Para comenzar esta reflexión sobre el cambio de época, su conceptualización y características fundamentales, me gustaría resaltar la idea de que “un cambio de época ni es bueno ni malo, es sólo una circunstancia histórica que viene acompañada de riesgos y oportunidades” (Portero, 2017). Desde esta perspectiva, entender el cambio de época más que invitar a un diagnóstico de sus efectos negativos, convoca a la acción, a la propuesta, a una profundización en el estudio de los riesgos que trae consigo sólo como insumo para potenciar las oportunidades que lo acompañan. Es un hecho de la realidad, algo que se da, que está condicionado por el propio progreso económico, político, social y cultural de las sociedades cada vez más interconectadas y dependientes unas de otras; una circunstancia histórica que como señala Portero (2017) que hay que entender y asumir con sus pros y contras, un proceso frente al que hemos de situarnos con actitud positiva y optimista para sacar del mismo los mejores resultados posibles de cara al progreso y desarrollo material y espiritual de nuestros países y del mundo en sentido general.
Considero incuestionable el hecho de que el cambio de época que estamos viviendo supone algunos elementos positivos como: 1. Una mayor interconexión a nivel mundial entre personas, gobiernos, culturas, economías, que permite intercambio de información, de experiencias, know how, tecnologías, entre otros activos que facilitan los procesos de crecimiento y desarrollo económico; 2. El alcance de las nuevas tecnologías, revolución científico-técnica, internet, medios de comunicación, importantes descubrimientos de la ciencia que disparan los niveles de productividad, la innovación, que facilitan avances incuestionables en la salud y la educación a nivel mundial, entre muchos otros aspectos positivos que vienen aparejados a los avances tecnológicos.
A pesar de los aspectos positivos mencionados anteriormente y muchos otros que caracterizan el cambio de época, las miradas de la mayoría de los estudiosos del tema y mayores preocupaciones al respecto apuntan, sin lugar a dudas, a sus multidimensionales y abundantes efectos negativos. En sentido general, esos aspectos negativos considero que pueden resumirse en tres grandes grupos de problemas, los que me atrevería a decir que están presente en todos los países del mundo, más allá de los matices y particularidades de cada caso.
- Crisis cultural, que representa desde mi punto de vista la cara más visible de este cambio de época, caracterizada específicamente por el auge de la postmodernidad y las corrientes relativistas(Portero, 2017); se desvanece la concepción integral del ser humano, se sobrevalora el individualismo y la subjetividad individual, proliferan fenómenos como el consumismo y el narcisismo, las nuevas tecnologías se ponen al servicio del mercado y estas del consumo, olvidando y pasando por encima del respeto y valor absoluto de la persona humana y su dignidad plena. Las identidades culturales se debilitan, las tradiciones y valores éticos o morales pierden sentido, el individuo abandona su condición de ciudadano para centrarse en sí mismo (V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, 2007).
- Crisis de los modelos económicos, ausencia de un adecuado balance entre las fuerzas del Mercado y del Estado, gran depresión del 2007, decadencia e insostenibilidad del llamado estado de bienestar, problemas con el empleo, la desigualdad, migraciones, ampliación de brechas de desarrollo, insostenibilidad ambiental, adelantos científico-técnicos que suponen una revolución y muchos retos en los métodos y medios de gestión económica. Insuficiente democratización de las relaciones y procesos económicos, insostenibles niveles de consumo, entre otros desafíos que desde un punto de vista económico caracterizan este cambio de época.
- Por último, hay otro grupo de desafíos políticos que también se ponen de manifiesto dentro de este contexto, como son la crisis de los partidos políticos y del “gobierno de partidos” (Alcántara, 2004), los problemas de representatividad y de la calidad democrática en cuanto a sus procedimientos, métodos y resultados, la apatía e indiferencia ciudadana ante los asuntos de interés social, los nuevos fenómenos como el populismo, una inadecuada relación entre autoridad y poder (Domingo, 1999), la incapacidad de los estados para organizar y gestionar eficientemente los problemas y demandas sociales.
Dentro de estas tres dimensiones que caracterizan el cambio de época que vivimos en la actualidad, los aspectos vinculados a la dimensión cultural son los que demandarán un mayor esfuerzo, de hecho, con frecuencia los resultados de las crisis políticas y económicas experimentadas por las sociedades tienen de fondo la crisis y el cambio cultural a las que estas están sometidas. Como cubano, cuando miro al futuro de mi país y lo sitúo en este contexto de cambio de época, me convenzo de que más allá de los problemas políticos (los que con un proceso de apertura democrática similar a la última ola democratizadora en América Latina pueden solucionarse), los problemas económicos (que, mediante una apertura al mercado, en unas pocas décadas puede generar avances significativos en términos de progreso económico como lo demuestra el caso de China, Vietnam y otras economías), la cuestión fundamental se debe centrar en el cambio cultural, el cambio de mentalidades, el reto de superar la crisis de valores y humana existente (Valdés, et al., 2014). Este último representa el reto principal que se impone ante la realidad del cambio de época.
