Los momentos difíciles y de crisis son siempre una prueba para los seres humanos, para quienes los atraviesan y para quienes acompañan a los que sufren. Sin embargo, una actitud puede ayudar a que sea más fácil el camino para quienes atraviesan situaciones difíciles: el servicio, la disponibilidad de ayuda, el hombro amigo, la mano extendida para abrazar y ofrecer lo que tenemos. Estas han de ser las guías para nuestra convivencia diaria con quienes nos rodean, al mismo tiempo que nos preguntemos ¿qué tenemos y qué podemos ofrecer a quienes necesitan? ¿quién o quiénes pudieran estar necesitando de mí?
El servicio es importante no solo para quien recibe la asistencia de otro, sino también para la autorrealización de la persona que ofrece lo que tiene, que se sale de sí mismo, que supera los egoísmos, que sale al encuentro de los demás, que abre los ojos y está siempre atento a quien pueda necesitar de la solidaridad y la caridad. El servicio es también un compromiso con el bien común, con el bienestar de las personas que están cerca de nosotros y de la sociedad, una actitud que puede transformar vidas desde la fuerza de lo pequeño.
Por otro lado, la asistencia material (comida, ropa, zapato, abrigo, dinero, techo, etc.) puede ser determinante en situaciones específicas y es sin dudas importante, pero no hemos de olvidar que tanto o más importante que este puede ser la ayuda que va dirigida a lo espiritual, lo intangible, la que enseña a vivir, apoya emocionalmente, guía ética y moralmente, aconseja, critica constructivamente, escucha atentamente, etc. Ambas expresiones nos hacen mejores personas cuando las practicamos, y hacen mejores personas o generan mejores condiciones de vida para nuestro prójimo y nuestra sociedad.
Por estos días, en los que Cuba sufre una profunda crisis espiritual y material, y en los que somos sensibles a nuevas crisis o procesos que empeoren las situaciones actuales, vale la pena poner pausa a nuestras vidas y repensar qué papel juega el servicio a los demás en nuestra cotidianidad, pensar qué tanto podemos hacer por nuestra comunidad, nuestra familia, amigos, barrio, país; y pensar qué tanto estamos haciendo. Desterrar la cultura del “sálvese quien pueda”, “primero lo mío”, “ojo por ojo”, las prácticas excluyentes, y que buscan el beneficio personal a costa del bienestar ajeno, han de ser desterradas para sustituirlas por la ayuda y el servicio a los demás, por una actitud de entrega, de solidaridad.
Para los que seamos cristianos (y también para los que no), el momento actual nos plantea estas preguntas: ¿Qué me pide Jesús? ¿Qué estoy haciendo? ¿Soy un buen cristiano cuando prefiero quedarme con los brazos cruzados ante las injusticias y la miseria humana? ¿Doy un paso al frente y me esfuerzo para que en mi pueblo reine la paz, el amor, la solidaridad, la justicia social, el respeto a los derechos y a la dignidad plena de los seres humanos? ¿Ofrezco lo que tengo, salgo al encuentro del otro? ¿Soy consciente de que esto es requisito imprescindible en la construcción del Reino de Dios?
Cristo nos llama a comprometernos con nuestra realidad, a dar siempre un paso al frente y pronunciarnos de manera coherente ante las injusticias, las exclusiones, el egoísmo, la violencia, las desigualdades, la intolerancia y todos los males que existen hoy en Cuba. Los cristianos tenemos la responsabilidad de salir en busca de la verdad, el respeto, el amor, la paz, la libertad y la esperanza. Jesús nos pide, como discípulos misioneros, promover todos estos valores y hacerlos presentes en nuestra vida y en la de nuestro pueblo, nos pide unirnos y apoyar incondicionalmente a los más necesitados, a los indefensos, inocentes, a las familias que están atravesando dificultades, a los jóvenes que no logran encontrar el sentido a sus vidas, a los que no sueñan o creen que es imposible alcanzar sus sueños, a los excluidos. Este en un servicio que podemos hacernos y hacer como cristianos o como cubanos, emprender este camino sería una vía eficaz para enfrentar la pandemia del coronavirus y también la pandemia que representa el daño antropológico en nuestra sociedad.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.