá (1508) y autor desde 1500 de una verdadera reforma de la Iglesia española.

Es importante destacar también que es un hecho histórico que la mayoría de los papas renacentistas, a partir de Nicolás V (1447-1455), apoyaron las tesis humanistas y emplearon en el Vaticano a muchos académicos que las propugnaban.

Por tanto, el humanismo es una corriente del pensamiento que evoluciona y se perfecciona gradualmente con el transcurso de la historia, orientando sus postulados a la solución de las necesidades y trastornos de cada época. Podríamos seguir mencionando pensadores influyentes que siguieron impulsando el humanismo en los siglos sucesivos hasta nuestros días, sobre todo desde la perspectiva del Cristianismo, pero ese no es el propósito de este ensayo. Baste concentrarnos en sus antecedentes a partir del siglo XX.

En este siglo destacan dos figuras señeras del Humanismo cristiano. El humanismo de Jacques Maritain, que consiste en subrayar que la vida política aspira a un bien común superior a una mera colección de bienes individuales y que la obra común debe tender a mejorar la vida humana como propósito primordial y a hacer posible que todos vivan como hombres libres; y el personalismo de Emmanuel Mounier, que afirma el primado de la persona sobre las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos que sustentan su desarrollo; fueron dos corrientes filosóficas que contribuyeron notablemente a la Doctrina Social, hasta el punto que Pablo VI, en su encíclica Populorum Progressio (1967), citó dos obras de Maritain (p. 42), en particular “Humanismo Integral“, declarando que ese “es un humanismo pleno que hay que promover”. De hecho, toda la estructura de la Doctrina Social de la Iglesia, resumida en el “Compendio” publicado en 2005, puede afirmarse que es de profunda raíz humanista. Maritain y Mounier eran filósofos católicos que aspiraban a identificar la función del hombre en la sociedad. Ambos llegaron a la conclusión de que la vocación del hombre implica necesariamente un aspecto social y político. El desarrollo integral de la persona humana requiere un marco social, que es el bien común que la política debe realizar. En otras palabras, la función primordial de todo gobernante es lograr el bienestar de su pueblo.

En particular, el personalismo de Mounier rechaza la idea del “individuo” como una entidad enmarcada en el cuerpo social y sometida a sus intereses comunes sino que promueve el concepto de “persona” como un ser independiente que contribuye a la comunidad pero no está subordinado a ella, más que en su obligado respeto a leyes que estén enmarcadas en la defensa de los derechos humanos. En otras palabras, asume el personalismo como una “orientación” de la vida en sentido comunitario mediante el diálogo y la transacción, donde el hombre es “persona” en la medida en que no se esconde en la masa, no se deja negar por la tecnología, ni cae en abstracciones conceptuales individualistas.

Por su parte, Maritain es la figura paradigmática del Humanismo en nuestros tiempos. En su obra maestra, titulada “Humanismo Integral” (1936), realiza un brillante análisis del mundo contemporáneo y de sus instituciones, cultura e historia, culminando en una propuesta ambiciosa y concreta que se fundamenta en el humanismo cristiano. En esta obra anticipa el enfrentamiento al relativismo al argumentar que los cristianos parece que están optando por “arrodillarse ante el mundo” en lugar de aceptar los principios y valores del humanismo cristiano para luchar por un mundo fundado en la libertad, la solidaridad y la justicia. Esta tendencia a “arrodillarse ante el mundo” cede paso a la aberración de plantear que la verdad es un término relativo. Dentro de esta óptica, rechaza las críticas que acusan al Humanismo cristiano de tener un carácter eminentemente religioso, sino que subraya terminantemente que no lo es porque, tratándose de una estructura filosófica, no es una expresión de fe sino de razón, y la razón se orienta siempre a la búsqueda de la verdad como un concepto singular.

En esta obra enfrenta, además, el humanismo racionalista y atropocéntrico apoyado en Darwin, Freud y, finalmente, en las tesis que, surgiendo de Hegel, proclamaron Marx y Engels, las que, supuestamente, liberarían a los obreros de la “alienación” establecida por el capital y la propiedad privada, mediante el surgimiento de un “hombre nuevo”. Es notable que el Marxismo haya intentado adueñarse del concepto del “hombre nuevo”, que tiene un origen ancestral en la doctrina de Cristo, interpretada por el Magisterio de la Iglesia como el resultado de una conversión espiritual del ser humano cuando aspira a seguir esa doctrina; todo lo contrario de lo que es planteado por ellos como resultado de un proceso de adoctrinamiento y transformación dirigida por el Estado.

