Cuba se encuentra en un momento de reformas a su sistema económico, con momentos de más descentralización y otros de mayor centralización. En sentido general, desde la crisis de los años 90s, la economía ha seguido un proceso sostenido de cada vez mayor apertura a la iniciativa privada y al mercado. Proceso que no es un secreto para nadie, y que se ha dado por la imperiosa necesidad de cambio que tiene el sistema cubano. El hecho de que hoy el 13% de la fuerza laboral corresponda al incipiente sector privado se debe a que el gobierno cubano está “obligado” -como única vía para mantener el control- a realizar este tipo de aperturas. Única vía, por la ineficiencia del sector estatal, la que se impone como realidad incuestionable a pesar de que el discurso oficial pretenda mostrar a la empresa estatal como el actor económico central del modelo cubano; también por la eficiencia y aceptación de la población hacia la iniciativa privada, lo que crea presiones indetenibles para avanzar hacia una economía de mercado.
No son pocos los académicos y analistas que ven el modelo cubano avanzar hacia un sistema similar al vietnamita o al chino en un futuro cercano. En un caso o el otro, la mayor preponderancia del mercado es una variable presente, y por otro lado, un intento de mantener el control del gobierno sobre la sociedad. Los cubanos tenemos ante este escenario la posibilidad de mejorar los modelos adoptados por estos países asiáticos, y con el ejemplo de Europa avanzar hacia un estado de bienestar, proyecto fiel a los objetivos sociales de justicia social, equidad, y solidaridad con subsidiariedad. Al mismo tiempo, el estado de bienestar es un modelo en el que el mercado es regulado, pero de forma democrática, la empresa privada es promovida, las inversiones, el comercio, y la innovación funcionan como pilares para el desarrollo y la creación de la riqueza que será redistribuida. La libertad y los incentivos económicos no se anulan, tampoco hace falta un Estado que controle la mayoría de las empresas, pues como demuestran muchos estados europeos se puede avanzar en objetivos sociales con una intervención estatal subsidiaria, es decir sólo allí donde los ciudadanos no puedan agenciarse por sí mismo los bienes y servicios básicos para llevar una vida digna.
La crisis del estado de bienestar, tampoco es un motivo para que Cuba no asuma este modelo, pues a pesar de que se debe -como sostienen los comunes planteamientos que a diario se escuchan- a excesivos gastos del estado, y a una política económica sumamente intervenida por el mismo, en mi opinión existen soluciones y el abandono de este modelo no es una opción viable para Europa. Como bien señala Sen (1998) “hay algo importante y de largo plazo” en la perspectiva y lo que implica el estado de bienestar, y sería un error sacrificar grandes avances -como el que supone el estado de bienestar- por problemas coyunturales que dificulten la situación económica en el corto plazo. La clave está, en asumir los ciclos económicos y prepararse para ellos, de forma tal que no sea necesario comprometer avances como el mencionado en momentos de crisis.
En este sentido, el problema con el estado de bienestar y la sostenibilidad de la deuda pública o los niveles excesivos de déficit público, han de ser resueltos mediante la política fiscal. Una política fiscal, con enfoque de largo plazo y con garantías que permitan este enfoque de futuro, al contrario de lo que sucede cuando la política fiscal cambia frecuentemente con los gobiernos de turno. Si bien los gobiernos tienen autonomía sobre las decisiones de política fiscal, ha de crearse un orden que controle el accionar de los gobiernos en pos de objetivos de largo plazo. Las adecuadas metas en la política fiscal, y una intervención constante pero que se aleje de los extremos paternalistas o que no sea suficiente para cubrir las necesidades de aquellos que por sí mismos no pueden acceder a los bienes y servicios básicos para llevar una vida digna, son dos aspectos por los que debe velar una buena política económica.
El estado de bienestar en palabras de Sen (1998) es el mayor logro de la civilización europea y puede ser su mayor contribución para el resto del mundo. La realidad apunta a una incuestionable importancia del mismo para amplios sectores sociales, su sostenibilidad puede lograrse mediante adecuadas políticas económicas que no lleven a confundir los problemas cíclicos o coyunturales con problemas estructurales e irresolubles. Por otro lado, junto a lo anterior, es necesario potenciar la innovación como base del progreso económico, de la elevación de la productividad, promover la creación de empleo y los incentivos económicos necesarios para que la economía crezca y los objetivos de equilibrar las cuentas fiscales resulten más realistas.
Resulta necesario la promoción de inversiones mediante un sistema legal que genere confianza y seguridad jurídica, así como una política monetaria que mantenga el equilibrio de los principales agregados macroeconómicos (por ejemplo, la inflación, la relación deuda/PIB, teniendo en cuenta que nunca debe crecer más la deuda que el PIB, para garantizar la sostenibilidad de la deuda y el adecuado equilibrio fiscal), de modo que el estado de bienestar sea sostenible y continúe siendo una opción a valorar para Europa y el mundo. De modo especial, Cuba puede aprender mucho de esta experiencia exitosa.
Referencias
Sen, A., 1998. El futuro del Estado de Bienestar. La Factoria, Issue 8.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.