Lecciones de la Pandemia

Foto tomada de Internet.

En el documento final del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) se especificaba como parte de las líneas de acción que: “Las comunidades cubanas, siguiendo el ejemplo de Jesús (Lc. 4, 18), sientes especial vocación de servicio con relación a los pobres: los que carecen de bienes materiales y espirituales, los ancianos, los enfermos, los que están privados de libertad, los marginados y discriminados, los que son víctimas de sus propios pecados personales o de los pecados colectivos presentes en toda sociedad, etc.”[1] Con más de treinta años, siento que estas directrices siguen teniendo plena vigencia para nuestro tiempo, pues a nivel de espiritualidad, es importante seguir profundizando, aprendiendo y desaprendiendo sobre el futuro de nuestras comunidades. Más aún, en medio de una inesperada pandemia, donde cada uno de nuestros signos pastorales debe partir de una fe que debe ser siempre encarnada.

 Una pregunta que deseo hacerle a los lectores de mi texto es: ¿vivimos en Cuba una espiritualidad y una fe encarnada y de ojos abiertos? ¿Nuestros dilemas sociales –con una perenne economía de subsistencia– nos justifican de no estar atentos a leer lo que Dios nos revela a través de nuestra Historia? La premisa del Dios que nos habla desde un prójimo concreto con necesidades palpables (incluso más fuertes que las nuestras) marca nuestro accionar cotidiano.  

¿Qué nos está diciendo Dios con esta pandemia que vivimos con consecuencias duras para nuestra cotidianidad?

Nosotros los cubanos –tampoco casi nadie en el planeta– pensaba que esta enfermedad mortífera durara tanto tiempo afectando nuestro entorno. Es una situación nueva, por primera vez nos llega una enfermedad global como parte del fenómeno de la globalización. Hasta el 2019 éramos consumidores globales de: música, moda, comida, turismo, etc. y por supuesto no a todos les tocaban estos beneficios globales por igual, tampoco la enfermedad afecta a todos las capas sociales de la misma manera.

Esta enfermedad nos confronta en nuestra condición de creatura, con una vida frágil donde hay momentos en la que se nos escapa esa respuesta definitiva, la ciencia ya no puede resolverlo todo. Entonces nos preguntamos, ¿dónde está Dios en medio de esta realidad? Esta situación nos devuelve la mirada al Dios creador; es importante releer tanto en génesis I como en génesis II, cómo Dios nos encarga a nosotros los seres humanos que lo ayudemos en su creación. 

Nosotros estamos en medio de una creación que no ha terminado; pues el esperado séptimo día que nos habla la Biblia, aún no ha llegado. La COVID-19 también nos invita a pensar las cosas desde la fe, pues nosotros somos co-creadores junto con Dios de nuestro entorno. Esto nos debe hacer sentirnos co-responsables de la humanidad y su destino. Entonces, los hombres y mujeres de hoy, debemos ser protagonistas en ese plan de Dios que nos anima a seguir adelante.

Esta realidad pandémica llegó en medio de debates fuertes sobre el cuidado de nuestra casa común y hubo muchos países que no le daban importancia a esto. También en la Iglesia efectuamos el Sínodo de la Amazonia y se propuso el concepto de pecado ecológico, aunque eso al final no se decretó plenamente, sabemos que la vida cristiana pasa hoy día también por el cuidado consciente de nuestra casa común. Hoy, los cristianos debemos ser capaces de quitarnos esa imagen de un Dios castigador que han traído los discursos fundamentalistas amplificado por algunos medios subordinados a lecturas prejuiciosas del Evangelio. Dios es un Dios de Amor que nos ha hecho libres y nos acompaña en todos nuestros sufrimientos, está muriendo también sin respirador en esos hospitales.

Este virus ha revelado las consecuencias desiguales de la vida en nuestra Isla, ya que todo el mundo no ha sido afectado de la misma forma, los más pobres hacen colas, van a trabajar para otros que tienen un futuro asegurado por delante. Dios escucha y respeta la libertad comunitaria, pero esa libertad debe ayudarnos a comprometernos con el bien común, del lado de los más necesitados, los que más sufren esta crisis, salir de nuestros conventillos existenciales. Simplemente, hacer algo similar a lo que nos mostró Jesús caminando junto a los pobres.

