En sus inicios, la ciencia parecía más vinculada a los planes de seguridad nacional que al desarrollo en función del hombre y la sociedad. Los avances en el campo de la física, por ejemplo, fueron encausados en la elaboración de la bomba atómica, como primer gran ejemplo de tecnocracia. El surgimiento de estos nuevos saberes estuvo directamente vinculado a la carrera nuclear, a la guerra. Las lecciones éticas derivadas de estos tristes momentos de la historia permitieron fortalecer la triada ciencia-tecnología-política, y colocar el progreso de la ciencia en función de la vida diaria y la sociedad. Se había adquirido como experiencia que el fortalecimiento de los Estados dependía de los nuevos descubrimientos, pero al mismo tiempo la ciencia no podía continuar su avance por los caminos anteriores, que generaron destrucción y exterminio de poblaciones, sino que debía enrumbarse al servicio de la persona y hacia el desarrollo económico regulado.
De la guerra a los grandes adelantos
La segunda mitad del siglo XX puede ser denominada la época de los grandes descubrimientos de comunidades científicas que, reunidas en diferentes lugares del mundo, realizaron importantes aportes ya no solo en el campo de la física nuclear o cuántica, o la mecánica, sino en saberes más cercanos a la persona. Estos nuevos trabajos se presentan no con pocas regulaciones y límites para el investigador. Garantizar la aplicación de ellos dependerá de la responsabilidad individual, de los liderazgos de las comunidades científicas y de las políticas instituidas por las entidades reguladoras superiores.
Es así que podemos hablar de la revolución en el campo de la biología molecular con el descubrimiento de la estructura en doble hélice del ADN a cargo de los científicos, James Watson y Francis Crick, en 1953; del primer trasplante de corazón, en 1969; y de la obtención de la primera niña-probeta en 1973. Hacia la década de los 80´ aparecieron los ordenadores personales y el internet; y en 1997 se obtuvo el primer organismo genéticamente modificado, la oveja Dolly. A inicios del siglo XXI, en 2001, se presentó todo el mapa genético de la especie humana, como parte del proyecto Genoma Humano, que repercutió en el desarrollo posterior de novedosos procedimientos genéticos, la determinación de la causa de enfermedades desconocidas y los análisis predictivos como arma de doble filo, porque pueden incentivar la marginación y la exclusión, al seleccionar organismos mejor adaptables al ambiente dados sus condicionamientos genéticos.
Los grandes adelantos implican grandes retos para la humanidad en materia de regulaciones y requerimientos bioéticos. Las políticas de desarrollo deben contemplar una esmerada educación ética-científica que conjuguen rigor, objetividad y responsabilidad social.
El arte de hacer ciencia está muy unido al arte de hacer política. Las revoluciones científicas comprenden una serie de fenómenos y procesos que no solo surgen de las mentes “prodigiosas” de aquellos que sienten la necesidad de crear o producir pensamiento para el uso común. Estos deben estar hilvanados de acuerdo a una línea conductora coherente con el desarrollo de los pueblos, y deben tener un cuerpo teórico sólido por el cual regirse a la hora de valorar la efectividad de la actividad que se desarrolla. Algunos rasgos, que pueden ser confundidos también como consecuencia de las revoluciones científico-técnicas pueden ser descritos de la siguiente forma:
- La organización social: se proyectan novedosas formas de interacción con otros saberes, surgen nuevas formas de asociación a través de congresos, gremios, reuniones, coloquios, simposios), así como métodos para expresar el saber de una forma diferente, ya sea a través de medios de comunicación social, publicaciones digitales o impresas, entre otras. Como podemos observar esta nueva organización social adquirida, difiere de la clásica concepción de que la ciencia era solo para un selecto grupo de personas privilegiadas, y la extiende, ahora hacia la participación y consumo desde fuera. Es decir, deja de ser disciplinar y cerrada, para evolucionar hacia la interdisciplinariedad y la apertura que ella significa.
- Un lenguaje renovado: producto de la misma relación con otras disciplinas y la interacción con los demás a través de publicaciones y nuevas formas de socializar el conocimiento, surgen nuevos términos, conceptos y paradigmas que “revolucionan” los saberes anteriores y en ocasiones, incluso, funden conocimientos que se encuentran dispersos, en una sola materia que facilita una mejor comprensión a través de un lenguaje más potable para toda la sociedad, que es lo que se pretende.
- Una metodología diferente: si la organización social de la ciencia cambia, y cambia también su leguaje, obviamente los métodos que se empleen serán novedosos, en el contexto de las ciencias de la complejidad que no se basarán en los métodos clásicos de la inducción y la deducción. La sociedad se complejiza, los métodos para llegar a producir el conocimiento científico serán también complejos, en un escenario de desarrollo de las ciencias de la complejidad.
La propia educación científica propicia en las sociedades modernas, nuevas exigencias y reivindicaciones políticas. Surgen regulaciones estatales referidas al uso del medio ambiente, el empleo de fármacos novedosos en humanos, la experimentación humana mediante ensayos clínicos, el empleo de terapia de genes o de células madre. La legislación de cada país debe contemplar serias normas de control para evitar que el relativismo de los nuevos tiempos opaque el efecto positivo que se deriva de los avances de la ciencia.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.