Vivimos en un mundo globalizado, en el que cada día las economías se hacen más dependientes unas de otras y aumentan sus interconexiones. La mayoría de las economías del mundo son economías abiertas, que aprovechan -unas con más éxitos que otras- sus ventajas comparativas para integrarse en los mercados internacionales, generar ingresos mediante sus exportaciones al resto del mundo e importar los bienes de consumo, inversión y capital que potencien el desarrollo de la economía.
Al mirar el panorama internacional actual, en cierto sentido pudiera indicar una vuelta al proteccionismo, o a un mayor proteccionismo que el de hace unos años. Ejemplo de ello es la salida del Reino Unido de la Unión Europea, las políticas de Trump en Estados Unidos, o la actuación de Rusia que en los últimos años también ha implementado disímiles barreras comerciales entre otras medidas proteccionistas, y otros ejemplos. No obstante, el ritmo que la globalización impone plantea la necesidad de hablar hoy en día de un mercado global y no más de mercados nacionales o locales. Los países necesitan unos de otros, la interconexión económica para el comercio y las inversiones, así como el alcance de los mercados de capitales son realidades indetenibles, que en el largo plazo se mantendrán y profundizarán, incluso cuando el momento actual indique -en cierta medida- lo contrario.
Si bien se puede hablar de una vuelta al proteccionismo, un análisis sosegado de la realidad económica mundial, y del fenómeno de la globalización permiten afirmar -al mismo tiempo- que esto es sólo una realidad coyuntural, la que con el paso del tiempo será superada de forma natural. El hecho de que la globalización, a pesar de sus aspectos negativos, es hoy en día uno de los pilares del desarrollo económico alcanzado a nivel mundial, una potente herramienta para luchar contra la pobreza, un fenómeno que genera y expande la riqueza creada, es una realidad difícil de negar u obviar.
La respuesta proteccionista, es una reacción a los problemas que con la globalización y el libre comercio se han dado alrededor del mundo pues, a fin de cuentas, no son secretos para nadie los aspectos negativos del fenómeno de la globalización (expansión de las desigualdades al interior de los países, rápido impacto y expansión/contagio de las crisis económicas y financieras, cuestionamiento de las identidades y la soberanía nacionales, etc.). Sin embargo, al mismo tiempo que trae inconvenientes, la experiencia acumulada es una oportunidad para buscar soluciones a estos problemas, para repensar la globalización y los mecanismos de integración económica.
La realidad de Cuba, a pesar de ser un país con una economía abierta, plantea como obstáculos para el crecimiento económico el hecho de contar con un sistema a lo interno sumamente cerrado, con un modelo de planificación central que elimina los incentivos económicos, atenta contra la eficiencia, la productividad y la innovación. En este caso, en una coyuntura de crisis como la actual, donde los subsidios venezolanos se ven comprometidos, el giro a la derecha en Latinoamérica y la influencia de la comunidad de países democráticos aumentan las presiones e incentivos para un cambio, la economía cubana puede y debe asumir el reto de dar paso a reformas de mercado de mayor profundidad. Al mismo tiempo es necesario promover una mayor apertura de la economía al mundo, evitando los parasitismos ineficientes que han caracterizado la inserción externa de la economía cubana, y con ello propiciando una apertura a la globalización y sus efectos positivos.
Es hora de dejar atrás la época de economía cerrada, la época del proteccionismo y de la poca integración con la economía mundial. Para que de este modo la economía cubana -al igual que han hecho y vienen haciendo otras economías alrededor del mundo- pueda beneficiarse de mayor acceso a tecnología, conocimiento, inversiones, comercio, capital humano, distintas influencias culturales y muchos otros beneficios que con el proceso de globalización están al alcance de la mano, y que de seguro pueden influir de forma determinante en la generación y estabilidad del crecimiento económico, y en la credibilidad de la economía ante el mercado mundial, para con ello potenciar la innovación y el desarrollo económico.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.