Por estos días he presenciado en conversaciones con amigos y familiares, y de manera particular en los medios de comunicación, una preocupante actitud divisoria y acusadora -probablemente inconsciente, aunque a veces premeditada- hacia los ciudadanos, como responsables de muchos de los problemas y dificultades que afectan al país. Esta es una tendencia que no es nueva, ha sido una característica constante del sistema político cubano, la culpa va siempre a “alguien” pero nunca al propio sistema ni a su incompetencia.
Los revendedores, los acaparadores, los ladrones, los mercenarios, los pagados, los venenosos, los irresponsables, los intermediarios, los inconscientes, y muchas otras etiquetas que a diario se escuchan en los medios de comunicación estatales, y que desgraciadamente muchas personas repiten excesivamente y en ocasiones -víctimas de la manipulación y la propaganda oficial- de manera irresponsable. Si hay problemas en las colas, si hay actividades informales como fuente de ingresos, si existe mercado negro para satisfacer necesidades básicas, la culpa es siempre de los ciudadanos, de los que no cumplen con lo establecido e irresponsablemente actúan mal. Nunca es culpa del gobierno, raras veces percibimos que el responsable del desabastecimiento e ilegalidades económicas es el modelo económico, es el sistema institucional existente, y no el eslabón más débil que en este caso son las personas. Y aunque a veces percibamos esta realidad, es frecuente que nos callemos, o sigamos la corriente a los medios, consciente o inconscientemente.
De igual modo, si ciudadanos responsables crean medios independientes y denuncian realidades injustas que a diario se ven en Cuba, si emprendedores privados piden una ley de pequeña y mediana empresa, y académicos se pronuncian a favor de un cambio estructural de la economía; entonces son víctimas de manipulaciones políticas, están al servicio de un gobierno extranjero, buscan su propio interés personal, o son ignorantes que no saben de qué hablan. Nunca se escucha en los medios oficiales, y raras veces en las escuelas y centros de trabajo, reflexiones que sitúen al gobierno, el sistema legal y las instituciones, como tergiversadores de la realidad a través de criterios absurdos que violan la dignidad de las personas y que ponen a unos cubanos en contra de otros, como tapadera perfecta, para justificar la inacción y la incompetencia política y económica del sistema.
La corrupción no es justificable, ni los delitos, mucho menos las personas que se aprovechan de otros despóticamente, sin embargo, tampoco se justifica y estoy convencido de lo inoportuno que resulta la descalificación, el irrespeto a la dignidad de las personas y la cortina de humo que se genera al poner a unos ciudadanos en contra de otros. En cuanto a los que hablan, se asocian, producen ideas, denuncian, crean empresas e intentan ampliar sus libertades económicas, pretenden crear organizaciones sociales o políticas, es mucho menos justificable la descalificación, es una aberración culparlos y colocarlos en una posición de enemigos del país, es un acto de ignorancia y una colosal injusticia etiquetarlos peyorativamente.
En tiempos de pandemia, más que nunca, Cuba necesita de la unidad en la diversidad. No la unidad que promueven los medios oficiales, mediante la que todos los cubanos deberían unirse alrededor de un sistema, de una idea, de un proceso político, pues de lo contrario, entrarían en las etiquetas anteriormente mencionadas. Sino que se trata, de la unidad de los diferentes, el reconocimiento de que la diferencia enriquece los procesos, de que la pluralidad aporta diversos colores y sabores a la sopa cubana para hacerla mejor.
Medios oficiales e independientes, iglesias y Estado, organizaciones de la sociedad civil y organizaciones oficialistas, empresas estatales y privadas, y muchos otros actores, todos trabajando por un mismo fin: Cuba. Reconociendo la diversidad de medios, métodos, roles. Sin descalificar, sin competir de forma desleal y abusiva, sin poner barreras al trabajo de otros, reconociendo los derechos de cada cual, animándose unos a otros y cumpliendo con sus respectivos deberes. Organizados por la ley, y sometidos al cumplimiento de esta. Cada uno aportando desde su espacio y vocación, en sintonía con otros, y siempre con el foco puesto en Cuba, en su prosperidad y bienestar. Esa sería una respuesta ideal a la pandemia, la mejor que pudiéramos dar, una respuesta basada en la unidad desde la diversidad.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.