Maritain hace también mucho énfasis en el pluralismo político como medio de lograr la justicia social y el bien común, que a su vez son promotores del progreso mediante la diversidad de ideas que provoque un sano debate orientado a conclusiones razonadas y negociadas. Por tanto, enfrenta las utopías como un producto de la intransigencia, señalando que son “precisamente un modelo que ha de ser realizado como término y punto de reposo, y es irrealizable”, en tanto que “un ideal histórico concreto es una imagen dinámica que ha de ser realizada como movimiento y como línea de fuerza, y por eso mismo es realizable”. Y afirma, además, que: “La sociedad civil no se compone únicamente de individuos, sino de sociedades particulares formadas por ellos”6, dándole base así al Principio de Subsidiariedad aplicable a un gobierno auténticamente democrático.

Hoy día podríamos definir al Humanismo cristiano como una filosofía política que defiende la plena realización del hombre y de lo humano dentro de un marco de principios cristianos reflejados en los derechos humanos e identificados en la ley natural. Entre sus principios fundamentales, podemos enumerar los siguientes:

  • La eminente dignidad de la Persona Humana.
  • La promoción de una sociedad pluralista como espacio natural para el desarrollo de la persona.
  • La primacía del Bien Común.
  • La indispensable aplicación de normas de Justicia Social.
  • La democracia como sistema de vida y de gobierno.
  • La ética como sustento indispensable de la política.
  • La obligación del Estado a garantizar y promover el bien común y la justicia social, defender los derechos humanos y estar al servicio de la dignidad y la libertad de las personas.

El humanismo cristiano, por su contundencia en la defensa de la dignidad de la persona humana, da absoluta primacía a la defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales entronizados como el eje de cualquier política concreta de Estado, porque entiende y sostiene que el Estado está al servicio de la persona y no la persona al servicio del Estado.

Todas estas consideraciones son la fuente del pensamiento revolucionario que triunfó en 1959 y cuyo acatamiento y aplicación son condiciones indispensables para el progreso y bienestar conducentes a una Cuba mejor, “con todos y para el bien de todos”, como nos exhortó José Martí.

 

Referencias

  • 1 Fragmentos del discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz el 24 de abril de 1959.
  • 2 El Escolasticismo es una corriente cristiana, arábiga y judaica del pensamiento desarrollada en Edad Media, en la cual predominaba la enseñanza de las obras aristotélicas en relación con las respectivas doctrinas religiosas. Los filósofos de los primeros siglos del Cristianismo, como San Agustín, Boecio, San Isidoro y San Juan Damasceno, comienzan a desarrollar los gérmenes de la escolástica, que florece en el siglo XII merced al más amplio conocimiento de Aristóteles y constituye, sobre todo en las obras de Alberto Magno, Sto. Tomás de Aquino y Juan Duns Escoto, un sistema completo y coherente que subsiste a través de un período de decadencia hasta su renacimiento con el neoescolasticismo en la segunda mitad del siglo XIX.
  • 3 El Tomismo es una escuela encuadrada por una corriente filosófica también conocida como Escotismo, fomentada por Juan Duns Escoto, quien desarrolló sus conclusiones a partir del Escolasticismo y las ideas desarrolladas por Sto. Tomás de Aquino, pero con un espíritu crítico sobre la doctrina de la unidad de la forma sustancial del hombre y sobre ciertas proposiciones filosóficas que los propulsores de la escuela Tomista consideraban desviaciones de la doctrina cristiana provocadas por un Averroísmo aristotélico, subrayando la primacía de la voluntad sobre el entendimiento.
  • 4 Estos datos son tomados de la obra que el autor de este ensayo está en vísperas de publicar, titulada: “La Huella del Cristianismo en la Historia: Luces y Sombras de su notable acontecer“.
  • 5 El Cardenal Cisneros es una figura de amable recordación en los albores de la historia de Cuba. Inicialmente se enfrentó a Diego Colón en apoyo del fraile dominico Antonio de Montesinos y logró, con la colaboración del Cardenal Adriano (quien sería elegido poco después como Papa Adriano VI), la promulgación por el Emperador Carlos V de las Leyes de Burgos (1512) y las de Valladolid (1513) que establecían normas de protección a los nativos en los territorios descubiertos por los españoles.  Además, hay que recordar que instigado por fray Bartolomé de las Casas dio orden de que se enseñara a leer y a escribir a los “niños de todos los colores” en los territorios conquistados.
  • 6 Humanismo Integral, Ediciones Palabra, S.A.; p. 207.

 


  • Gerardo E. Martínez-Solanas (La Habana, 1940).
  • Es economista graduado en The City University of New York (CUNY) en 1984.
  • Licenciado Cum Laudae en Ciencias Políticas en el College of Liberal Arts and Science: City College of New York (CCNY) en 1981.
  • Ha trabajado 35 años al servicio de las Naciones Unidas en distintas funciones profesionales.
  • Es miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia.
  • Reside en Estados Unidos.
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