LA HISTORIA, LA MEMORIA, LA JUSTICIA Y LA RECONCILIACIÓN

Lunes de Dagoberto

San Agustín, Obispo de Hipona e insigne Doctor de la Iglesia (354-430 d.C.), que realizó una de las síntesis del pensamiento clásico griego al cristianismo fue, según Antonio Livi, uno de los más grandes genios de la humanidad y ciertamente el más grande pensador cristiano del primer milenio de nuestra era.

El también llamado “Doctor de la Gracia” tiene una sentencia que me ha servido para esta breve reflexión sobre la historia, la memoria, la justicia y la reconciliación en Cuba.

Dice el sabio del siglo IV d.C.: “Ni siquiera el Omnipotente Dios único puede hacer que lo que fue no haya sido”.

Por eso la historia es irrevocable, nadie puede escapar de lo ya sucedido. Solo el momento presente es un acto de libertad y puede ser cambiado. El pasado cae sobre nosotros con toda la contundencia de lo irrevocable y el futuro con toda la incertidumbre de lo inédito. Solo somos responsables de lo que hacemos aquí y ahora. Pero… al pasar cada segundo de nuestras vidas ese instante pasa a ser historia y no puede ser cambiado ni “por el Omnipotente Dios”.

Por eso, en muchas ocasiones, la memoria que se intenta escribir y es presentada como historia depende en gran medida de la subjetividad de quien la recuerda y escribe. Por eso lo históricamente inalterable sufre los desmanes del vencedor, del resentido, del culpable o de las víctimas de lo ocurrido. El vencedor la manipula para aplastar al vencido. El resentido lee la historia con sentido de culpabilidad y las víctimas que la han sufrido, como la peor injusticia.

Por eso, una cosa son los “hechos sucedidos” y otra cosa la “interpretación de esos hechos”. Es por ello que es mejor que haya varios historiadores y muchas lecturas de una misma historia. Es la única forma de redimirse de las interpretaciones parcializadas, maniqueas o usadas para aplastar lo que fue, lo que es y lo que será antes que sea.

Por eso, según el filósofo valenciano Gabriel Albiac, Premio Nacional de Literatura en España 1988, quien se considera a sí mismo un marxista heterodoxo, dice: “Todos lo sabemos: lo ya sido es irrevocable. Y todos tratamos de ocultárnoslo, porque lo irrevocable pone en nuestras conciencias una angustia de la cual no hay huida. La de ser responsables eternos de lo hecho. Y todos disponemos de una coartada para fingirle al pasado retorno y cura: la memoria. Sobre la memoria cristalizan todos nuestros deseos y cada una de nuestras frustraciones. Por eso, la memoria no dice verdad alguna del pasado que imagina; lo construye a la medida de lo que su usuario anhela.” (ABC, 18 de septiembre de 2017).

En Cuba hemos vivido esa angustia existencial por la historia vivida y manipulada. Hubo héroes y mártires que fueron expulsados del Panteón Nacional y vueltos a recuperar según los aires y conveniencias. La historia comienza y recomienza a partir de las últimas seis décadas y todo lo pasado es satanizado en un deslinde maniqueísta. Los más tremendistas llegan a asegurar que es tal la huella y el daño antropológico sufrido por este artificio de la historia y la memoria, que no habrá remedio y Cuba sufrirá ese estropicio por largos años.

Mi formación cristiana, siguiendo la misma línea de san Agustín, me permite pensar que si es verdad que ni Dios puede cambiar la historia, la memoria puede ser sanada y las personas dañadas pueden ser redimidas si están dispuestas a vivir un proceso de reconciliación consigo mismas, con la historia que les ha tocado vivir y con los demás protagonistas y víctimas de esa historia. No se puede huir de la angustia que produce la memoria del error, pero se puede superar esa angustia con el reconocimiento de la verdad, el perdón, la magnanimidad y la reconciliación con lo que hemos sido y con los demás, con nuestra propia historia persona y nacional.

Cuba necesita urgentemente una educación que sane el maniqueísmo de la historia, el omnipresente sentido de culpabilidad, la cultura defensiva y excluyente del diferente y del que piensa y cree distinto de nosotros considerándolo como un “enemigo”. Cuba necesita educación emocional para el perdón y la reconciliación. Perdón para nosotros mismos y para los demás. Reconciliación con nosotros mismos y con los demás… y viviremos en paz porque ese camino nos conduce libre y responsablemente al perdón y la reconciliación con Dios y con nuestra historia, que entonces se convertirá de una historia de iniquidades y remordimientos en una historia de magnanimidad, reconciliación y amor.

Esta es, quizá, la esencia de la evangelización de las culturas y el aporte más redentor y sanador que podemos ofrecer al sufrido y noble pueblo cubano.

Hagámoslo.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.     

 


Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.

 

Ver todas las columnas anteriores

Scroll al inicio