“Les aseguro que todo se les podrá perdonar a los hombres, los pecados y cualquier blasfemia que digan,
pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás; será considerado culpable para siempre.”
( Mc 3, 28-29)
Cuando la solidaridad es frenada por barreras funcionales o legales, la sociedad está enferma. Y, si por demás, se trata como delincuentes o peligrosas, a las personas que quieren ayudar, está ocurriendo algo peor: hemos perdido el rumbo del bien y del mal.
Hay verdades sabidas acerca de la solidaridad. No hace falta explicar que por solidaridad solo se entiende la ayuda, material o espiritual, pero siempre desinteresada al que lo necesita. Ninguna otra cosa cabe en este concepto. La solidaridad muestra la diferencia entre las personas, que no tiene nada que ver con su dinero, sino con su educación y sus sentimientos. Las personas solidarias, al decir de Martí, sienten en su mejilla el golpe que ha recibido otra mejilla de hombre. Ser solidarios nos hermana, nos hace ganar confianza en los semejantes. La solidaridad no solo beneficia a quien la recibe sino también, y me atrevo a asegurar que en mayor medida, a quien la ofrece, porque dar desinteresadamente engrandece y satisface a la persona.
El tornado que, recientemente, provocó un verdadero desastre en varios municipios de La Habana, ha generado en Cuba, una polémica completamente fuera de lo normal en otros países donde han ocurrido catástrofes o desastres de este tipo. En lugar de pensar, ¿cómo puedo ayudar?, la pregunta se cambia por ¿cómo me dejarán ayudar?
El gobierno cubano, que solo ha conseguido poner recursos a disposición de los afectados a bajos precios, pero no de forma gratuita, ha puesto increíbles dificultades a personas que han querido ofrecer su ayuda a los afectados, de forma independiente. Con la exigencia de que toda la ayuda sea canalizada a través del Estado, ha impedido a muchos, ejercer su derecho de ser solidario y a otros, recibir asistencia. Y, asombrosamente, ha coaccionado y tratado como agresores, a algunas de estas personas.
De nada valen excusas mal argumentadas y mucho menos entendidas: Quien frena la solidaridad se opone a todo lo bueno que generan los actos y las actitudes solidarias. Y quien acusa a personas solidarias de hacer el mal con su desprendimiento, está viendo el mal, en el bien obrar.
Un sistema que basa la centralización excesiva que promulga, en el supuesto egoísmo del mercado, ahora actúa como si no quisiera que el mercado deje de verse como se nos ha mostrado. Si una sociedad quiere ser solidaria, debe abrir espacios para que todos sus miembros tengan la posibilidad de serlo.
Los intentos de ayudar a los que sufrieron los daños producidos por este fenómeno en Cuba, muestran una imagen diferente de los más favorecidos económicamente, o los llamados “ricos”. Esos a los que, según el modelo socialista cubano, “solo les interesa su dinero y explotan a los trabajadores”, se nos muestran como personas que se conmueven ante el dolor ajeno y son capaces de compartir lo que tienen.
Los necesitados agradecen estas ayudas y, por supuesto no entienden de organización, ni los reparos para aceptarlas. Mucho menos entienden, que no sean ellos quienes decidan si las aceptan o no.
No se puede frenar la solidaridad con fines políticos o con el pretexto de una protección innecesaria o de una organización ineficiente, sin consecuencias negativas para el que lo hace. La solidaridad es un valor humano que vale la pena promover y estimular. Una sociedad como la nuestra, en la que pocos tienen la posibilidad de hacerlo en la medida en que se necesita, debe abrir todas las puertas, a quienes se disponen a mitigar en algo las carencias de los que han perdido todo en un momento.
No se puede controlar la solidaridad. No se puede privatizar la solidaridad. No se puede demonizar la solidaridad. Hay un gran costo para el que lo hace.
Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968).
Licenciada en Economía.
Fue responsable del Grupo de Economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.