Celebrar el Día de la Libertad es venerable costumbre en muchos países para recordar que la libertad es un don de Dios, intrínseco e inseparable de la dignidad de la persona humana.
En Cuba celebramos el 10 de octubre de cada año el Grito de Libertad dado por el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes en 1868. La campana del ingenio de La Demajagua repicó fuerte esa mañana. No era llamando al trabajo, era convocando a todos los cubanos de todos los tiempos a la vida en libertad. No importa lo apartada que estuviera esa finca, lo modesto del ingenio, el reducido número de personas que participaron: la libertad es grande y fuerte por sí sola. La libertad es la campana del alma. Es la bandera de la humanidad. Es consustancial con el progreso humano.
Durante mucho tiempo nos han hecho creer que para luchar por la libertad es importante la unanimidad, no es cierto; que es importante la cantidad de los que luchan por ella, no es cierto; que es indispensable el uso de la violencia y la lucha armada, no es cierto. En La Demajagua eran pocos, en el Oriente cubano no había unanimidad. El regionalismo entorpeció, pero al final la libertad se logró. El caudillismo y los antagonismos personales fueron otro obstáculo, pero la libertad se logró. Los fracasos se repitieron en la Guerra de los 10 años, en la Guerra Chiquita, pero al final se alcanzó la libertad. Las injerencias y ambiciones de dos grandes potencias se interpusieron y enfrentaron por Cuba, pero al final la libertad se logró. La República nació gateando, pero la libertad la puso en pie. ¿Por qué ahora desconfiamos tanto de esos mismos obstáculos si la historia nuestra nos demuestra fehacientemente que ninguna piedra y ningún fracaso puede con el ansia de libertad que acuna en el alma cubana? La respuesta es que no aprendemos de la historia, que las celebraciones son vacías y ceremoniales, que no sacamos las moralejas.
Las causas por las que se logró la independencia de Cuba y se desarrolló en diversos grados son: que la libertad forma parte de la naturaleza humana y pierde a la corta y a la larga quien intenta ir contra la naturaleza humana. Porque primó la “fe en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud”. Porque tras cada fracaso se reemprendió el camino, porque hubo cubanos que decidieron permanecer aquí, o regresar del exilio, o trabajar desde allá con eficacia. Porque la perseverancia es el camino obligado de la libertad. Porque Martí no confió ni en la lucha de clases, ni en la guerra como fin, ni en el odio como fuente de libertad. Martí creyó que “la fórmula del amor triunfante” es fundar una República “con todos y para el bien de todos”, incluso de los españoles buenos y honestos que quisieran quedarse aquí para trabajar por el bienestar y el progreso de todos. El secreto de la libertad es la unidad en la diversidad. El camino es la búsqueda sin descanso de los consensos en los mínimos posibles. Es hacer de Cuba un hogar en el que quepamos todos y progrese el que trabaja y une, no el que divide, reprime y mata.
La conciencia de la humanidad ha avanzado en estos 151 años. El mundo, a pesar de los pesares, de las guerras y de todo lo demás repugna la violencia, la lucha armada para la solución de conflictos. La humanidad cree hoy más en el diálogo verdadero que en la confrontación. Cree más en la negociación justa y mutuamente ventajosa que en la violencia.
Por eso, deseo que este 10 de octubre de 2019, en el que Cuba se encuentra nuevamente en una encrucijada crítica y en un parto doloroso, celebremos el 10 de octubre, vayamos tras el mismo fin pero con diferentes métodos: honremos nuestra vocación a la libertad con los métodos cívicos y pacíficos que cierran las heridas pasadas con justicia, magnanimidad y reconciliación y, a la vez, abre las puertas a la inclusión, la democracia, la libertad de empresa, a la libertad de viajar, a los derechos de reunión, expresión y prensa, a la plena y auténtica libertad religiosa, al progreso y al desarrollo humano integral para que los cubanos conquistemos la convivencia que merecemos.
Así, la sagrada campana de La Demajagua podrá volver a convocarnos a la felicidad y a la prosperidad que nacen de “la verdad que nos hace libres”.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsablede Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.