A dos meses de los sucesos del 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura (Mincult) en La Habana, queda demostrado nuevamente hasta dónde es capaz de llegar un país que bloquea el diálogo con sus ciudadanos. Lo que muchos vaticinaban ha ocurrido: quien cierra la puerta al diálogo, abre la puerta a la violencia. Y es lo que se ha visto en la acera del Mincult: un funcionario público que agrede a un ciudadano al que debe atender, servir y respetar. El diálogo con condicionamientos ideológicos no es verdadero diálogo. El diálogo en una habitación con un cerco policial fuera de ella no es verdadero diálogo.
Pero no quiero dedicar mi columna de hoy a este dolor de Cuba, que recurre, que aprieta, que amenaza, que preocupa más que en otros momentos. Ya algunos incluso se refieren a la negociación, que es más que el diálogo, porque no se encuentran salidas a la crisis de la representación que sufrimos los cubanos seamos del sector de la cultura, la ciencia, el deporte, la salud o simplemente ciudadanos de esta sociedad caótica. Inspirado en esta nueva cruz, que suponen los sucesos del 27 de enero, quiero comentar la más reciente carta de un grupo considerable de sacerdotes, religiosos y laicos cubanos. Los sacerdotes, cual observadores de aquel 27N, y ahora del 27E, y del día a día encarnado en cada una de sus comunidades, viven, sufren y acompañan a la familia cubana en este escabroso camino de desierto en busca de la libertad.
Como uno de los 80 firmantes con que fue lanzada la carta el domingo 24 de enero (hoy suman cerca de 600) he puesto oído atento a este clamor de todos los que firmamos, y de los que no lo hacen, pero igualmente se sienten afligidos. Con todo el respeto a mis hermanos que padecen del mismo mal, pero que temen a la libre expresión, que es legítimo, hago mías cada una de las líneas de la carta que viene a conmemorar la Misa de la Patria, ofrecida por san Juan Pablo II en Santiago de Cuba en 1998.
Si “Dios ve, escucha y siente con su corazón de Padre lo que vive su pueblo, no le pasan desapercibidos sus tristezas, sus angustias y su clamor” ¿cómo podemos pasar de largo, esquivar la vista, hacer oído sordo, justificar el mal? “Pero Dios no se detiene en una constatación estéril, sino que expresa su compasión como compromiso”, y a veces el compromiso de un ciudadano cubano se confunde con la tranquilidad que representa no meterse en política, no hablar de esto o de aquello, protestar en casa pero asentir en el centro de trabajo, en el barrio y a veces ante la propia familia. Dios nos da la fuerza, pero la cabeza y el corazón queda de parte nuestra. En esta hora de Cuba, juntar razón y corazón en busca de la meta común, la anhelada libertad, es tarea de todos. Debemos ser centinelas de los cambios que están sucediendo en Cuba: “la liberación no es obra solo de Dios… es obra también de un pueblo que se une en torno a la fe y al ansia de libertad. El pueblo tiene que co-implicarse, ponerse en camino, y aprender a vivir en libertad a través de un inmenso desierto que le supone numerosas renuncias”. La primera de ellas, renunciar a vivir sin derechos.
En ese ejercicio de todos los sentidos, la carta describe en su segundo punto un resumen de las realidades que vive Cuba hoy, partiendo de la heterogeneidad que nos caracteriza. “Cuba también es diversa desde el punto de vista político e ideológico. Hay un sector afín a la ideología oficial que sustenta el Estado, y también hay numerosos sectores en la sociedad civil con otras orientaciones ideológicas que, aunque no son reconocidas oficialmente, están presentes, algunas de ellas con organización, y ejercen un influjo real en la sociedad”. Por otro lado, se describen otros rasgos de nuestra sociedad quizá un poco más tangibles, cuando se comenta el colapso del modelo económico, político y social, que ha sumido a un pueblo en la miseria, el monopolio de los servicios todos, la censura, la represión y la falta de educación para silenciar el disenso y manipular el pensamiento. O cuando se habla de la corrupción generalizada, de la polémica “tarea ordenamiento” que lo que ha provocado es más desorden y diferenciación entre ricos y pobres, justo en el país de los más altos ideales de igualdad y justicia social. Rezamos para que los que asumen los cargos en el gobierno de Cuba, que no fueron elegidos por sus propios ciudadanos -valga la aclaración- comprendan por sí mismos que “es un absurdo con terribles consecuencias sacrificar la realidad en el altar de una ideología”.