Cuando se miran experiencias tanto en Estados Unidos, como en Europa y Latinoamérica, es posible percibir que este cambio de época, y sus consecuencias culturales influyen -en no pocas ocasiones- negativamente sobre los procesos políticos y económicos. Comportamientos generalizados -especialmente en la juventud- como la apatía, el desinterés, la desidia y el analfabetismo cívico, político y ético que caracteriza el cambio de época impactan negativa y directamente sobre resultados electorales o procesos de integración considerados como avances sin precedentes, como es el caso de la Unión Europea, por ejemplo. En este sentido Portero (2017) señala: “El islamismo, las renovadas corrientes nacionalistas en Asia o, en nuestro entorno fenómenos como el Brexit, Trump o el Frente Nacional francés son ejemplos de cómo desde el poder se puede jugar con el victimismo para ejercer la demagogia.”
De cara al futuro, como claramente señala Portero (2017) “no hay más opción que asumirlo, como hubo que asumir las distintas revoluciones industriales precedentes”, y para ello hay que poner la mirada en primer lugar sobre la persona humana, afirmar su dignidad, descubrir que la plena realización de la persona humana sólo se consume en un intercambio y relación de confianza con el otro. También hay que dar el paso importante de convertirnos en ciudadanos, de velar y ser responsables por los asuntos que afectan nuestras comunidades y la sociedad en general, de practicar el ejercicio de la participación democrática. Y por último hay que volverse sobre las raíces, bases y tradiciones de nuestras sociedades y sobre las mismas edificar unas sociedades que sin dejar de estar interconectadas no renuncien a sus valores y principios, o a su soberanía económica o política, sino que sean capaces de adaptarse a los requerimientos del cambio de época y avanzar al futuro generando esperanza y no caos. “El relativismo es la garantía de fracaso, pues sólo con raíces profundas y creencias firmes se puede afrontar la globalización. Frente a lo que muchos creen, el rechazo a lo propio y el abrazo del “multiculti” es la receta perfecta para la nada. A mayor globalización mayor necesidad de identidades sólidas, pero perfectamente adaptadas al diálogo multicultural” (Portero, 2017).
Además de lo anterior, me gustaría concluir proponiendo cuatro principios que el Papa Francisco señala en su exhortación apostólica como principios orientadores del desarrollo de la convivencia social, así como de una sociedad donde las diferencias se logren armonizar en pos de bien común. Estos principios guardan estrecha relación con las cuestiones que están a debate en la actualidad para enfrentar los desafíos que impone el cambio de época, y pueden ser orientadores para responder a las interrogantes que el mismo plantea. En palabras de Francisco (2013):
“1. El tiempo es superior al espacio. […] Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. […] 2. La unidad prevalece sobre el conflicto. El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad. […] 3. La realidad es más importante que la idea. […] Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría. […] Y 4. El todo es superior a la parte. […] El todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos” (Francisco, 2013, pp. 169-180).
A modo de conclusión, me remito a la frase de Portero (2017) con la que comencé esta reflexión: el cambio de época no es ni bueno ni malo. El reto ante el mismo está en entenderlo, aceptarlo y emprender el camino al futuro, superando los riesgos y dificultades que trae consigo y tomando las oportunidades (que no son pocas) que ofrece para un mayor desarrollo humano integral a nivel global.
Bibliografía
Alcántara, M., 2004. PARTIDOS POLÍTICOS EN AMÉRICA LATINA: Precisiones conceptuales, estado actual y retos futuros, Barcelona: CIBOB.
Domingo, R., 1999. El País. [En línea]
Available at: http://elpais.com/diario/1999/01/07/opinion/915663603_850215.html
[Último acceso: 24 11 16].
Francisco, 2013. Exh. ap. Evangelii Gaudium, México: Ediciones Dabar S.A. de C.V..
Portero, F., 2017. “De una época en cambio a un cambio de época”. Madrid, Escuela de Negocios UFV-ADEN.
V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, 2007. Documento de Aparecida. Aparecida, s.n.
Valdés, D. y otros, 2014. Ética y Cívica: aprendiendo a ser persona y a vivir en sociedad. Pinar del Río: Ediciones Convivencia.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.