Martes de Dimas
Cuba está inmersa en la crisis más profunda de su historia. Un factor determinante para su salida es el ciudadano, una institución desaparecida en las últimas seis décadas. Con el fin de su resurgimiento aprovecho este espacio para de forma sintética y sencilla narrar episodios de nuestra historia dirigida a los que durante décadas permanecieron en Cuba marginados de esa condición. Comienzo pues por el cómo y cuándo se inauguró la política en Cuba.
La política es un instrumento para la solución de problemas sociales mediante el diálogo, la negociación y el consenso. Requiere la observancia de una ética que sitúe los intereses sociales por encima de los intereses de personas de grupos o de partidos. Mediante su empleo los líderes y/o los partidos políticos tratan de obtener el mayor provecho y ejercer su dominio sobre el conjunto de la sociedad. En la medida que la mayoría de las personas estén excluidas y/o se desinteresen por la política, otros la usarán para sus fines. Sin embargo, el logro de ese propósito requiere de la aceptación del resto de la sociedad, es decir, ser legitimado. Por esas características una de sus definiciones es la del arte de hacer posible lo necesario, mediante el empleo del diálogo, la negociación y el consenso. Cuando ese requerimiento se viola el conflicto deriva hacia la guerra, tránsito que el teórico de la ciencia militar moderna, el prusiano Karl Von Klausewitz, denominó la continuación de la política por otros medios.
La política involucra a gobernantes y gobernados. Por su supremacía respecto al resto de las formas ideológicas influye en la vida y en el destino de las personas y de los pueblos. Ha evolucionado hacia la democratización -de forma acelerada en la época de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones- hasta devenir esfera de participación social a escala global, lo que hace de la política una necesidad ineludible para el progreso.
En Cuba, una vez que los españoles arribados fracasaron en la búsqueda de oro para regresar enriquecidos, la marinería militar devino la principal fuente económica en la villa de Santiago de Cuba, pero con mayor fuerza en La Habana, donde se conformó una pujante oligarquía criolla aglutinada por un sentido de identidad y destino común. Esa oligarquía requería de una voz a través de la cual expresar sus intereses. La misión recayó en el historiador e ideólogo José Martín Félix de Arrate y Acosta (1701-1764).
En su obra, Llave del Nuevo Mundo, Arrate planteó el reclamo de una clase social cuyo ascenso dependía de la producción de mercancías para el mercado internacional. Es decir, de la libertad de comercio. Para lograrlo necesitaba una porción del poder que ocupaban los peninsulares. En ese contexto surgieron los gérmenes de la política en Cuba.
En esta misma obra Arrate alaba al habanero e introduce la idea de la equiparación: el criollo solo se distingue del peninsular por el lugar de nacimiento. Su discurso no implicaba ruptura, sino igualdad. Lo que se impugnaba -explica Moreno Fraginals- era el lugar que la oligarquía criolla habanera ocupaba dentro de la escala jerárquica establecida.
Los conceptos de Arrate reflejaban la contradicción criollo/peninsular en la cima de la sociedad y el antagonismo blanco/negro en su base. Con el reclamo de igualdad aspiraban a ocupar los más altos cargos oficiales, pero sometiendo a negros y blancos pobres. De esa forma -dice Moreno Fraginals- la oligarquía habanera representaba una cultura dominante respecto a los estamentos inferiores y dominada respecto a la metrópoli; por tanto, contradictoria.
“La llave del nuevo mundo” fue el primer gran alegato político del criollismo habanero, como único podía ser en aquella época y condiciones: aristocrático, colonialista, esclavista y racista. Ese criollismo fue retomado en la década de 1760 por la oligarquía habanera cuando se planteó poner la economía de servicio en función de la actividad más rentable en la época para hacer de Cuba la primera productora mundial de azúcar y de café. Con ese fin, la Sociedad Económica Amigos del País, fundó una comisión de historia para reeditar la obra de Arrate.