Una vez más las autoridades cubanas acuden a la idea de “rectificar errores”, “reformar la reforma”, y otras frases que en el discurso oficial aluden al hecho de intentar corregir fallos o inconsistencias –a menudo de grandes dimensiones– derivados de las propias medidas o reformas implementadas. Por estos días, se escuchan nuevamente las alusiones a la necesidad de reformar la planificación centralizada, de mantenerla como eje central del modelo de funcionamiento económico pero introduciendo algunos cambios más direccionados a los mecanismos del mercado.
En definitiva, de lo que se trata es de un nuevo intento de reforma cosmética, que permita generar mayores niveles de producción, afrontar la delicada crisis que enfrentamos, atenuar la inflación, elevar la oferta –de alimentos y medicinas principalmente–, entre otros problemas acuciantes de la economía cubana. Como si las reformas cosméticas fueran suficiente para lograr esos objetivos, nos topamos con una especie de deja vu de la rectificación de errores. Así ha sido por mucho tiempo en Cuba. Los errores en política económica –a pesar de ser advertidos por académicos y expertos en el tema– se cometen a base de voluntarismo político, populismo, y otras variables políticas. Luego, en lugar de una renuncia de los responsables de errores con consecuencias devastadoras para la gente –como es el caso de la tarea ordenamiento– no renuncian, ni dan paso a otros, sino que se empeñan en “rectificar”, con el mismo voluntarismo y cerrazón, nuevamente con reformas cosméticas, y sin escuchar verdaderamente a los expertos.
Llegados a este punto, algunas preguntas que surgen son las siguientes: ¿qué es lo más importante en economía? ¿Las oportunidades reales de que disponen la gente para su progreso personal y social, o un supuesto diseño de sociedad ideal, un modelo ideal más justo y bondadoso, pero en la práctica nunca alcanzado? ¿Tenemos los cubanos, en las circunstancias actuales, necesidad y deseos de seguir apostando por un experimento que no sabremos si tardará otros sesenta años o si nunca llegará? ¿O por el contrario, la urgencia y el anhelo de la gente es satisfacer sus necesidades y acceder a oportunidades para su desarrollo pleno? ¿Dónde está el límite? ¿Hasta qué punto seguirá el pueblo cubano confiando y esperando, por los supuestos resultados económicos de la planificación centralizada y del modelo en general?
Resolver la contradicción entre el diseño de la política económica y la falta de oportunidades reales que de su implementación se desprende, resulta el mayor de los retos que debería asumir el gobierno en este momento de crisis. La economía –como todas las ciencias– no sirve cuando no genera condiciones para mejorar la vida de la gente, para elevar su nivel y calidad de vida. Diseñar planes, sociedades ideales, utopías perfectas pero inalcanzables, si bien son ejercicios convenientes para mirar siempre más allá de las posibilidades e intentar ensanchar nuestro campo de acción, no puede ser un ejercicio divorciado de la realidad. Mucho menos, un experimento con seres humanos, que los instrumentaliza y somete –una y otra vez– a pesar de las consecuencias.
De forma concreta, podremos decir que la planificación es buena, que el modelo es el adecuado, que las decisiones de política económica son correctas, solo cuando veamos cómo la economía se recupera, se resuelve la crisis alimentaria, se controlan las principales variables macroeconómicas, se genera un ambiente propicio para el desarrollo de la libre iniciativa y del emprendimiento, entre otras libertades económicas.
Las soluciones que necesitamos los cubanos, son las que nos permitan tener una vida más saludable y larga, con más educación y seguridad ciudadana, con acceso a bienes y servicios básicos, en armonía con el medio ambiente, disfrutando de nuestros derechos y contribuyendo a la sociedad de forma responsable. No necesitamos, un diseño de sociedad ideal, ni un supuesto socialismo en el que todos seremos felices. No necesitamos otros sesenta años esperando a ver si en algún momento los planes se cumplen y el desarrollo llega a la vida de los cubanos.
El consenso sobre las ideas anteriores es cada vez más grande. Las protestas del once de julio pasado, así como otros sucesos acontecidos en los últimos años, dan fe de ello. Los cubanos estamos ávidos de oportunidades reales para desarrollar nuestros proyectos de vida y acceder a un mayor desarrollo como personas y como sociedad. Las autoridades cubanas, deberían escuchar ese digno reclamo, y emprender –de una vez y por todas– un verdadero programa de reformas y transformaciones económicas, profundas y estructurales.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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