La pandemia nos invita a vivir comunitariamente esta fe encarnada que es capaz de escuchar la voz de Dios en nuestro contexto de precariedad. Desde la fe es útil tener el oído despierto, para escuchar y actuar en pos de una verdadera justicia social (no alejarnos de aquel sin arroz para que no se nos pegue su hambre). Es necesario seguir apostado por acciones tangibles de caridad, aún en medio de tanto sufrimiento y escasez que la vida nos impone a los cubanos de a pie. Como dice el libro de la Apocalipsis 22:20, en medio de la mayor crisis, se nos dice: “Ven Señor Jesús que el Espíritu es capaz de hacer nueva todas las cosas.”

Esta pandemia nos ha mostrado que las cosas pueden ser de otra manera, hemos estado más tiempo en casa sin ir al trabajo, nos hemos desprendido de muchas actividades que antes nos agobiaban y nos hacían pensar que si no la hacíamos nuestra vida carecerían de sentido. Esto nos debe hacer preguntarnos: ¿hemos aprendido algo ante esta situación? ¿Nos vamos a quedar igual?  

Desde marzo hasta la fecha muchos creyentes –sobre todo personas mayores– no han podido volver a una celebración eucarística, se han multiplicado las alternativas y celebraciones por internet, aunque esto no llega a todos por igual, pues existe una brecha digital importante en nuestra población. Es tiempo de preguntarnos, ¿esta pandemia, cómo nos interpela nuestra vida comunitaria, nuestra fe, nuestra forma de acercarnos a Dios?

Hace un tiempo alguien me preguntaba en Whatsapp, “por qué no se aplaude a la Iglesia y su compromiso con esta nueva realidad, es decir, instituciones como Cáritas Cuba, proyectos pastorales de ayuda a los pobres, han seguido trabajando”, yo solo le respondí: “pero acaso hermano, ¿hacemos las cosas por un aplauso?”   

En las redes sociales se dejan ver opiniones contrarias a que durante la cuarentena no dejan abrir las Iglesias, se entiende el malestar, pero detrás también se percibe que no valoramos lo suficiente nuestro primer templo, el hogar, nuestra comunidad pequeña, la familia. Estas circunstancias nos pueden ayudar a recuperar tantas cosas esenciales de nuestra fe. Antes no había templos, pero ahora como estamos tan organizados con parroquias estructuradas, no podemos imaginar vivir nuestra fe sin esas formas estructuradas de organización, pero el verdadero vínculo con Dios, es personal. A veces se dice no tengo tiempo para rezar, y ahora tenemos todo el tiempo del mundo para buscar espacios de oración y siendo honestos, ¿cuánto hemos impulsado ese aspecto de nuestra espiritualidad? 

Hoy tenemos la oportunidad de defender la vida desde acciones concretas (sobre todo los jóvenes, no asumir riesgos innecesarios de contagio en playas o fiestas), nuestro cuerpo es el primer templo de encuentro con Dios. Estos momentos límites nos deben llevar a valorar lo esencial de nuestra fe. En estos tiempos en que los templos están cerrados, no será momento de repasar nuestra dimensión social como Iglesia, velar por las tres T que tanto nos menciona el papa, (Tierra, Techo, Trabajo) ¿cuánto velamos porque a los hermanos no les falte esto? El Concilio Vaticano II nos mostró que antes del rito debe ser la vida, a ese proceso la destacada teóloga colombiana Consuelo Vélez le llama, eucaristía existencial. Ella afirma: “la eucaristía no es solo para ir hacer el rito, sino para que sabiendo cómo Él se entrega a mí, cómo me alimenta, yo me entrego a los demás. El rito está muy bien, pero antes de todo eso debe haber una vía concreta de demostrar amor por el hermano, de trabajar por un bien común, en la Biblia se nos dice en varias ocasiones la importancia que pongamos por delante al prójimo de un rito.[2]

Una vida cristiana que no vive una espiritualidad compartida y comprometida con un mundo mejor, con una lucha constante por mejorar su entorno es frágil ante los aires líquidos de la modernidad. La eucaristía existencial es la vida comprometida junto a los pobres con la realidad que nos toca vivir, donde el Señor nos llamó a construir su Reino.

Hoy día se habla mucho de Iglesia doméstica, aquí hay dos realidades, los que han podido compartir bien la palabra de Dios en la casa; pero, también hay muchos cristianos que no han sabido cómo ser Iglesia doméstica en su hogar, para algunos ser Iglesia doméstica solo ha significado el poder encender el televisor para ver la misa cuando la ponían los domingos, pues no saben cómo vivir su fe fuera de ese entorno litúrgico. Es que acaso no hemos sido capaces en nuestras comunidades de catequizar a sus miembros para que puedan desprenderse del rito por unos meses y vivir en una pequeña comunidad hogareña. Un sacerdote me decía hace poco: “Pernús, el centro de mi vida es la eucaristía comunitaria y ahora con esta pandemia me siento vacío.” Yo lo comprendí, pero creo que el sacerdocio va un poco más allá de la eucaristía comunitaria, tiene otras dimensiones que es una pena no poder explotar con acierto en este tiempo.

