A partir de hoy, 18 de junio, todas las provincias de Cuba, excepto La Habana y Matanzas, entran en la fase 1 de la recuperación pos COVID-19. La primera etapa de las tres que supone la vuelta a la “normalidad”. Entrecomillo el término normalidad porque está siendo muy polémico el retorno a un estado que implica grandes cambios, ajustes en numerosos sectores del desarrollo humano y un importante proceso de toma de decisiones en todos los países afectados por la pandemia.
La determinación de cada una de estas fases responde a indicadores sanitarios obviamente relacionados con la epidemiología del virus; pero la normalidad no solo depende de la estabilización de la situación respecto a la tasa de incidencia, los eventos de transmisión local o el conocimiento y control de las fuentes de infección. Estos factores, y otros, son los que permitirán que la vida económica y social del país tienda a una situación que cada vez se parezca más al estilo en que vivíamos en el primer trimestre del año, cuando aún no se había hecho sentir el virus en Cuba. Pero los tiempos que corrían a inicios de año no eran los más favorables para el país. Basta recordar que no hemos salido de un “período coyuntural” donde la crisis económica arreciaba, la escasez de todo tipo se hacía sentir en los hogares y la represión a la disidencia, oposición o activismo crecía, en la medida que el efecto negativo de la crisis sobre el ciudadano. Entonces, una crisis sobre crisis no conducirá a la normalidad esperada, sino a un estado parecido a la etapa anterior, que puede continuar afectado en cuanto a grados de libertad y bienestar.
Los cubanos tenemos un amplio repertorio de momentos críticos, es por ello que quizá a muchos no preocupe “esta nueva raya para el tigre”. Sin embargo, es necesario analizar siempre el punto de partida de cada nueva crisis, lo que indica claramente que la conjugación de todos los factores desfavorables permite preguntarse ¿hacia dónde va Cuba?
No es un secreto que, como anuncian las autoridades con una frecuencia quizá mayor que la esperada o la necesaria para aumentar los ánimos, se avecinan meses duros. Y pienso que no solo se refieren al decrecimiento económico pronosticado por los analistas del gremio y las instituciones económicas y financieras nacionales e internacionales, aunque de seguro es lo más preocupante. Es preocupante, además, que ni siquiera ante una situación de escala global, las máximas autoridades de un país fomenten el diálogo y la concertación de posibles salidas a una situación que no solo corresponde al gobierno, sino también a la sociedad civil.
El plan de medidas, una vez más, y al más fiel estilo cubano, vendrá orientado desde arriba, con el consabido requerimiento de altas dosis de disciplina, exigencia y esfuerzo, sin ver satisfechas ni siquiera la canasta básica familiar, o estabilizados los sistemas de transporte y abastecimiento del mercado de acuerdo al consumo. La oportunidad de que diferentes organizaciones de la sociedad civil, que existen y trabajan, aún sin tener personalidad jurídica autorizada, sean escuchadas con sus propuestas para la etapa de post-pandemia, parece que no tendrá lugar. La COVID-19 ha llegado, según el lenguaje oficial, para reforzar nuestras consignas más revolucionarias y para la consolidación de un modelo que ha demostrado no funcionar ni para nosotros mismos.
Iniciar la fase 1 del desescalamiento, para las provincias que entremos en ese plan, no significa que el virus se ha erradicado. Es un importante llamado, sobre todo porque en algunos sitios pareciera como si nunca hubiéramos estado viviendo una pandemia. Y es que han sido meses díficiles, de vivir en la dicotomía constante entre el aislamiento físico total, inseparable de la ida a la cola de la supervivencia, o el llamado por otro lado, pero proveniente de la misma voz, a quedarse en casa.
Quisiera que Cuba toda volviera a la normalidad, pero esa normalidad que muchos no conocemos: la de la libertad verdadera; la de la libertad de expresión, incluso y mucho más en tiempos como estos de pandemia; la del salario que alcanza y la de la economía próspera y sostenible; la de la vida digna en la verdad, la solidaridad y el amor. A la tan mencionada, y añorada normalidad, no volveremos solamente con medidas puntuales, coyunturales, si pudiéramos llamarle así, sin el sesgo, y el miedo (¿por qué no?) que esto implica en Cuba.
Volveremos a la normalidad, o mejor dicho, la alcanzaremos, cuando Cuba se abra a todos los cubanos de buena voluntad y cuando Cuba también se abra al mundo, en el ejercicio adulto de la democracia, la seguridad ciudadana y la garantía de la calidad de vida de sus habitantes.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.