20 AÑOS DE UNA VISITA MEMORABLE

San Juan Pablo II en la Misa de La Habana, 25 de enero de 1998. Foto tomada de Internet.

Han transcurrido dos décadas desde la primera visita de un Papa a Cuba. El 21 de enero de 1998 y hasta el 25, estuvo entre la gente sencilla de este pueblo, el Papa viajero, como le llamaron muchos. Sin embargo nosotros los cubanos preferimos recordarlo como el “mensajero de la verdad y la esperanza”. Su visita pastoral se rememora con la ternura del primer día y como el signo mayor de la Iglesia Católica hacia esta pequeña isla antillana. Tal es así que, luego de las visitas papales de Benedicto XVI en 2012 y de Francisco en 2015, cuando se habla de la “visita del Papa”, casi inconscientemente, el pueblo se refiere a la de san Juan Pablo II.  

Fueron múltiples los gestos del Papa polaco. Vino con un mensaje renovador para el pueblo sufrido, cansado por la agonía cotidiana en pleno “período especial”, carente de motivaciones y proyectos de vida en Cuba. Se dirigió al mundo de la cultura, al mundo del dolor, a los políticos, a los jóvenes, a la familia y a la sociedad civil. Las enseñanzas de quien sufrió en carne propia las consecuencias del totalitarismo sirvieron de acicate a muchos cubanos para renovar las fuerzas del amor y trazar nuevos caminos.  

Sucedió como nos dice la Biblia: “El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz, a los que moraban en sombras de muerte un nuevo día les amaneció” (Isaías 9,1). El pueblo halló una tabla de salvación en medio de la vorágine existencial de la cotidianidad, un madero al que agarrarse con fe y esperanza de futuro. El Papa Juan Pablo II habló para todos, con lenguaje llano, en nuestro idioma español y con la experiencia como fundamento de sus palabras. Vino de tierras lejanas pero nos acercaban las cruces del camino, la influencia de los regímenes totalitarios y las enseñanzas del tránsito hacia la verdadera libertad que experimentó el pueblo polaco y la propia persona de Karol Joseph Wojtyla. 

Sus múltiples mensajes a todos los sectores de la sociedad cubana durante su visita han quedado plasmados en reseñas, memorias, entrevistas, resúmenes de prensa. Muchas publicaciones dentro y fuera de la Isla se hicieron eco de tan honorable acontecimiento. Variados fueron los gestos públicos que marcaron su estancia: la coronación de la Patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre; la entrega de una Biblia en plena Plaza Cívica José Martí, ante las autoridades, a laicos prominentes, seguidores de la Doctrina Social de la Iglesia; la visita a la tumba de quien es considerado el primer santo cubano, el Presbítero Félix Varela, cuyos restos reposan en el Aula Magna de la Universidad de La Habana; y el encuentro entre varias denominaciones religiosas, símbolo del ecumenismo de su mandato.  

En 1998 disfruté los detalles más evidentes: ser elegido por mi parroquia pinareña entre los tres niños de la Diócesis que estarían sentados en las primeras filas en la Misa dominical en La Habana; y enorgullecerme con el beso del Papa a tierra cubana en el Aeropuerto José Martí, porque se trataba de tierra de la finca de mis abuelos campesinos. 

Un tiempo después pude valorar en la justa medida la importancia y la trascendencia de aquellos mensajes. Especialmente recuerdo las palabras dedicadas a los jóvenes en la homilía de la Misa celebrada en la Plaza Ignacio Agramonte en Camagüey, el 23 de enero de 1998: 

1. Comenzaba incitándonos con las propias palabras de la primera lectura que correspondió a ese día “No te dejes vencer por el mal; vence al mal a fuerza de bien” (Romanos 12,21). Nos propuso desterrar la cultura del ojo por ojo y diente por diente, alejarse del ajuste de cuentas entre los hombres cuando existe el juicio final de quien todo lo puede. Nos propuso sobreponernos a las dificultades cotidianas y vencerlas a fuerza del trabajo, el sacrificio de dar la vida por los hermanos y la coexistencia pacífica de los diferentes. 

2. Nos llamó “queridos jóvenes cubanos, esperanza de la Iglesia y de la Patria”. Y nos recordó que el Evangelio nos “enseña el camino, introduce en la verdad, animándonos a marchar juntos y solidarios, en felicidad y paz”.  

3. El Papa nos explicó “¿Qué es llevar una vida limpia? Es vivir la propia existencia según las normas morales del Evangelio propuestas por la Iglesia”. Y, como haciendo un análisis íntegro de las principales tendencias del mundo y de la sufrida Cuba, dijo que “para muchos es fácil caer en un relativismo moral y en una falta de identidad que sufren tantos jóvenes, víctimas de esquemas culturales vacíos de sentido o de algún tipo de ideología que no ofrece normas morales altas y precisas”. Recalcó que “ese relativismo moral genera egoísmo, división, marginación, discriminación, miedo y desconfianza hacia los otros. Más aún, cuando un joven vive “a su forma”, idealiza lo extranjero, se deja seducir por el materialismo desenfrenado, pierde las propias raíces y anhela la evasión”. El Obispo de Roma retrataba la realidad cubana de aquellos tiempos y, por qué no, de la actualidad. 

4. También nos alertó que “el joven cristiano que anhela llevar “una vida limpia”, firme en su fe, sabe que está llamado y elegido por Cristo para vivir en la auténtica libertad de los hijos de Dios, que incluye no pocos desafíos”. Así lo hemos experimentado quienes por consecuencia de la fe hemos sido distinguidos negativamente, a veces hasta en el propio seno de la institución eclesial. 

5. Destacó como binomio esencial que “la fe y el obrar moral están unidos”. Y continuó abordando las consecuencias de una conciencia recta, verdadera y cierta fundamentada en la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia: “Los cristianos, por respetar los valores fundamentales que configuran una vida limpia, llegan a veces a sufrir, incluso de modo heroico, marginación o persecución, debido a que esa opción moral es opuesta a los comportamientos del mundo. Este testimonio de la cruz de Cristo en la vida cotidiana es también una semilla segura y fecunda de nuevos cristianos. Una vida plenamente humana y comprometida con Cristo tiene ese precio de generosidad y entrega”. 

Los jóvenes cubanos de hoy, y todas las generaciones que convivimos en esta hora de la Iglesia y de Cuba, debemos beber del magisterio del Papa polaco. Que sus enseñanzas continúen fructificando a veinte años de su visita a la Perla de las Antillas y que por su intercesión, desde el cielo azul que lo despidió con lloviznas como llorando “porque el Papa se nos va”, Cuba se abra al mundo y también a los cubanos.

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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