Necesitamos en nuestras comunidades, algo que el papa Francisco nos pide constantemente: ser una Iglesia pobre y para los pobres, misionera – en salida, una Iglesia que es capaz de vivir la fe adaptada a la circunstancia que cada momento trae, sin tanta parafernalia que nos aleje de la Encarnación. Algunos dirán, cómo puedes pedirnos hablar de Iglesia misionera en salida, si no podemos salir de la casa; pero, es que para mí debemos empezar por darle valor a salir primeramente de nuestros ritos, de esas estructuras que no nos permiten muchas veces vivir la fe con la libertad necesaria para poder entender de una forma distinta nuestro modo de proceder, siendo esa Iglesia que es luz en medio de la oscuridad.

Ahora, quizás Dios nos está diciendo que dejemos de centralizarlo todo en la parroquia y su párroco, y apostemos más a esa Iglesia doméstica, en el hogar, ahí también necesitaremos mucho del acompañamiento de nuestros sacerdotes, pero de una forma distinta, cuanto daría por ver a mi párroco, comer un día junto a mi abuela y a mí en la misma mesa. Ser Iglesia pobre es también, ver cómo ha disminuido los ingresos que se recogían o nos llegaban de donaciones del exterior y seguir con los ingresos mínimos con los que disponemos, sin temor a quedarnos desprotegidos. Quizás, sean tiempos de pensar qué economía es posible para mantener la vida parroquial, e implicar más a todos los laicos en esta nueva estructura económica. Ahora es un buen momento para ver desde las redes, esos testimonios sensibles de sacerdotes y laicos que pueden ayudarnos a tocar verdaderamente esa forma humana de ser Iglesia, los comunicadores deben hacernos ver en la cotidianidad esos ejemplos tangibles de pastores con olor a oveja.

Creo que es difícil e inverosímil, pensar en cambiar de un chasquido todo lo que tenemos estructurado en nuestras comunidades para asumir nuevos modos de proceder; pero, siento que muchas de nuestras actividades pastorales deben ser repensadas, construyendo una Iglesia circular, donde todos somos parte de un mismo proyecto parroquial para acercarnos juntos a Jesús. Quizás, estamos en el momento oportuno para escuchar la palabra de Dios que nos pide mirar nuestras capacidades humanas y repensar nuestras vivencias de Fe. Una comunidad no es solamente un rito, es una entrega existencial y voluntaria de varias personas al servicio del prójimo.

Ser cristianos en tiempo de COVID-19 quiere decir ser personas de fe, que construyen una historia de liberación y salvación. Creer en un Dios que nos cofia la vida, nos invita a seguir en camino con Él, para lograr la plenitud de nuestra existencia. La liturgia debemos vivirla existencialmente, sino se queda en un rito vacío, exhibicionista. No podemos permitirnos pensar que en este tiempo de aislamiento no hemos participado de la eucaristía, pues cada vez que ayudamos a otros participamos de la eucaristía. En el Evangelio de Mateo (25, 31-46) se nos dice: “lo que hiciste a uno de aquellos lo hiciste conmigo”. Hoy nos toca defender la vida, aunque no abran mañana los templos por disposiciones estatales, ninguna ley nos impide ser testimonio vivo de Cristo. Solo así verdaderamente podremos en “Todo amar y servir” y “Ser más para servir mejor”.

 

 


  • Julio Norberto Pernús Santiago (La Habana, 1989).
  • Licenciado en Comunicación Social.
  • Máster en Historia Contemporánea con mención en Relaciones Internacionales.
  • Redactor de la publicación católica Vida Cristiana.
  • Coordinador de la Comisión de Estudios de la Historia de la Iglesia en América Latina (CEHILA) sección Cuba.
  • Miembro de SIGNIS Cuba.
  • [1] Documento Final del ENEC; página 135 en su versión digital, disponible en el archivo de la biblioteca del Centro Cultural Padre Félix Varela, Arquidiócesis de La Habana.
  • [2] Charla virtual por zoom en vivo desde la página oficial de YouTube Somos Jesuitas; https://www.youtube.com/c/SomosJesuitas 
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