La creación artística y la belleza: cómo contribuyen a la humanización de la sociedad

Inauguración de la XIII Bienal de La Habana en su sede en Pinar del Río. Foto de Yoandy Izquierdo Toledo.

¿Qué es la belleza? ¿Dónde reside? ¿Quién la crea?

No es mi pretensión dar respuesta a esas preguntas en este texto. Las propongo como persona, como artista, como creadora.

Desde que la humanidad tuvo noción de belleza, hasta hoy, la contesta a estas preguntas iniciales ha ido variando sustancialmente. Ha cambiado el hombre, y con él las estructuras sociales, los conceptos y percepciones acerca del mundo y cuanto lo hace bello, bueno, y verdadero.

Ya desde finales del siglo XVIII, el concepto de belleza había ganado con Immanuel Kant un grado sumo e incomparable al que se nombró: sublimidad. La belleza, que es comparada con lo festivo y luminoso, daba paso a lo trascendente y enigmático contenido en las cosas y experiencias sublimes. Había algo más que lo puramente bello. Se designaba ahora como sublime aquella excitación sobrecogedora que no era posible determinar en lo apasionado y febril de un día de verano. En aquel momento algunos artistas cansados de la representación, de la reproducción de cánones de belleza ajenos a su contemporaneidad, buscaban estimular esos sentimientos de sobrecogimiento. Y lo lograron, el tiempo les mereció el mérito.

En el siglo XX el arte de vanguardia hizo bandera estas nuevas pautas. La intención no era provocar en el espectador sensaciones agradables y placenteras, sino que, a través de formas y expresiones totalmente nuevas, se comprometían con la sociedad desde un nuevo lenguaje, una nueva y superior forma de belleza. Y fue quedando ella, la Belleza, relegada a un mundo efímero, banal, poco serio. El arte kitsch contribuyó especialmente con esta especie de división que se sufrió. La producción de las consideradas hasta entonces Bellas Artes, ya no era tan bella, sino sublime, y esa otra clase de belleza: “lo bonito”, fue ocupando cada vez más espacios en las nuevas sociedades. Se conoce como la estetización del mundo. Un mundo que debe, o tiene que ser bello. Un mundo que se aleja de la Belleza y se enajena en una suerte de vitrina confeccionada desde fuera: a partir de los centros de poder, desde donde se administran las sensaciones, las emociones y sentimientos que tocarían en cada momento de acuerdo a los objetos que se produzcan.

El arte en la contemporaneidad, propone un canon o patrón de belleza que dista de lo propuesto por las primeras vanguardias. Retoma a su antojo técnicas, temas e ideales propios de siglos pasados. Se refuerza el arte por el arte, se recupera el objeto artístico, se valora la belleza de la representación; se aleja de la realidad circundante, y deja de ser comprometido con la sociedad, para ser autorreferencial. Por otra parte, los medios de prensa, las industrias culturales, y todavía más reciente, las redes sociales, ofrecen y pluralizan modelos que alcanzan a casi todas las esferas de la sociedad. Definir ahora mismo “lo bello”, se convierte en difícil tarea tanto para el arte, la crítica especializada o la filosofía misma. Y es que se ha dejado de considerar al Arte como único creador o portador de belleza, para ampliar el espectro y aplicar tales conceptos a campos tan alejados como la comida, o la jardinería, por poner ejemplos. Lo bello ahora es “lo bonito”. Y cuántas cosas “bonitas” nos proponen a la fuerza, cosas que no portan nada de belleza, ni aportan al espíritu la alegría y jovialidad propias de esta categoría estética.

“Es bonito llevar el pelo o las uñas como las modelos de los vídeos de reguetón”. Asimismo proliferan en las redes los comentarios: “ay mi amiga, estás bellísima”, cuando en verdad no hay nada más alejado de la realidad, pero cumple con ciertos requisitos de “belleza”. Todo ha de lucir cierto encanto. Casi nada escapa a esto, se busca de cualquier manera agradar a los sentidos, pero se queda la intención en sensaciones efímeras, pasajeras. Cosas, modos, modas que pasan fácilmente al plano de lo ridículo.

La comida gourmet, más que comida es un espectáculo visual: pareciera que busca llenar las expectativas artísticas, no el estómago. La decoración de interiores y exteriores: es tendencia que los nuevos ricos manifiesten su poder cubriendo las paredes de sus casas con una falsa piedra, además de incorporar leones dorados en los pórticos, e incluso calaveras brillantes, fuentes y estanques que no tienen agua, y todo esto acompañado de colores chillones que hacen notar el nuevo “palacio” entre las otras chozas. La floristería artificial tiene un gran número de adeptos; otros han cambiado el concepto de jardín al punto de cubrir con cemento zonas de tierra y césped para luego pintarlas de verde: un falso jardín… Los suvenires, supuestos portadores de identidad nacional, son más bien el resultado del manejo caprichoso de símbolos nacionales al servicio de las leyes, no precisamente de la belleza. La utilería: da igual si se trata de una olla, un cubierto o un par de zapatos, son todos objetos que han de tributar a una falsa belleza haciendo que su portador pierda de vista la utilidad práctica de ellos, para concentrarse en que sean más bonitos. Todos esperan que estas evocaciones provenientes del mundo cotidiano, sean impresionantes y satisfagan las necesidades (ahora muy limitadas) de saciar el alma humana.

