El duro presente cubano

Jueves de Yoandy

Cuba ha vivido, desde hace varias décadas ya, tiempos muy difíciles. Y cuando se piensa que no se ha de llegar más lejos y más hondo, aparecen situaciones como las que venían agobiando a la ciudadanía antes de la crisis del Coronavirus, durante y parece que después, con las medidas anunciadas el pasado 16 de julio del presente año y sus previsibles efectos. Si se aplicara una encuesta para medir la opinión pública y el nivel de aceptación que han tenido estas medidas, los resultados no serían tan alentadores como algunos medios nacionales presentan, o algunas autoridades económicas presuponen.

La población cubana está cansada de tanta zozobra; el descontento es notable y reduce las energías al mínimo. Tener el pensamiento puesto en los alimentos que se deben llevar a la mesa podría competir con la ocupación del pensamiento en otros asuntos, igual o más trascendentes, como el desarrollo socioeconómico, el futuro a corto plazo, los pro y los contra de la gobernabilidad y la gobernanza. Pero no solo de pan vive el hombre, y en este caso conviene implicarse al menos en un breve análisis sobre el porqué de esta escasez, que se ha agravado con la pandemia, aunque venía desde mucho antes.

En unas sabias apreciaciones sobre el tiempo, san Agustín propone entenderlo como un triple presente: el presente, en tanto lo experimentamos; el pasado como memoria presente y el futuro a modo de expectativa presente. Entonces desmonta la teoría de que todo tiempo futuro será mejor porque esto depende, en principio, de cómo se haya gestionado el pasado, y las acciones que se vayan desarrollando en un presente continuo de cambios y transformaciones, entendidas no para apagar fuegos, sino para edificar sólidamente. Sí, repito que es difícil pensar en proyectos futuros cuando las necesidades más básicas no están cubiertas. Sin embargo, debemos darnos cuenta que a la par que buscamos el sustento diario, no nos podemos dejar limitar la capacidad intrínsecamente humana de pensar.

Las nuevas medidas polarizan más la sociedad cubana. Aquella idílica sociedad del hombre nuevo, de la igualdad, de la justicia social, de la remuneración de acuerdo con el valor del trabajo, no se alcanzó. Crece la brecha entre los cubanos, separados nuevamente en bandos, los que tienen acceso a los dólares del “enemigo” del norte, y los que no. Si antes fue penalizada la tenencia de esa moneda extranjera, ahora se torna imprescindible para acceder a productos básicos. Si antes se creía que la formación y superación profesional podría ser el camino de la prosperidad personal y familiar, ahora un pariente en el exterior o un trabajador por cuenta propia, parecieran ser más útiles que un doctorado.

Que no nos distraigan todos estos ruidos, abundantes y ensordecedores. En medio de todos ellos, quedémonos con la certeza de que la mayoría de los ciudadanos no entendemos estas medidas; no podemos beneficiarnos con ellas porque no están pensadas para todos, y no están garantizadas otras que coadyuven; y por último, el pueblo sufre con ellas. La presión social no sabemos hasta qué niveles podría llegar, pero según las experiencias internacionales puede funcionar como el catalizador del tan anhelado cambio. Cuesta mucho acopiar las dosis necesarias de esperanza. Pero no desistamos de tener y acrecentar esas expectativas. Afinquémoslas en Cuba y en la capacidad y carácter emprendedor de los cubanos.

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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