NO A LA VIOLENCIA, VENGA DE DONDE VENGA

Lunes de Dagoberto

La violencia, sea cual fuere su causa o su perpetrador, daña la vida, la dignidad y la libertad de quienes la sufren y degenera a quien la impone. Esto sucede así en cualquier parte del mundo. Pero en las últimas semanas un país hermano, querido y cercano, Nicaragua, se ha visto inundado por una tragedia cruenta de lucha fratricida. Nadie puede quedar indiferente o zafarle el cuerpo o la conciencia a una situación tan lamentable.

El Papa san Juan Pablo II dijo en el Santuario de San Lázaro en el Rincón en su inolvidable visita a Cuba hace 20 años:

“Cuando sufre una persona en su alma, o cuando sufre el alma de una nación, ese dolor debe convocar a la solidaridad, a la justicia, a la construcción de la civilización de la verdad y del amor. Un signo elocuente de esa voluntad de amor ante el dolor y la muerte, ante la cárcel o la soledad, ante las divisiones familiares forzadas o la emigración que separa a las familias, debe ser que cada organismo social, cada institución pública, así como todas las personas que tienen responsabilidades en este campo de la salud, de la atención a los necesitados y de la reeducación de los presos, respete y haga respetar los derechos de los enfermos, los marginados, los detenidos y sus familiares, en definitiva, los derechos de todo hombre que sufre… La indiferencia ante el sufrimiento humano, la pasividad ante las causas que provocan las penas de este mundo, los remedios coyunturales que no conducen a sanar en profundidad las heridas de las personas y de los pueblos, son faltas graves de omisión, ante las cuales todo hombre de buena voluntad debe convertirse y escuchar el grito de los que sufren” (san Juan Pablo II en el Rincón, Cuba. 21-25 enero de 1998).

Lo que está sucediendo en Nicaragua clama al cielo. Gracias a Dios que su Iglesia y sus obispos están al lado de los que sufren y están sirviendo al intento de diálogo como mediadora y testigo. El empecinamiento de los que tienen en sus manos la solución de la crisis va cerrando todas las puertas y alargan el dolor inenarrable de ese pueblo.

En el mundo de hoy ninguna causa ideológica o política, económica o social, puede sostenerse a base de violencia y muerte. Esto desacredita, criminaliza y oscurece a las mejores causas, sean del signo que sean. La comunidad internacional se solidariza con el sufrimiento del pueblo nicaragüense y reclama una solución inmediata, eficaz y duradera para la paz y la estabilidad de ese país.

Nada ni nadie puede justificar la muerte de civiles inocentes, ni de ningún ser humano. Ante el derramamiento de sangre la conciencia humanista de todos debe poner sus mejores oficios para la resolución pacífica de tan cruento conflicto entre hijos de un mismo pueblo. El Papa Benedicto XVI en su discurso en la ONU habló claramente de “la responsabilidad de proteger” a su pueblo que tienen todos los Estados:

“El reconocimiento de la unidad de la familia humana y la atención a la dignidad innata de cada hombre y mujer adquiere hoy un nuevo énfasis con el principio de la responsabilidad de proteger. Este principio ha sido definido solo recientemente, pero ya estaba implícitamente presente en los orígenes de las Naciones Unidas y ahora se ha convertido cada vez más en una característica de la actividad de la Organización. Todo Estado tiene el deber primario de proteger a la propia población de violaciones graves y continuas de los derechos humanos, como también de las consecuencias de las crisis humanitarias, ya sean provocadas por la naturaleza o por el hombre. Si los Estados no son capaces de garantizar esta protección, la comunidad internacional ha de intervenir con los medios jurídicos previstos por la Carta de las Naciones Unidas y por otros instrumentos internacionales. La acción de la comunidad internacional y de sus instituciones, dando por sentado el respeto de los principios que están a la base del orden internacional, no tiene por qué ser interpretada nunca como una imposición injustificada y una limitación de soberanía. Al contrario, es la indiferencia o la falta de intervención lo que causa un daño real.”

“Lo que se necesita es una búsqueda más profunda de los medios para prevenir y controlar los conflictos, explorando cualquier vía diplomática posible y prestando atención y estímulo también a las más tenues señales de diálogo o deseo de reconciliación. El principio de la “responsabilidad de proteger” fue considerado por el antiguo ius gentium como el fundamento de toda actuación de los gobernadores hacia los gobernados: en tiempos en que se estaba desarrollando el concepto de Estados nacionales soberanos, el fraile dominico Francisco de Vitoria, calificado con razón como precursor de la idea de las Naciones Unidas, describió dicha responsabilidad como un aspecto de la razón natural compartida por todas las Naciones, y como el resultado de un orden internacional cuya tarea era regular las relaciones entre los pueblos. Hoy como entonces, este principio ha de hacer referencia a la idea de la persona como imagen del Creador, al deseo de una absoluta y esencial libertad.” (Benedicto XVI, Discurso en la XVI en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Nueva York, viernes, 18 abril 2008).

Todo poder es para servir. Todo poder es para cuidar, para proteger la vida humana de toda persona independiente de su ideología, opción política o religiosa. Cuando no se pueda mantener la estabilidad, la protección de la vida humana, cuando no se puede parar la violencia y la muerte, es necesario dejar el poder en manos de quienes pueden cumplir con la sagrada “responsabilidad de proteger”.

Nuestra solidaridad y nuestras oraciones por el noble pueblo de Nicaragua y por todos los pueblos del mundo que sufren la guerra y la muerte.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.   

 


Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955). 

Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.

 

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