En momentos de tormenta, de crisis profunda como la que atraviesa la sociedad cubana, brotan las emociones, los extremos, las actitudes impulsivas o desenfrenadas. Se pierde de vista la importancia de la razón, de la prudencia, de la paz interior, el respeto y la búsqueda de soluciones, para ceder -a veces inconscientemente- a la queja estéril y descalificante de los demás. Se fortalece la retórica del enemigo, no se saca tiempo para ir a la raíz de los problemas, actuamos por impulso, culpamos sin pruebas, entre muchas otras acciones que diariamente apreciamos en la calle o en los medios de comunicación cubanos. Sin duda, realidad altamente alarmante, pues se están creando condiciones que ponen demasiada presión a “la olla cubana”, que puede explotar y generar daños inconmensurables.
En consonancia con lo anterior, se ha despertado en la sociedad cubana, en varios sectores de esta, una ola de enfrentamientos, descalificaciones, adopción de posiciones extremas, crispación, que lejos de beneficiar, nos alejan más de la Patria “con todos y para el bien de todos” que soñó Martí, pues dificultan cualquier intento por progresar, y torpedean la unidad nacional y la búsqueda del bien común. Tanto en la calle, la familia, el barrio, como en los medios de comunicación, las redes sociales y otros espacios, vemos a diario enfrentamientos entre ciudadanos, y entre estos y agentes del orden o de la seguridad del Estado, enfrentamientos estos que expresan violencia e irrespeto por el otro.
Alimentando esta situación, están las posturas extremas del gobierno, las que hemos experimentado los cubanos por más de seis décadas, que ahora renacen con más fuerza, como estrategia propagandística e ideológica para afrontar la profundización de la crisis económica, política y social que se vive, o como cortina de humo para evitar o demorar cambios impostergables y necesarios. Este es un hecho que hemos de entender para evitar caer en el juego de los enfrentamientos, las justificaciones, el culparnos unos a los otros por los problemas que nos aquejan, y de esa manera avanzar en la consolidación de relaciones de respeto, confianza y paz ciudadana.
La sociedad cubana está en una etapa de cambios, toda crisis trae cambios, y las sociedad civil ha de prepararse para ese cambio, ha de ser capaz de escuchar las demandas ciudadanas y de ofrecer caminos verdaderamente diferentes para los problemas que existen, no sólo en lo económico y lo político, sino en lo que es más importante: lo humano, lo espiritual, lo cultural. En este camino, y comenzando desde ya, existen algunas actitudes que debemos asumir todos los ciudadanos o grupos de la sociedad civil que queramos una Cuba diferente, no solamente con un sistema político o económico diferente, sino una Cuba nueva de verdad, diferente en su esencia, a la que tenemos hoy.
Construir confianza y respetar al otro
Para la sociedad civil resulta vital cultivar el respeto y tratar de crear vínculos de confianza entre los diversos grupos y entre estos y los ciudadanos, especialmente en un momento en el que existen profundas tensiones y donde algunos, por no saberlas manejar maduramente, dejan espacios a la descalificación, el enfrentamiento, el descarte de lo diferente y la cerrazón. La confianza en el otro mientras no se demuestre que sus actitudes son dañinas, y el respeto al otro, incluso cuando sus actos no sean -desde nuestro punto de vista- aceptables, han de ser principios indispensables en cualquier organización o grupo de personas -también a nivel personal- que busque el bien de la sociedad.
No seremos capaces de construir una sociedad sana, en paz, que ponga a la persona como lo más importante, si no es sobre la base de esos pilares. La sociedad civil cubana debe basar su discurso y la construcción de su identidad en ellos, de lo contrario no representaría -a los ojos ciudadanos- una verdadera alternativa al poder. De cara a los ciudadanos, es necesario un lenguaje y un ejemplo, verdaderamente renovador, diferente de lo que ofrecen las autoridades y los medios oficiales, es necesario despojar los extremos, el irrespeto, los caudillismos, los fanatismos, la descalificación, el odio, y muchas otras actitudes a las que nos tiene acostumbrados el sistema imperante.
Es cierto que estos son males de los que es difícil escapar, pues el daño antropológico que nos lacera como personas, y la experiencia de toda una vida bajo esta “forma de ser” socialmente normalizada del cubano, a menudo impiden actuar diferente, dar la mano a quien me ofende, perdonar y pedir perdón, no caer en chismes o críticas estériles, construir y no destruir, entre otros. Sin embargo, podemos y debemos -si de verdad queremos una Cuba renovada- aprender a ser diferentes, podemos y debemos aprender a respetar y a confiar en los demás, no desde posiciones ingenuas o superficiales, sino desde un compromiso profundo con el bien común y el respeto a la persona humana y su dignidad.
La acción de los ciudadanos y de las organizaciones de la sociedad civil, debe sostenerse sobre la búsqueda y el compromiso con la verdad. No la que nos inventamos, no la que nos conviene, sino la verdad objetiva de las cosas, la verdad de la persona humana, que no es más que su reconocimiento como ser con dignidad, alguien que vale y merece mi respeto, alguien que me complementa y que necesita de mí, alguien que incluso cuando seamos, pensemos y actuemos diferente, puede convivir pacíficamente conmigo, para que juntos construyamos una Cuba en la que quepamos absolutamente todos los cubanos, no solo los que piensen o actúen de una manera.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.