El amor como fuente, centro y fin de nuestras vidas

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

El Amor, en mayúsculas, es un sentimiento universal que demuestra la necesidad de la persona humana de complementarse a través de la interacción con el otro. La fortaleza del encuentro interpersonal suprime la insuficiencia que puede ocasionar vivir en el egoísmo. El amor es quien motiva a que la persona humana trascienda los tres dinteles más importantes en el desarrollo de su vida:
El amor materno y paterno en los primeros años de la vida es quien permite al niño salir de su egocentrismo para establecer una relación de amor interpersonal, especialmente con su familia y amigos.
Es el amor quien provoca la apertura de la persona humana a su segunda trascendencia que es atravesar el umbral desde el amor solo interpersonal al amor social, a la amistad cívica.
Por eso el Papa Pio XI expresó a la Federación de Universitarios Católicos Italianos en 1927 que: “La política es la forma más elevada de la caridad”.
En efecto, la Caridad es el amor de entrega que se sacrifica por los demás. Si la buena política es la búsqueda del bien común de la polis, es decir, de la ciudad, del pueblo, entonces es la forma de ejercer el amor que abarca mayor número de destinatarios de ese amor político.
Es, sobre todo, el amor quien nos urge a ir más allá, y  abrirnos a la tercera trascendencia: la apertura al amor de Dios. Esta correspondencia con el Amor divino inspira, alimenta y sostiene a los dos anteriores amores: el familiar- amistoso, y al amor social y político.
El amor, además, marca la forma de convivir entre los seres humanos por ello el amor es fuente de alegría y fuerza interior para convivir, crear y procrear.
Otra forma superior del amor es el amor misericordioso que es aquel que se acerca, anima y acompaña a los que más sufren o son más vulnerables.
El amor plasmado en misericordia es capaz de restituir el hombre a sí mismo, devolverle su dignidad primigenia, e instarlo a servir a los demás con entrega y sacrificio, sin esperar nada a cambio.
La persona humana que practica la misericordia sin buscar compensaciones se beneficia a sí mismo en su humanidad al quedar en condiciones de desplegar unas reservas de capacidades: inteligencia, sentimientos y comportamientos morales que, de otro modo, permanecerían inéditos y que las revelan o restituyen en su humanidad más auténtica.
El amor es el valor cumbre y la virtud suprema que deber ser la columna vertebral de todo comportamiento humano.

Cultivemos sistemáticamente el don del amor que Dios ha grabado de forma imborrable en nuestra mente, nuestros sentimientos y nuestro comportamiento.


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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