3 de diciembre: Día del Médico

Lunes de Dagoberto

El tres de diciembre de cada año se celebra en Cuba el Día del Médico. Se escogió la fecha por ser el día del nacimiento del famoso galeno cubano Carlos J. Finlay, quien descubrió que la fiebre amarilla era transmitida por el mosquito Aedes aegypti y eso adelantó mucho la prevención y conocimiento de la devastadora epidemia.

Hoy, no hablaré de la falta de medicinas en Cuba, del deterioro de los centros de salud, de la tradición de excelencia de los médicos cubanos cuando no se formaban al galope para ser enviados al exterior, cuando los profesores eran eminencias y también personas íntegras, ejemplos de humildad y servicialidad. No todo quedó en el pasado, aún quedan personas dedicadas que honran la vocación entregada a la salud de los demás.

Quisiera abordar, sin embargo, algo que me parece es más grave que la situación de la mayoría de los hospitales, sus avituallamientos, sus baños, etc. Se trata de lo que conocemos por ética médica.

Digo que es más grave porque todo lo demás podría soportarse si la atención al enfermo y a sus acompañantes tuviera el trato, el respeto, la dignidad, la amabilidad, y la dedicación que merece todo ser humano, y no solo aquellos que son amigos, o que vienen recomendados, o que tienen recursos para traer “una merienda” o un “regalito”. Si los médicos recibieran el salario que merecen, esos “regalitos” y “merienditas” no hicieran falta.

La ética profesional de médicos, enfermeras, técnicos y personal auxiliar de la salud es el alma del servicio curativo, su médula, su columna vertebral. Se podría decir que esa forma de tratar a los enfermos y a sus acompañantes hasta “cura”. Cura la angustia del enfermo, cura su complejo de discapacidad, cura la incertidumbre sobre su futuro, cura la vergüenza de exponer sus interioridades y no solo físicas ante gente desconocida, muchachos que mal esconden sus risitas, médicos que hablan con sus alumnos en lugar de hablar con sus pacientes a los que “usan” como “medios auxiliares de enseñanza” y no como seres sufrientes, con derecho a la privacidad, al pudor, al consentimiento informado, al trato personalizado, respetuoso, cordial y sosegado.

Va contra la ética médica ese entra y sale de las consultas, no importa el derecho del paciente al recato. Ese charlar paralelo al reconocimiento o a la entrevista con otra persona totalmente ajena o con los estudiantes sobre asuntos extraños a la consulta médica, el ruido, las risotadas, los chistes de mal gusto, el exceso de confianza y la falta de pudor y de privacidad. Debemos preguntarnos por qué la gente “no quiere ir a los hospitales”, menos a los “cuerpos de guardia” lo peor de los centros de salud, o prefieren no ir a la consulta sino abordar al médico en su casa o por la calle, donde tienen mayor discreción que en esa especie de exposición descarnada al examen de todos, incluso del que abre la puerta y mete la cabeza, sea en la consulta, sea en el dentista, sea en radiología o en la sala de endoscopia. Siempre hay más gente que las estrictamente necesarias. Y parece que nadie cuida de la privacidad, del pudor, del secreto médico, de la vergüenza del paciente.

Confianza no es el uso falso del diminutivo, ni del “mi amor”, ni del “mi abuelo” o “mi tío”. Confianza no es bromear mientras sufres un tratamiento invasivo. Confianza es sobre todo respeto y decoro.

La privacidad, es decir, el secreto profesional, es un aspecto olvidado y violado en Cuba. Todo se habla frente a otras personas, se diagnostica en presencia de gente extraña, se comenta por los pasillos. Se habla entre médicos y enfermeras. Se dilucida un tratamiento por teléfono.

En fin, un día como hoy, al mismo tiempo que homenajeamos y agradecemos a nuestros médicos su entrega y servicio sin una retribución bien merecida, nos gustaría que todos meditáramos sobre esta dimensión de la medicina que es la ética profesional y, sobre todo, el respeto a la privacidad y el pudor de los pacientes.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

 


Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).

Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.

 

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