Ante el dilema de un cambio de época o una época de cambios, se afirma que hoy, más que nunca, estamos atravesando la primera de las afirmaciones, porque si fuera una época de cambios no existieran “cambios radicales en relaciones de producción, poder, experiencia humana o cultura” como los que estamos viviendo.
Transitar consciente y responsablemente por el cambio de época implica la participación activa y la cohesión fuerte entre todos los actores sociales, comenzando por la persona humana, que se organiza y tiene la necesidad de socializar su conocimiento en las organizaciones intermedias y grupos de trabajo de la sociedad civil, hasta llegar a la institución superior de servicio ciudadano, que es el Estado. Es decir, corresponde a las personas y a los gobiernos trazar caminos efectivos para convivir en un ambiente de paz, armonía social, convivencia pacífica y civilizada.
Como dicen algunos analistas, no se trata de elegir entre las opciones de cambiar o no cambiar. La segunda, ya no es una opción. Los enfoques deben estar centrados en cómo enfrentar la realidad inevitable del cambio de época. Y todo comienza por salir de nuestras zonas de confort para dirigirnos hacia una sociedad en evolución constante, pero en la que deben continuar primando los valores humanos esenciales que respeten la dignidad plena del hombre.
Vivir el cambio de época requiere una formación adecuada y una nueva concepción del ciudadano en torno a las interrelaciones que se dan en la sociedad, y que lo ponen en contacto con la economía, la política, la cultura, la religión, las nuevas tecnologías, los medios de comunicación, y los grandes avances científico-técnicos. Estar preparados significa tener en cuenta aspectos esenciales de las dinámicas sociales como son:
- La participación específica de la persona en la vida pública a través de sólidas relaciones individuo-sociedad, e individuo-Estado.
- La caracterización del poder público, teniendo en cuenta los fundamentos sociales en que se basa, su programa ideológico-cultural, la promoción de valores humanos y su defensa a través de instrumentos legales establecidos, y la inserción en los contextos hacia el interior y el exterior de las sociedades.
- Las cualidades concretas, condicionadas y estructuradas históricamente de las personas cuando participan en todas las esferas de la vida, y por tanto en toda acción de cambio.
El papel que se le otorga a la educación es esencial para formar ciudadanos que asuman los retos actuales, a la vez que propicien el progreso hacia nuevas formas de expresión del desarrollo social. La educación ciudadana debe ser entendida como un proceso de formación integral, que incluye la cultura, la moral, la ética, pero también la preparación para la convivencia en el mundo de avances en todas las esferas del desarrollo. Es decir, la educación implica una relación intrínseca con la producción de conocimientos y el uso de estos en los campos de la ciencia, el arte y las nuevas tecnologías. Los expertos incorporan el criterio de “calidad educacional” para referirse a un conglomerado de factores que incluyen “la pertinencia social, la calidad curricular y el buen desempeño profesional”.
La educación ciudadana debe establecer una conexión estrecha con la estabilidad en los sistemas democráticos. La cultura cívica y política, entendida como conjunto de valores y actitudes que orientan las conductas ciudadanas y sus evaluaciones sobre los cambios, agentes, e instituciones, hacen de la persona el máximo sujeto de los cambios, no un observador pasivo. La información, el debate y la evaluación, son herramientas imprescindibles para asumir el desarrollo y la aplicación de cambios de diversa índole en nuestras sociedades.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.