La palabra en sí misma -Belleza- carece prácticamente de valor incluso en círculos de artistas e intelectuales, y es esta la reacción por la carga que ha recibido por más de un siglo: sinónimo de banalidad, de intrascendencia. “Hay que cuidarse de que una obra sea referida como bella; si ocurre así, entonces la obra no es lo suficientemente buena”. Y es ahí cuando llega el caos a la creación artística: artistas eludiendo aportar el valor de la belleza a su obra (porque podrían considerarlos mediocres); y farsantes haciéndose pasar por verdaderos artistas al mostrar una obra carente de todo valor, y además, creyéndola sublime. El campo artístico se amplía aceleradamente, y cada vez son más diversas las maneras de manifestar y expresar el arte: unas acertadas y culminantes; otras tan perecederas como el impulso mismo que les dio vida.

Pero el Arte, a mi juicio, no puede, o no debe replegarse a las formas preconcebidas que dan la sociedad, las estructuras de poder, la élite intelectual, ni siquiera la Historia del Arte. Los valores de la belleza, lo sublime, el arte en sí mismo, son válidos para todos los tiempos y todas las sociedades. Si bien nunca de la misma manera, sí que siempre han estado al servicio del hombre y su realización plena. Y no basta beber en un vaso bonito, estéticamente agradable, se necesita provocar la esencia del ser, las fibras del corazón, anidar en lo más profundo del ser humano. Y eso no lo logra un vaso, no. Lo logran las artes y la literatura. El resultado de estas labores debería buscar siempre la humanización del ser. Hacer personas, o mejor, ser personas.

Cierto es que el arte siempre ha sido de élites, y considero que no hay que “elevar el nivel de las masas”, sino despertar la capacidad de apreciación que cada uno posee, educar al espíritu para lo trascendente. Hay que mirar más arte: nacional y universal, siempre arte; y dejarse sorprender por los sentimientos que provocan tanto una performance como un icono. Cada artista es portador de un mensaje único. Y no importa si lo que comunica es autorreferencial o está más comprometido con la sociedad y las causas de lucha de esta, porque siempre hablará del ser humano. Y cada encuentro con otra persona lo revelará -al artista- desde lo más privado de su esencia. Ahora bien, que el arte sea autorreferencial, no debe convertirse en excusa para olvidar la sociedad a la que pertenece el hombre creador. Ni arrinconar el tiempo en que le ha tocado vivir… porque esa amnesia voluntaria, más temprano que tarde, sale a relucir frente a todos, y quedan al descubierto los farsantes, los que eludiendo la realidad circundante, no trataron de modificarla (que no significa que lo logre) sino que se inventaron su particular y única realidad donde todo es perfecto. Eso no contribuye a la belleza, ni a la humanización de la persona, tan solo habla de los oportunistas del momento.

Por poner un ejemplo: el arte de la Edad Media no estaba dirigido a los círculos intelectuales, sino que todos podían comprender el universo simbólico que escondía cada pintura, todos podían acceder al mensaje. Y es simple, también todos manejaban los mismos códigos. Eso hoy es más complejo, pero siendo que vivimos en la aldea global, se debería buscar el alimento del alma –siempre el arte- en lugar de hacer lo que sea buscando likes (sirva como ejemplo de código universal).

El arte ha de humanizar, tanto a su creador como a su perceptor; ha de ser buscador de unidad, hacedor de puentes y de paz. Debería ser reflejo de la belleza del alma, descubrir todo lo bueno que encierra, trascender la forma y el tiempo; posibilitar la ascensión del espíritu al mundo de lo bello, no solo de lo bonito que es pasajero, que solo dura hasta que algo más bonito salga al mercado.

Es fundamental para las sociedades actuales, para nuestra sociedad, redescubrir la belleza como valor. Encontrar en el arte esa fuente que inspira y anima para continuar. Redescubrir en el mundo -harto de imágenes feas, ridículas, y sobre todo falsas-, lo que hay de bueno, verdadero y bello.

 

 


  • Wendy Ramos Cáceres (Guane, 1987).
  • Artista de la plástica.
  • Estudiante de Conservación y Restauración en el Instituto Superior de Arte.
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