En situación de crisis, valorar la realidad y responder a ella de manera resiliente, aprovechando al máximo los recursos con los que se cuenta, es un ejercicio esencial. En un momento como el actual, sin precedentes para Cuba, en el que se combinan varios factores para poner en peligro el bienestar de los cubanos: la crisis sanitaria, las sanciones del gobierno norteamericano y la situación internacional adversa generada por el coronavirus, el parón del turismo, la crisis resultante de la propia ineficiencia del modelo económico, entre otros; resulta definitiva la capacidad que tenga el país para centrarse en los puntos fuertes que tenemos, y dejar las variables externas -incontrolables e impredecibles- en un segundo plano.
Son muchos y valiosos los activos con que contamos, sin embargo, a menudo sucede que los explotamos inadecuadamente o no logramos explotarlos, no por falta de voluntad, deseos y ambición de la gente, sino por decisiones ideológicas impuestas por el sistema político. Ejemplo de ello, es el desbalance que se observa en el mercado laboral, en el que la oferta de calificaciones con que cuenta el país como resultado de sus logros en materia educativa, se enfrenta a trabas -falta de tecnologías, limitada aplicación práctica de los avances de la ciencia- que imposibilitan la realización de la demanda efectiva. Existen los profesionales y los conocimientos científico-técnicos requeridos por los problemas de la sociedad, pero, al mismo tiempo el exceso de regulación estatal impide que se realice la demanda. Un ejemplo de ello, es el caso de la economía, donde Cuba cuenta con conocimientos, profesionales de alto nivel, evidencia científica suficiente para enfrentar exitosamente un proceso profundo de reforma económica, pero a pesar de lo necesario de esta reforma, existen limitaciones de carácter político que impiden la implementación de esos conocimientos existentes y reducen el papel de la ciencia en la toma de decisiones. Esta es la traba fundamental al desarrollo en Cuba, el principal freno que impide la innovación y el despliegue efectivo de las capacidades de los cubanos.
Al mismo tiempo, la innovación de los cubanos, su potencial emprendedor y sus éxitos empresariales (cuando existen las condiciones propicias) no son una realidad desconocida en la Cuba actual. Basta poner la mirada en la diáspora, lugares donde los cubanos han contado con el respaldo institucional necesario para explotar al máximo sus habilidades en función del desarrollo de la sociedad, también podríamos mirar a la historia, al momento prerrevolucionario en que debido a las oportunidades y libertades generadas por el ambiente institucional vigente, éramos capaces de producir y exportar con eficiencia y calidad, desde azúcar hasta muchísimos otros productos.
Hoy en día, además de ese mismo potencial emprendedor e innovador genético de este pueblo, contamos con niveles de calificación razonablemente buenos, competitivos, respecto a países pobres y en desarrollo. Una población con altos índices educativos, y con capacidades técnico-profesionales aún por explotar en función del progreso nacional. Esta combinación de factores, sin lugar a duda, es la mayor de las potencialidades que tenemos hoy en Cuba, y la mejor de las herramientas para emprender el camino de la recuperación económica en el escenario postcovid-19. Desaprovecharlo, más que un error político, sería un acto de irresponsabilidad y despreocupación hacia los cubanos y el bienestar de la nación en sentido general, pues el fracaso no se mide solamente por lo que hagamos mal, sino también por lo que podríamos hacer pero no hacemos debido a cuestiones políticas e ideológicas.
Mas allá de cuan creíbles sean las estadísticas cubanas en cuanto a la calificación de la fuerza laboral, es perfectamente comprobable que los cubanos contamos con habilidades, conocimientos, y know how que en los últimos sesenta años no hemos tenido la libertad, las oportunidades y el respaldo institucional necesarios para poner en práctica. Las aspiraciones de construir el desarrollo, hoy más que nunca, tienen que pasar por reconocer esta realidad y revertirla de manera responsable. De nada sirve nuestro potencial, si existen trabas estructurales para su aprovechamiento.
Por otro lado, sobran los ejemplos en la realidad cubana, de personas que en el seno de instituciones y empresas estatales han intentado innovar, reformar, implementar nuevas ideas, generar cambios acordes a los conocimientos y calificaciones técnicas aprendidos en las propias instituciones educativas cubanas, y sin embargo, han chocado contra el muro de la burocracia, de la resistencia al cambio y lo diferente, contra el miedo. La innovación, el cambio de mentalidades como lo han llamado las autoridades cubanas, y los procesos mediante los que se ponen en práctica los conocimientos, no son posibles dentro de las estructuras empresariales altamente centralizadas que tenemos. Por el contrario, es necesario contar con libertad de iniciativa, con un margen razonable para la toma de decisiones, con incentivos suficientes para que valga la pena innovar y poner en práctica los avances de la ciencia y la tecnología. Es por ello por lo que bajo el modelo económico cubano, ha servido de poco tener una población universitaria relativamente alta, unos índices de alfabetismo muy buenos, y unas capacidades técnicas y profesionales generales comparables con otros países, que a diferencia nuestra, cuentan con niveles de productividad y eficiencia económica muy superiores.
De este modo, habría al menos dos caminos mediante los cuales podría derramarse el talento y las capacidades de los cubanos en el sistema productivo, y lograr un equilibrio más beneficioso entre oferta y demanda de calificaciones: 1. Reformando profundamente el sistema empresarial estatal, de forma tal que haya espacio para la creación, la innovación, la transformación de viejas estructuras por otras que potencien la productividad y la eficiencia económica, y sean receptivas a los avances de la ciencia incluso cuando esto cuestione la ideología imperante. Y 2. Generando una apertura del sector privado, independientemente de lo que suceda o no, con la empresa estatal socialista. El sector privado es el espacio natural para la innovación y la transformación productiva, promoverlo será garantía para reponernos de la recesión, generar prosperidad y desarrollo económico, así lo muestra la teoría, la historia y la práctica económica en diversas latitudes.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.