Una de las realidades que más ha llamado mi atención en las noticias de las últimas semanas son las disímiles protestas sociales que últimamente se han desatado en diversas latitudes del mundo y América Latina de forma específica, unas que vienen de hace años, otras más recientes, unas más organizadas y otras menos, unas con objetivos y motivaciones más razonables, otras – desde mi punto de vista – con cuestionables motivaciones y fines, algunas más pacíficas y organizadas que otras, algunas con mayor grado de apertura hacia la generación de soluciones, otras con un carácter más confrontador y radical de cara a las estructuras de poder en contra de las que se manifiestan.
Mientras en varios lugares del mundo la ciudadanía se convoca para manifestarse por diferentes motivaciones y objetivos, pero siempre movidos por inquietudes sociales, en Cuba la gente se resigna a “aguantar” y resistir tal y como indica la propaganda oficial. Y no deja de “chocarme” y causarme preocupación. Estoy a favor de todas las protestas sociales, siempre y cuando sean respetuosas, pacíficas, organizadas. Estoy a favor de que los catalanes tengan el derecho de manifestarse en reclamo a su independencia (aunque no comparto tal reclamo), apoyo que la gente en Hong Kong quiera independencia de China, me alegra que los indígenas en Ecuador salieran a exigir sus derechos, que los chilenos protesten en contra del modelo económico y otras deformaciones de la sociedad chilena actual, es positivo e inspirador que los venezolanos, bolivianos, nicaragüenses protesten ante los gobiernos totalitarios que se han adueñado de estos países. Lo que no entiendo es por qué los cubanos no protestan de forma masiva, por qué asumen como algo normal que ante una crisis y un paquetazo de medidas de austeridad decretado por Díaz-Canel al declarar la “situación coyuntural” la gente deba resistir y callar, no entiendo por qué si sabemos que nuestros problemas son estructurales no salimos a la calle a reclamar un paquete de reformas que vayan a la esencia del problema. ¿Qué pasa con los cubanos que no siguen el ejemplo de los países latinoamericanos y salen a la calle a protestar de forma espontánea, pacífica, organizada? ¿No hay problemas por los que protestar, es inmoral y dañino protestar, hay que pedir permiso al gobierno para protestar? ¿Qué pasa con los cubanos que no apoyan pública y abiertamente a los disidentes y activistas que protestan en la Cuba actual, y se alegran de las protestas en otras latitudes?
No se trata ni de izquierdas ni de derechas
El tema de las protestas sociales y las movilizaciones ciudadanas excede la dicotomía entre izquierdas y derechas. Es erróneo pensar que las protestas chilenas y ecuatorianas son buenas o malas, por el simple hecho de que se enfrentan o cuestionan a un modelo capitalista (neoliberalismo si se quiere), como también sería un error concluir que las protestas que se han generado en Bolivia, o las de los venezolanos y nicaragüenses lo son, únicamente por el hecho de enfrentarse a modelos socialistas (dictatoriales). El problema es más complejo.
No importa contra qué modelo se proteste, siempre que sea de manera pacífica y respetuosa, las protestas son positivas por ser un reflejo de que la gente quiere hacer sentir su voz, por ser una forma de participación social, por ser una herramienta mediante la cual la ciudadanía puede cuestionar al poder. Si la gente protesta, le ofrecen la oportunidad al gobierno de corregir sus errores, esto es válido para la mayoría de los casos aquí citados, y en caso de que no haya errores por parte de los gobiernos, al menos es positivo que se puedan realizar manifestaciones para expresar el sentir popular y exigir representación en las estructuras de poder.
Si analizamos casos concretos, las protestas en Ecuador tuvieron un impacto positivo, pusieron sobre la mesa demandas de los más desfavorecidos, generaron el diálogo con el gobierno, lograron una solución consensuada a los conflictos. Por otro lado, en Chile aún no se logra una solución que deje satisfecho a ambos bandos, lo que no quiere decir que las protestas no sean positivas, más allá de los escenarios de violencia que no se justifican de ninguna manera, es positivo el hecho en sí de sacar a flote unas inquietudes de un gran número de personas. Ambas son en contra de modelos capitalistas, pero el hecho de que sean buenas o malas no se mide por ello, si no por su forma de organización y desarrollo, y los resultados que genere. En este caso, yo concluiría que ambas son movilizaciones positivas en términos generales, otra cosa es la actitud de determinados grupos, países, gobiernos respecto a estas manifestaciones.
En fin, es bueno que la gente proteste, es bueno que los gobiernos escuchen, que las partes se sienten a dialogar, que se logren soluciones consensuadas, y que se garantice sobre todo la paz social, la seguridad ciudadana y nacional, y la democracia. Cuba debe entender esto de una vez, tanto el gobierno como los ciudadanos. La protesta pacífica es síntoma de salud democrática, el gobierno cubano ha de legalizarla, respetarla, y garantizar su ejercicio de manera segura. Los ciudadanos cubanos por otro lado han de aprender a organizarse, a ejercer la libertad de expresión, a exigir sus derechos, a protestar cuando se exijan sacrificios desmedidos o se cometan injusticias. Esta es la lección de las protestas que estamos viendo en Latinoamérica.
El tema de las protestas trata, en fin, de ciudadanía, sociedad civil, educación cívica, responsabilidad ciudadana, compromiso con el país, disposición de diálogo, apertura al otro, inclusión social, calidad democrática, gobernanza y gobernabilidad. Las protestas son un síntoma que, de ser atendido a tiempo y de manera efectiva, permite enfrentar enfermedades que pudieran volverse crónicas para las sociedades o que ya lo son, representan el termómetro que indica la necesidad de revisión, diagnóstico y receta para los problemas políticos, económicos y sociales. Sin este importante elemento de la vida social, peligra cualquier construcción política, corremos el riesgo de caer en sistemas que ignoren la voz popular, como es el caso de Cuba, Venezuela, y otros.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.