El sentido de la vida

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

El título de esta columna ha sido el título de varias obras filosóficas, literarias, de inteligencia emocional, de manuales de autoayuda. Es, en sí mismo, un proyecto de vida, una reflexión a la que todos estamos llamados en este mundo, para hacer de nuestro día a día más que un tiempo productivo, un cultivo del espíritu sano y de la trascendencia de aquellas cosas que verdaderamente tienen importancia en la persona.

Más que decir, que a veces puede resultar fácil como exhortación, como consejo o consuelo, asumir que nuestra vida tiene sentido es, a su vez, afirmar que hay un trayecto por recorrer y una meta que encontrar. Para llegar al sentido de la vida mucho hay que transitar, sobre todo, hacia el interior de nuestras conciencias. Trabajar en la autoconciencia es el tramo más difícil de ese recorrido que, desgraciadamente, para algunos a veces no termina en la anhelada meta.

Según algunos estudiosos del tema, el sentido de la vida está muy ligado a la esperanza, entendida esta no como el opio que hipnotiza, apacigua y vuelve sujeto inactivo, sino como la capacidad transformadora que tiene la persona, junto a la fe, para encontrar en medio de la adversidad un porqué y un para qué.

Justo eso mismo, opio, podría parecer esta reflexión para el cubano que sufre el sinnúmero de calamidades harto conocidas, que no describiré porque no es objetivo de mi reflexión de hoy y porque las vivo también diariamente. Sin embargo, conociendo la dura realidad, viviéndola como el calvario y la cruz que nos ha tocado vivir, depende de nosotros la decisión de redimirnos.

Decía Nietzsche, filósofo y poeta alemán con reconocida influencia en el pensamiento mundial contemporáneo y en la cultura occidental, que “Aquel que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. Pero no nos habla de alienación, resignación, apatía o abulia, en ese “porqué para vivir” radica toda la fortaleza. La enajenación es, justamente, lo contrario de lo que necesitamos para dar sentido a nuestros actos y, en una escala mayor, a toda nuestra vida. Encontrar el fin último de cada acto, aunque cuesta en disímiles ocasiones, allana el camino, aligera la carga, alivia el sufrimiento y motiva a alcanzar mayores grados de confianza durante el recorrido. Despejar incertidumbres contribuye no solo a la salud mental, sino a tener certeza del “cómo” que nos elevará a esa redención final.

En la búsqueda del sentido de la vida, la persona del cubano puede encontrarse con multiplicidad de factores en contra. Algunos pueden considerarse contraindicaciones, es decir, limitaciones venidas desde fuera de nuestra conciencia, pero que influyen para paralizar la acción y confundir respecto a “para qué” hacer esto o aquello. Otros devienen en reacciones adversas que indican que, una vez experimentada la búsqueda, las consecuencias no han sido positivas y tampoco hemos llegado a los resultados esperados. En todo caso, amilanarse no es la vía porque nadie dijo que fuera fácil, es necesario intentarlo, caer y levantarse, entender las fortalezas y las debilidades personales, así como saber aprovechar las oportunidades aún en medio de las amenazas constantes y crecientes.

No encontrar aquí y ahora el sentido a nuestra existencia puede conducir a que, después y allá, donde quiera que cada uno se imagine, tampoco alcancemos la meta. La vida no se puede desperdiciar posponiendo para mañana todo lo noble y perdurable que podemos labrar desde hoy. Los días, meses y años no se pueden dejar ir en la espera pasiva de mejores horizontes sin crearlos desde ahora. Encontrar el sentido es luchar por ellos, pero con la certeza de que no depende del otro, sino de nosotros mismos. Colocar fuera, tanto en la persona del otro como en una institución, la decisión de darle sentido a nuestras vidas es, por lo menos, contribuir a perder el tiempo. Entretanto no somos felices tampoco aquí, mientras llega lo de allá o voy para allá. Entretanto me anulo como persona porque he dejado que otros hagan y decidan por mí, o simplemente les otorgo la oportunidad de que con sus procedimientos y actitudes condicionen mi vida. Eso es, entregar las riendas de nuestra vida, en bandeja de plata, a los demás que no son responsables de lo que, únicamente, nos corresponde a nosotros mismos.

Algunas actitudes personales que dan sentido a nuestra vida son: a pesar de las vicisitudes del medio y las autolimitaciones que cada uno conoce de sí mismo, debemos hacer que crezca nuestra autoestima, sin llegar a los límites que aíslan o nos hacen creer totalmente autosuficientes. La persona humana es un ser relacional y necesita de la convivencia, la cooperación y la interacción afectiva y efectiva. Mantener la mente abierta y receptiva a nuevas ideas, incluso en los momentos más complicados de nuestra existencia, hace que no dejemos escapar las oportunidades que se generan aún en esos ambientes. Los cambios siempre generan incertidumbre, pero cuando son necesarios deben ser bienvenidos para sacar el máximo provecho de la situación, intentando ser proactivos.

Por otra parte, buscar un propósito significativo en nuestra vida nos sacará de la rutina diaria del conformismo con lo preestablecido que asumimos pasivamente, de lo inamovible de la sociedad paralizada y que pareciera no querer cambiar. Si no creemos que podemos hacer algo por el cambio, porque nos ha podido el cansancio, la desesperanza y la desidia, tan solo pensemos que con nuestro sinsentido damos oxígeno a ese espíritu de lo que no queremos. Que eso sea, al menos, el acicate para influir en lo que sucede a nuestro alrededor.

Decía Miguel de Unamuno:

“¿De dónde vengo yo y de dónde viene el mundo en qué vivo y del cual vivo? ¿Adónde voy, adónde va cuanto me rodea? Tales son las preguntas del hombre, así que se libera de la embrutecedora necesidad de comer y sustentarse materialmente”. 

Totalmente de acuerdo. ¡Que esas preguntas sean los móviles de nuestra existencia! Todo lo demás, aunque necesario, no es suficiente para alcanzar el verdadero sentido de la vida.

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

Scroll al inicio