ÍEn los últimos tiempos ha crecido exorbitantemente la represión que ejercen las autoridades sobre ciudadanos que expresan su descontento respecto al sistema. Especialmente después de las protestas del 11 de julio y ahora en las vísperas de una nueva protesta el 15 de noviembre de 2021. Sin dudas, escandalizan las cifras de detenidos, interrogados, secuestrados, encarcelados, golpeados, amenazados, reprimidos y sometidos a tratos violentos en cualquiera de sus formas.
Siguiendo la fórmula del economista francés Frédéric Bastiat, invito a pensar en “lo que se ve” y “lo que no se ve” de esta situación, con la certeza de que muchas veces es más importante –no solo en economía, sino también en este caso– lo que está oculto, lo que no percibimos a simple vista, lo que se esconde detrás de una actitud o situación determinada. Lo que se ve, no es más que lo que el gobierno quiere que veamos, es lo que quieren que sepamos, pero lo verdaderamente importante es lo que nos esconden detrás de la propaganda, de la represión, de la seguidilla de consignas y el pesado triunfalismo.
Lo que se ve
Se ve la prepotencia del gobierno cubano, que no parece tener límites. La élite gobernante no solo es incapaz de satisfacer las necesidades económicas, políticas y sociales de los cubanos –lo que cada vez es más evidente–, sino que tampoco parecen interesados en hacerlo. Pareciera que son impunes y que las cosas así serán eternamente.
Se ve, además, una amplia ofensiva ideológica contra todo lo que parezca disenso, pluralidad, libertad y cambio. Esta ofensiva es mediática (radio, televisión, periódicos, redes sociales, etc.), pero también en las escuelas, los centros de trabajo, las instituciones estatales, y en cuanto espacio participa con cierta influencia el poder político.
Esta ofensiva consiste en actos de repudio, represión descarnada y/o enmascarada, expulsiones de centro de trabajo, actos de reafirmación revolucionaria, marchas y caravanas, actos culturales, declaraciones, discursos, etc. Más allá de la forma y el medio, siempre con un mismo discurso y un mismo guion: abajo el bloqueo, causa fundamental de nuestros problemas; viva la revolución, única solución a nuestros problemas; y por tanto, “la orden de combate está dada” contra todo aquel que quiera un cambio.
Esta beligerancia lamentable, tan visible en nuestra cotidianidad, engendra más violencia y malestar. Causa miedo, dolor, separación, discusiones y muchos otros problemas. Pero al mismo tiempo, crea la idea de que el gobierno tiene todo bajo control, que ningún intento logrará cambiar la realidad, que no vale la pena arriesgar lo poco que tenemos, y que las consecuencias serán –como en efecto son– serias y dolorosas.
Lo que no se ve
Ahora bien, lo que no se ve, es aún más interesante y revelador de lo que a veces creemos, se trata de las carencias, las debilidades, la crisis verdadera que el sistema intenta tapar, y que cada día es más evidente. Detrás de la idea de que “tienen todo controlado” por medio de la represión, está lo que no se ve. Destacaría al menos los siguientes elementos:
– Mucha gente ya no cree en el sistema y el gobierno lo sabe. Cada día crece el número de cubanos que ya no cree en la propaganda, ni en el gobierno y menos en sus líderes.
– Los cubanos están aprendiendo a superar el miedo, las experiencias de protestas recientes lo demuestran. Si antes –con igual o más represión– la gente tenía miedo, ahora están aprendiendo a no dejarse dominar por este. El 11 de julio eso quedó demostrado. Muchos cubanos quieren un cambio y aunque las autoridades se empeñen en esconderlo, esa es una realidad latente.
– El sistema es insostenible, la crisis es grave, y las soluciones demandan apertura, reforma, cambios que el gobierno no quiere afrontar, pero que irremediablemente tendrán que asumirse tarde o temprano.
Detrás de la máscara violenta e intimidadora, se esconde una gran debilidad. La debilidad de quien se sabe sin respaldo popular mayoritario, sin soluciones a las crecientes necesidades de la gente, y en la disyuntiva de reformar o fracasar de una vez y por todas. Mientras más grande es la ofensiva propagandística y la represión, más grande es la debilidad del sistema y más inminente es el cambio definitivo, tal y como demuestra la historia de otros sistemas totalitarios.
No nos dejemos engañar, no permitamos que se roben nuestras esperanzas, no dejemos que las emociones nos cieguen, miremos siempre más allá de lo que se ve a simple vista, y de esa forma podremos avanzar más rápido y mejor hacia el cambio definitivo.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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