Ante cada evento que tiene lugar en Cuba, donde todo termina en represión, censura y difamación en los medios de comunicación, monopolio del Estado, me viene a la mente la célebre y polémica carta de José Martí a Máximo Gómez el 20 de octubre de 1884. Martí le decía al Generalísimo: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”, y “La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”. Releer está carta a la luz actual inicia el debate entorno a los métodos, que deben ser siempre pacíficos y respetuosos, las formas de gobernabilidad y gobernanza, el papel de la sociedad civil y del Estado, la función de las instituciones, sus deberes y derechos, y los de los ciudadanos.
La carta del 24 de enero nos recuerda que: “Los ensayos oficiales de respuesta revelan que la crisis implica a la estructura misma del sistema, lo cual se ha manifestado de un modo evidente en la negativa a sostener un diálogo abierto y transparente, promoviendo la violencia verbal, psicológica y física, en lugar de buscar un debate realista e inclusivo que exponga las diversas propuestas y conduzca a soluciones evaluables”. Los sucesos de ayer frente al Mincult pueden ser definidos en una palabra: vergüenza. Vergüenza que un Ministro, representante de un sector, sin diplomacia ni paciencia, arrebate el celular de un joven artista en plena calle.
Como corresponde en un completo análisis de la realidad, los que firmamos la carta defendemos la actitud de ponernos en camino, de cumplir la misión para la que hemos sido enviados a esta tierra en este momento de nuestra historia personal y nacional. Esta actitud, más allá de ver, de sentir y de escuchar, nos coloca alertas ante los signos de estos tiempos y nos convoca a defender la dignidad humana. Gracias a Dios, y a muchos años de limitaciones y desafíos, “el pueblo cubano, aunque lentamente, ha ido superando y desaprendiendo la indefensión. Es un importantísimo camino de empoderamiento y de recuperación de la autoestima social. Es importante que lleguemos a sentirnos más fuertes, que nos convenzamos de que podemos actuar y vivir sin dejarnos paralizar por el miedo, de modo que logremos expresarnos libremente, buscar el bien y la justicia conservando la paz”.
En este acápite de los pasos en el camino hacia la libertad, se recogen cinco puntos a tener en cuenta con urgencia. Entre ellos el establecimiento de un marco jurídico que se rija fielmente por los códigos del derecho internacional, y no responda a intereses del Estado; el entendimiento del verdadero significado de reconciliación nacional; y la búsqueda de una mejor relación entre el amor y la verdad, entendida esta última en su estrecha simbiosis con la libertad.
Casi al final, la misiva nos exhorta a que “emprendamos el camino, dejemos de escuchar nuestros miedos, creamos en nuestra fuerza como pueblo. Es importante que nos convenzamos de que sí podemos hacer algo y de que por humilde que parezca, nuestro aporte es poderoso”.
Cuba debe cambiar, Cuba tiene que cambiar. Pero quienes han hecho de la política un modo de vida y de la Nación un monopolio, no quieren ceder ante el clamor de quienes sufren en la base y pueden ser tildados, a su antojo, de cuanto epíteto existe en el anquilosado diccionario de términos para la difamación. Cuba duele, y mucho, pero no perdamos la esperanza. El amanecer está más cerca cada vez que un día se ve opacado con tanta oscuridad.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.