No es secreto para nadie el hecho de que apostar por una vida en Cuba, por una familia, no es una opción para muchos jóvenes. Especialmente en los últimos años y en este momento preciso de nuestra historia nacional. Solo en mi círculo familiar y de amigos, puedo contar con los dedos de una mano los que están conformes con la realidad que se vive y que quieren quedarse en Cuba, vivir y construir una familia aquí. Muchos, si tuvieran la oportunidad de dejar Cuba legalmente lo harían, para no hablar de los miles que incluso poniendo sus vidas en riesgo lo hacen cada año. ¿Qué pasa? ¿Qué quieren los jóvenes cubanos? ¿Qué buscan? ¿Qué es lo que no encontramos en Cuba?
Las respuestas no son sencillas, ni han de buscarse solamente desde un área de análisis, sin embargo, a continuación respondo brevemente y centrándome especialmente en el aspecto económico, lo que creo explica en cierta medida esas preguntas, sin entrar en otras líneas de análisis también de suma importancia para entender este problema.
Faltan libertades que se traduzcan en oportunidades para una mejor vida
Las personas estamos predeterminadas por naturaleza para ser libres, para ser creativos, construirnos un futuro de acuerdo a nuestras capacidades, a nuestros talentos. Esa predeterminación no se pierde nunca, no se borra, no se elimina jamás, forma parte esencial del ser personas, nos constituye. A veces pareciera que se debilita ese deseo de ser los dueños de nuestra propia vida, de ser libres, pero en el fondo nunca desaparece, siempre está latente.
En un país donde se limitan las libertades de las personas, no puede generarse otra respuesta que la de una juventud frustrada, desesperanzada, insatisfecha, desarraigada, dañada. En una realidad donde la creatividad es borrada por gestores políticos, donde la propiedad privada no existe, donde hasta los más mínimos intercambios comerciales son considerados ilegales, donde no hay oportunidades de empleo justo y de un salario digno, es totalmente entendible que los jóvenes solo quieran escapar, que estén dispuestos a pagar cualquier precio -incluso el de la vida o la separación familiar- con tal de encontrar lo que este sistema no ofrece.
Faltan oportunidades reales para concretar un proyecto de vida, de manera tal que construir una familia sea algo que ilusione y motive, en lugar de preocupar y angustiar debido a la inseguridad de no saber cómo sostenerla. No es culpa de los jóvenes cubanos el hecho de que muchos quieran escapar y que no quieran hacer su vida en Cuba. Es total responsabilidad de un sistema que no ofrece oportunidades suficientes, ni siquiera las mínimas, como pueden ser empleos, salarios suficientes, vivienda, servicios públicos de calidad y opciones para el desarrollo profesional.
Lograr que aumente la natalidad, que crezcan y se fortalezcan las familias, que pare el éxodo de jóvenes, que podamos contar en Cuba con todos los que de una forma u otra escapan, solo será posible si pensamos en esas personas, en sus vidas concretas. Pensar en ellos, es hacer políticas para ellos, es crear oportunidades para ellos, es dotarlos de las capacidades y las libertades fundamentales que les permitan ser los dueños de su propio futuro, desarrollarse plenamente y aportar su grano de arena al bien común.
Culpando a otros no evitaremos que este país siga “perdiendo” lo más valioso que tenemos, que son las personas. La crisis profunda por la que atravesamos debería ser un momento oportuno para liberar las fuerzas productivas, dejar que florezca la creatividad de los cubanos, que emprendan y desarrollen libremente sus proyectos de vida, que exploten sus talentos y capacidades como ellos decidan para su propio bien y el de la sociedad en general.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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